El día 1 de Julio se inaugura la escuela doctoral de verano. Este curso trata sobre una cuestión que parece capital: cómo pueden responder la comunicación y el periodismo ante el desafío de la información. ¿Puede describirnos de qué manera abordarán esta temática?
Queremos ayudar a responder a esta pregunta desde un punto de vista reflexivo, y científico. Un programa de doctorado es, de hecho, una plataforma colectiva para investigar científicamente respondiendo a ciertas preguntas. Pues en esta escuela de verano, lo que buscamos es ordenar las preguntas que, desde muchas perspectivas, se hacen con relación al objeto del programa que, como indica su título, es «Comunicación y periodismo frente al reto de la desinformación».
Hemos dividido las sesiones en dos partes diferenciadas. Las mañanas las hemos dedicado a conferencias y debates con investigadores y doctores que trabajan, desde diferentes disciplinas, la desinformación y su contexto, y cómo los medios y el trabajo periodístico se enfrenta a ellos. También hemos invitado a los directores de los grupos de investigación del departamento. A todos ellos les hemos pedido dos cosas. La primera, que formulen las preguntas que consideren esenciales sobre el tema general de la desinformación, que nos ayuden a comprender lo que es relevante y descartar el ruido. La segunda, que expongan de un modo sintético las grandes líneas de investigación sobre la cuestión.
Las tardes, la segunda parte del día, se dedicará a que sean los doctorandos del programa, los que intervengan mostrando sus propias investigaciones doctorales (o del grupo de investigación en el que se integran) siempre en relación con la temática general de la Escuela. Para ello, organizaremos mesas redondas y coloquios que agruparán áreas concretas de investigación. También existe la posibilidad de que quienes lo deseen presenten un póster sobre su trabajo de investigación doctoral y estén dispuestos a conversar sobre él con quienes estén interesados.
¿Quienes y por qué participan en la primera parte, en las sesiones de la mañana?
En el programa están todos los nombres, y su CV. Pero voy a referirme en concreto, a lo que le hemos solicitado a cada uno de ellos. Inaugura la semana el Dr. José María Mártínez Selva que es catedrático de psicobiología de la Universidad de Murcia. Ha trabajado mucho sobre la relación entre medios y redes y la sicología personal, con énfasis en factores cómo el estrés, las relaciones personales, etc. Acaba de publicar un libro cuyo tema aborda desde la base y desde su origen la cuestión de la verdad y de la mentira: La ciencia de la mentira. Nos ha parecido que, como apertura del curso, su enfoque pluridisciplinar -que va desde la neurología hasta la sociología y la teoría de la comunicación- era muy pertinente. De él esperamos que sitúe la cuestión de la desinformación en un contexto amplio y que nos facilite una perspectiva holística.
Luego, hemos invitado a distintos profesores y doctores del programa departamento -Luis Pérez, Santiago Tejedor, Michele Catanzaro, Cristina Pulido, Teresa Velázquez, Carmina Crusafón, Sally Samy, Samy Tayie, y otros- a mostrarnos su diferentes puntos de vista sobre la cuestión. Así, trataremos de la polarización y los medios, del método científico y el periodismo, de las aportaciones de la IA al periodismo -con sus problemas y sus soluciones-, la política de la UE en relación con la desinformación, etc. Y cerramos la semana con la aportación de otro profesor invitado, el Dr. Lluís Codina que se ocupará de ayudarnos a desentrañar las aportaciones que la IA puede hacer en nuestro trabajo científico en la lucha contra la desinformación.
Creo que el programa es muy interesante y bastante completo en su enfoque. Esperamos que sirva, sobre todo, para enriquecer las diferentes investigaciones doctorales de los investigadores del programa.
¿Pero el curso solo está destinado a ellos?
No, el curso está abierto a todos los investigadores, estudiosos y profesionales interesados en la medida de las capacidades de nuestras salas. Serán muy bienvenidos.
Desde su punto de vista, ¿cuáles son los retos del periodismo y la comunicación ante la desinformación?
Son muchos, variados y afectan a diferentes dimensiones de nuestra vida personal y social.
