Por si no tuviéramos suficientes desgracias, ahora vuelve a Catalunya una lacra de la que creíamos que nos habíamos librado: el anticomunismo grosero que busca privar de representación y visibilidad a una buena parte de la ciudadanía. Y lo hace desde el corazón mismo de las instituciones democráticas: en la conmemoración del 40 aniversario de la refundación en democracia del Parlament se ha escondido la existencia del Partido Socialista Unificado de Catalunya y sus sucesores. Una fuerza representativa, siempre presente y constitutiva de la fundación de la cámara desde la recuperación de la Generalitat. Como si estuviéramos en los años 50 entre las fuerzas catalanistas de la oposición clandestina, como si en el siglo XXI se pudieran exhibir actitudes que creíamos superadas y que deberían avergonzar a sus autores.
El Parlament de Catalunya conmemora este septiembre el 40 aniversario de su refundación en democracia y por este motivo su presidencia convocó el 7 de septiembre un acto solemne de reconocimiento de los diputados y diputadas que habían llevado a la institución la representatividad de los ciudadanos. Así, fueron designados personalidades que habían ostentado esta condición, como Concepció Ferrer, Francesc Codina, Dolors Montserrat, Manuela de Madre y Ernest Benach. Todos ellos dignísimos diputados, uno y una de ellos que fueron presidentes de la institución, que intervinieron sucesivamente en el acto, presentados por el presidente Roger Torrent, quien también lo clausuró.
Una situación extraña
Con ellos estaban personificadas las fuerzas políticas que hicieron el Parlament representativo de la ciudadanía durante cuatro décadas: Convergència Democrática, Unió Democràtica, Esquerra Republicana, Partit Socialista y Partido Popular. Pero no estaban presentes dos de fundamentales: el Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC) y Ciudadanos. El primero, verdadero eje de la lucha antifranquista; el segundo, el último en llegar pero la fuerza más votada en la última legislatura en el Parlament.
La mezquindad ha sido tan grande que ni siquiera se ha invitado a participar a un representante de Iniciativa per Catalunya que pudiera asumir la de los Comunes. Del PSUC a Comunes, pasando por Iniciativa, la línea representativa de esta corriente sociopolítica ha estado siempre e invariablemente presente en el núcleo central de la democracia catalana. No habría costado incorporar a un diputado que personificara esta continuidad y evolución: por ejemplo, Josep Lluís López Bulla. Antoni Lucchetti, Eulalia Vintró o Matías Vallés. La presencia de la líder parlamentaria de los Comunes, Jessica Albiach, sin intervenir, hacía aún más extraña la situación.
La evolución (o involución) de las tendencias políticas e ideológicas en Catalunya nos ha ofrecido bastamente posiciones manifiestamente sectarias y a menudo groseramente excluyentes por parte del nacionalismo processista. Pero esta exclusión de origen institucional parece devolvernos a otros tiempos, cuando la oposición al franquismo buscaba coordinarse en un solo organismo, pero las derechas nacionalistas se negaban a compartir la tarea con el PSUC, que fue excluido de las sucesivas instancias de resistencia que se crearon desde 1939.
Fue la generosidad y el realismo político de Raimon Obiols y Joan Reventós, dirigentes del Movimiento Socialista de Catalunya, quienes lograron que todo el antifranquismo catalanista acabara reunido en una sola mesa de oposición. Pero la actitud excluyente de quienes se oponían ha quedado registrada en la historia como un acto de sectarismo innegable y un ejemplo de cortedad de miras política. Fue el liderazgo e inspiración del PSUC lo que llevó a la Coordinadora de Forces Polítiques primero y la Assemblea de Catalunya después a generalizar entre la ciudadanía la exigencia de libertad, amnistía, estatuto de autonomía y solidaridad entre los pueblos de las Españas.
