Alegato a favor de los ahogados del Titán

Pienso exactamente lo opuesto a un clamor popular que denota reaccionarismo y una crueldad mal disimulada

No, de esta boca que se ha de comer la tierra no saldrá ni una sola palabra de censura hacia las personas que murieron a bordo del batiscafo Titán con la intención de acercarse a los restos del Titanic. Todos los aspectos de la iniciativa de la expedición de Ocean Gate que a la gente común consideran censurables a mí me parecen dignos de elogio o por lo menos respeto.

Comenzando por la acusación de millonarios caprichosos. Con su dinero cada cual hace lo que le viene en gana. Los caprichos materiales suelen ser celebrados y admirados por las multitudes: hemos cambiado poco desde Calígula. Pero si este era un antojo, lo era de otra índole: relacionado con el descubrir, ver, conocer, experimentar, es decir, las cualidades que históricamente se han atribuido al turismo cultural y que se suelen asociar a un cierto buen gusto y actitud civilizada.

Las actitudes de base que han inspirado la expedición del Titán están íntimamente relacionadas con los valores de la modernidad ilustrada. El espíritu de descubrimiento y el ánimo a la exploración, la voluntad de dominio de la naturaleza en su faceta más arriesgada, la conciencia de la historia y los hechos de los antepasados, la recuperación de la memoria de las gestas anteriores, la asociación a la idea científica que hace retroceder las fronteras de lo conocido y lo dominado, la decisión de correr riesgos en aras de todo lo anterior.

Ciertamente, los tripulantes del Titán sólo eran turistas y no descubridores en activo. Como lo serán quienes viajen en circuitos aeroespaciales alrededor de la Tierra y la Luna o quizás más allá, los que lleguen a visitar una futura base científica instalada en nuestro satélite (que ya debería haber sido construida, en pleno 2023) o quienes participen del entrenamiento de los astronautas para ser capaces de ir más allá, igual que quienes se aventuraron en los Alpes en el siglo XIX como precursores del gran himalayismo del siglo XX. Nuestros aventureros fallecidos no hicieron otra cosa que seguir a su modo los pasos de Auguste Piccard, explorador de las profundidades submarinas e inventor del batiscafo (en quien Hergé inspiró su profesor Tornasol). Piccard, profesor de física, ascendió a la estratosfera en globo y descendió a 3.150 metros bajo el nivel del mar (récord superado por su hijo). Los pasos de Piccard han sido la guía del Titán y sus tripulantes, quienes no son físicos pero sí amateurs admiradores de su esfuerzo.

Es famosa la respuesta de Mallory a porqué deseaba escalar el Everest: “Porque está allí”. Una de las mejores novelas de alpinismo se tituló “Los conquistadores de lo inútil”. Parece que hemos vuelto atrás en la superación de la idea utilitarista decimonónica y a considerar sospechosos e incluso culpables a quienes aspiran a ir más allá aunque sea pagándolo de su bolsillo y sin deberle nada a nadie.

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