GABRIEL JARABA
En este mismo momento todos los editores de prensa impresa están pensando si los cambios en los usos de la comunicación que la pandemia está induciendo les permitirán pasar definitivamente al digital y prescindir del papel. Esta es la preocupación, si no única, principal de las empresas periodísticas, al ver que se normaliza y aumenta la difusión de la prensa digital, que el confinamiento hace que los lectores se refrenen en ir a buscar el diario de papel y sobre todo, que la aceptación del teletrabajo y de la vídeoconferencia ha sido mucho más rápida de lo que se pensaba.
El Periódico ha dado un golpe de timón significativo, nombrando director del diario al periodista que se había encargado de su transformación digital, en sustitución de la directora designada hace pocos meses para la nueva propiedad de la empresa. La Vanguardia, a su vez, está haciendo alarde de los buenos datos de difusión de su edición digital en toda España, apelando a un liderazgo en este campo que ya era buscado hacía tiempo por el nuevo director del diario.
El País parece haber puesto la proa directamente hacia el océano digital, buscando una manera decidida de acostumbrar a los lectores al muro de pago, eliminando (dicen que momentáneamente) gran parte de los suplementos impresos y argumentando la idea -justa y necesaria – de que el periodismo es un bien social que tiene un coste y que el periodismo de calidad todavía lo tiene más. Y el ABC se ha puesto a construir un muro de pago sin más manía y consideración que su propia y legítima decisión. Los otros lo miran del derecho y del revés, pero todos ellos con la idea fija en la cabeza.
Algo más que leer el periódico en la barra del bar
Acabar con la prensa impresa representa algo más que prescindir de leer un periódico que no pagamos en la barra del bar mientras tomamos un cortado. La era post pandemia nos dirá si la aceleración de determinadas costumbres sociales y personales es suficiente para aceptar ciertos cambios; cosas más complicadas se han visto, como el tímido resurgimiento en Madrid del autocine, cuando todavía recordamos el sonoro fracaso que supusieron los intentos que hubo en Barcelona de este espectáculo.
La gente ya no va por la ciudad con el diario doblado bajo el brazo, pero ¿hará un uso similar de la lectura en la pantallita del móvil de un producto pensado para ser leído con una cierta profundidad, que supera la ultrarrapidez de la ojeada? ¿Y si el periodismo de calidad que parecen prometer los promotores de suscripciones termina siendo un flujo de titulares y noticias breves en cascada que podrán ser producidos y redactados mediante herramientas de inteligencia artificial y robots redactores, que, por cierto ya existen?
“El medio es el mensaje”, que dijo Marshall McLuhan, es algo más que una sentencia sibilina mal interpretada como frase ingeniosa. La prensa digital no ha sido capaz de producir un sistema convencional generalmente aceptado de jerarquización de las noticias tanto en la portada como en el contenido general de la publicación. Un diario no es sólo el producto informativo sino el entramado complejo de complicidades establecido entre el periódico y los lectores, y más allá.
Transformar la prensa impresa en digital es una tarea mucho más ingente que dar forma a la expresión técnica de un cambio de apoyo. Representa reconstruir toda una serie de complicidades, convenciones y dinámicas cambiantes de usos y relaciones que van siempre, por definición, por el corte de la navaja: precisamente porque el medio es el mensaje. La cosa va mucho más allá de un cambio de formato y abarca transformar el ecosistema informativo para que lo que conocemos como prensa subsista o sea aniquilado o subsumido entre otras ofertas y formas de comunicación. Estoy convencido de que los empresarios editores, y profesionales con inteligencia y visión en investigación demostradas como el nuevo director de El Periódico son bien conscientes de ello.
El problema de la prensa no es el papel
En realidad, el problema de la prensa no radica en el coste del papel ni en el obstáculo que la prensa impresa pueda representar en este cambio de era. No es un problema de públicos ni de mercados, sino de modelo de negocio: asistimos al final de un negocio que ha durado unos ciento ochenta años y que se ha consistido en la venta de publicidad insertada en un medio de difusión amplio y generalizado. En resumen; todo lo demás, en digital o en papel, cuelga de aquí.
Si, pongamos por caso, la prensa informativa tal como la conocemos se exporta tal cual al soporte digital en exclusiva, continuará sufriendo de este mal principal y la cuestión permanecerá intacta: ¿el producto atrae bastante publicidad para justificar el negocio? ¿Aumentará el número de suscripciones de manera suficiente como para que compense la falta de publicidad, cuando los abonos a los periódicos han disminuido en general de manera dramática, incluso en los casos que parecían más sólidos, como en La Vanguardia? ¿Considera el lector medio que las versiones digitales adaptadas de los periódicos impresos -que es lo que son en realidad estos productos- son elementos bastante atractivos para justificar un pago regular?
He dicho más arriba que el problema es el modelo de negocio pero en realidad este hecho trae otro problema enganchado: el modelo de producto. En su campaña de justificación de las suscripciones, El País argumenta que el periodismo de calidad, que es una necesidad social, tiene un precio que hay que pagar. Esto es fácil de decir y difícil de hacer. Periodismo de calidad, ¿con qué redacciones, con qué sueldos, con qué tipo de contratos, con qué provisión de gastos, con qué relaciones jerárquicas profesionales y laborales?
El periodismo no es un trabajo individual, el periodismo se hace colectivamente y la calidad depende de la articulación de todos los elementos que dan forma al colectivo periodístico profesional. ¿Están en condiciones de crear y gestionar colectivos periodísticos de calidad los empresarios y directivos que hasta ahora han creído, tal como lo hacen los pseudoempresarios de baja calidad profesional y personal, que la solución para reducir costes es reducir personal sin reparos a la hora de tirar por la borda el talento en el que ellos mismos han invertido mucho dinero durante años? Lo dudo mucho viendo el panorama.
Quizá no hace falta un cambio de apoyo, y seguro que hay un cambio de modelo de negocio, y aún más seguro que las relaciones entre los medios y su público, en un momento de transición tan acelerada como la actual, cambiarán profundamente. Pero seguro que hay un modelo de empresariado diferente, porque no se pueden hacer cosas diferentes con la misma gente acostumbrada a hacer las mismas cosas, por más que quieran hacer ver que son capaces de hacer cosas diferentes que nadie nunca ha visto en ninguna parte.