Ladrones de tumbas

Una posible defensa del saqueo de tumbas como actividad económica

GABRIEL JARABA

En el aeropuerto barcelonés de El Prat los amigos de lo ajeno pegaron el otro día un tirón de más de ocho millones de euros, a una familia rusa que llevaba consigo de viaje semejante monto en joyas y metálico. En el paseo de Gràcia se producen a menudo “alunizajes” en tiendas de lujo, que no tienen nada que ver con la exploración de Selene sino con la habilidad de encastar un coche en el escaparate, romper la luna y salir pitando con lo que se encuentre a mano. Quienes lucen relojes de marca durante sus paseos han podido conocer a los “relojeros”, no a los artesanos de los cronógrafos sino de su sustracción repentina de la muñeca del interfecto. Son los efectos colaterales del turismo en la gran ciudad y de la galvana de los guardias, largo tiempo habituados a sangrar al ciudadano con matrícula y nómina, que ni sale corriendo ni se revuelve plantando cara.

La última hazaña del chorizaje en la ciudad es robar joyas de tumbas, en el cementerio de Montjuïc y preferentemente las antiguas que se hallan deterioradas y descuidadas y permiten meter mano al nicho. Dicen que más de 160 sepulturas han sido reventadas por esa variedad de asaltantes de lo macabro, que han descubierto la costumbre que antaño se tenía de enterrar a los difuntos con sus joyas y objetos de valor. ¿Por qué arrancar un Rolex del brazo de un turista y tener que salir corriendo si al agujerear el nicho de un antepasado nadie va a ir tras de ti para recuperar lo robado?

Nos parece aberrante que se expolie a los muertos, quienes ni pueden defenderse, pobres, ni disfrutar en el más allá lo que recibieron en el más acá. El atraco a los vivos no tiene tanta mala prensa aunque sus consecuencias sean peores: ahí está la imposibilidad de que los jóvenes accedan a una vivienda digna en su ciudad.

Denostamos a los reventadores de nichos porque responden a una tradición antiquísima, la de los saqueadores de tumbas. Probablemente se trate del oficio más antiguo del mundo y no el que ustedes están pensando, pues los seres humanos gustamos de aprovecharnos del que no puede defenderse. El saqueo de tumbas adquirió cierta fama con la práctica de la arqueología, y ahí tenemos las acusaciones a Indiana Jones, personaje de ficción, de dedicarse a tal arte, otra estupidez del neovictorianismo puritano en que se expresa la derechización actual.

En los años 20 el descubrimiento de la tumba de Tuthankamon y las riquezas que contenía y la sensación mundial que causó fue uno de los primeros episodios de la cultura de masas de aquel siglo y su poder de vulgarización: en Catalunya, hacerse con un beneficio inmerecido o una sinecura fue llamado haber encontrado “un momio”, expresión actualmente en desuso. Ahora, en pleno apogeo de lo cutre, aquellos ladrones de tumbas que se deslizaban entre los restos faraónicos de Tell el Amarna con nocturnidad y alevosía han sido sucedidos por los espabilaos escalanichos que pululan por el cementerio del Sudoeste, donde están enterrados mis abuelos, con los bolsillos vacíos por cierto y sin más joyas que la de su honor de clase obrera.

Uno se atreve a sugerir un modo de rehabilitación de la vieja tradición de los ladrones de tumbas en Barcelona, proponiendo una mentalización: los antiguos finados contribuyen a que el dinero corra de mano en mano en la ciudad de los prodigios, aunque sea de forma harto truculenta y merced al estado de ladronicio generalmente admitido en la capital. Que salgan las joyas de las tumbas y circulen libremente entre los peristas; ¿desde cuando la moral ha frenado el desarrollo del capitalismo? Si hay tantos argumentos neoliberales que pasan por ser políticamente correctos, porqué no iba a serlo este; si admitimos el horripilante nivel de la hostelería turística, actividad deleznable con la que se atraca el bolsillo del visitante a cambio de porquerías, bien podemos incluir a los ladrones de tumbas en la nómina de los nuevos emprendedores locales.

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