Quizás alguien creyó, medio siglo después, que la exclusión indebida de PSUC y Cs pasaría inadvertida al utilizar este último partido como causa de la deshonrosa decisión. Pero el PSUC es un elefante demasiado grande para pasar inadvertido cuando te lo encuentras presente en el salón de casa. Durante todo el franquismo era conocido como “el partido” por antonomasia, no sólo porque era la única fuerza organizada, estratégicamente estructurada e implantada, sino porque era mucho más que un partido comunista convencional.
Reconocido desde su fundación como Sección Catalana de la Internacional Comunista y primer partido de la Comintern que no se correspondía con un Estado, inmediatamente terminada la guerra impulsó una fuerza guerrillera de resistencia armada al franquismo y luego, a partir de su estructura clandestina, dejó las armas e impulsó todo tipo de grupos y movimientos, que culminaron en las Comisiones Obreras -creadas de la mano de los sectores progresistas de la Iglesia Católica- y los organismos unitarios opositores. Implicó en el antifranquismo, además de la clase trabajadora, a los sectores más diversos de intelectuales, pequeños y medianos empresarios, clases medias y jóvenes, estudiantes y trabajadores de todos los orígenes, y a cambio, sus dirigentes, que fueron detenidos, pagaron con cárcel y tortura su sacrificio.
Los autores de la indigna decisión del acto conmemorativo del Parlament olvidaron que ellos han ocupado sus escaños y cargos gracias a este sacrificio de las vidas de los dirigentes del PSUC, que contribuyó a la ganancia de la democracia que los hizo diputados. Un buen número de ellos se sentaron también en los escaños después de haber pasado años en prisión y largas noches en las salas de torturas.
Un arreglo nada casual: ocultar a Josep Benet del PSUC
Este arreglo no era involuntario o casual. La revista Treball, en un artículo firmado por su codirector, Marc Andreu, nos hace fijar en que en su intervención, la ex vicepresidenta Concepció Ferrer citó “como de paso, ‘el debate de la moción de censura’, pero sin explicitar que se refería a la que Josep Benet, en nombre del PSUC, presentó a Jordi Pujol en 1982”.
Paralelamente al acto del Parlament, ese día tenía lugar un homenaje a Josep Benet en el Palau de la Generalitat, presidido por Joaquim Torra con motivo del centenario del nacimiento del político, historiador y abogado catalanista. Durante el acto fue silenciada sistemáticamente la adscripción al PSUC de Benet en su vida parlamentaria y su trabajo como diputado del partido en la dirección de su grupo parlamentario.
Josep Benet representaba la realización de su máxima “un solo pueblo” y la encarnación de dicha transversalidad de la inspiración impulsada por el PSUC, coincidente con la política de reconciliación del Partido Comunista de España o la propuesta de compromiso histórico entre el partido Comunista Italiano y la Iglesia Católica, de la que Benet era miembro confeso. Fue presentado como un simple historiador “identitario” y no como el hombre que ayudó como nadie a hermanar a los trabajadores industriales castellanohablantes y a los ciudadanos catalanistas de clase media.
El sectarismo político es una sustancia altamente tóxica y con gran potencial explosivo: puede estallarle en la cara con mucha facilidad a quien hace un uso excesivo o torpe. Hay que aplicarlo con pequeñas dosis y oportunidad cuidada para que haga el efecto -disimular, engañar, tergiversar- porque si no se vuelve en contra de quien lo utiliza y lo hace quedar con el culo al aire. En esta galdosa postura ha quedado la Generalitat de Catalunya en peso, con las tres instituciones que la constituyen, Parlament, Presidente y Govern.
Ya hace tiempo que los aires de decadencia que se respiran en el país son cada vez más perceptibles pero ahora el hedor ya se esparce desde la misma institución depositaria de la representatividad democrática. Los que tenemos memoria y decencia también tenemos voz para denunciar esta impostura que no sólo ofende a unas siglas históricas sino a los miles de catalanes que formamos parte y quienes las votaron.