Para tratar de responder a esta pregunta hay que contextualizar muy bien el fenómeno. Lo que hoy llamamos desinformación es un fenómeno sempiterno en la humanidad. Tiene que ver con el conocimiento y la distribución del poder. Quienes son poderosos, gobiernan o sencillamente, quieren imponer sus designios a otros siempre han sabido que para conseguir sus objetivos tenían que imponer un desequilibrio cognitivo (o de información). Ellos tenían que acumular más y mejores conocimientos que aquellos a quienes tratan de imponer su voluntad. Y para eso han puesto, a lo largo de la historia, muchas estrategias diversas, pero siempre orientadas a ese fin: acumular información en exclusiva, prohibir la circulación de la información, informar selectivamente, desinformar, ocultar, manipular, falsear, etc. Todas estas estrategias se corresponden y se adaptan a las circunstancias y tecnologías de las diferentes épocas, y a sus sistemas de información. En la nuestra, está claro que esta distribución desigual del conocimiento, o de la información, se corresponde (y alimenta) desigualdades de recursos (de subsistencia, por un lado, y de fuerza, por otro), pero también de relaciones sociales (capital social) y culturales (capital cultural). Y esa distribución desigual se realiza en medio de lo que hemos denominado el tsunami mediático (la gran mediatización) que ha digitalizado -mediante grandes plataformas- las relaciones humanas. Es eso lo que tenemos que estudiar.
Personalmente y con mi equipo de investigación, nos hemos ocupado de muchas vertientes de este problema. He tratado de describir y teorizar cómo las tecnologías mediáticas transforman la cultura y la sociedad afectando a dimensiones de nuestra existencia de las que teníamos poca conciencia. Lo he hecho en La gran mediatización. Traté de llamar la atención sobre el enorme y creciente poder de las grandes plataformas que estaban dando lugar a dos fenómenos preocupantes: a) la supervigilancia, un nuevo sistema de control masivo sobre las personas; y b) la concentración del poder político y tecnológico, lo que se ha llamado más tarde tecno-feudalismo. Creo que cuestiones como las cámaras de eco, los estudios sobre la post-verdad y, en general, lo que se está estudiando sobre la desinformación, responde a un problema doble, derivado de la distribución desigual del conocimiento, por un lado -que, como he dido es un problema casi eterno- y, por otro lado, un fenómeno bien reciente que actúa como infraestructura comunicacional y como acelerador de procesos que es el tsunami digital.
Pero, más en concreto, cómo afecta esta distribución desigual y el tsunami mediático al periodismo.
Pues, seamos rotundos, como una catástrofe que no por anunciada resulta menos grave. Catástrofe económica. Los medios periodísticos ya no logran un modelo de negocio que les haga subsistir, y entonces, desaparece, despiden personal y cierran. O bien, se transmutan en sistemas de infoentretenimiento (y ficción) que utilizan los cambios del mundo como una ocasión para lanzar discursos que aunque parecen periodismo, no cumplen con los estándares.
¿A qué estándares se refiere?
A los que han hecho del periodismo un discurso fiable sobre el mundo. Y que se resumen en pocos enunciados: la separación entre hechos y opinión. La aceptación de que el mundo tiene una realidad empírica a la que podemos aproximarnos con un método parecido al científico; la necesidad de objetividad o neutralidad (que no excluye el compromiso con ciertos valores) pero que exige no mentir, no tergiversar, no ocultar los hechos; y, finalmente, un compromiso ético de honestidad y credibilidad que se establece con el público… Todos estos enunciados o principios son los que han constituido el periodismo como un discurso propicio al entendimiento del mundo y soporte del entendimiento democrático a la hora de configurar las estructuras de poder. Es ese discurso el que puede construir una esfera pública democrática. Pues bien, lo que ahora se llama periodismo o bien es muy débil y ha perdido fuerza de convicción o impacto en la opinión pública, o es un híbrido entre el lenguaje conquista, de entretenimiento, y de banalización de la sociedad.
Si estos estándares se pervierten por el sensacionalismo, la banalidad o la manipulación, el periodismo irá desapareciendo paulatinamente.
Pero ¿qué se puede hacer?
Creo que la investigación actual nos ayuda mucho. Nos ayuda a analizar críticamente la situación y a buscar soluciones.
En el aspecto crítico, se empieza a reconocer que el fenómeno de eclosión global, y completamente desregulado, de Internet y las redes sociales no está ayudando a sostener las democracias. Al contrario, las erosiona. Potencia la circulación de las falsedades y del discurso del ocio antes que el pensamiento científico y el discurso de comprensión. Satura la información y embota el sentido. Y, sobre todo, reduce la sociabilidad directa y nos envuelve en burbujas donde solo prosperan las cámaras de eco. Creo que hay muchas evidencias de todo esto, aunque algunos efectos pueden debatirse y aún nos faltan conocimientos para tener completa certeza de lo que está pasando.
En el aspecto constructivo y político (también profesional), parece que las apuestas son firmes y se mueven en tres direcciones: a) la búsqueda de sistemas comunicacional más plurales y diversos, que queden al margen de influencias económicas y políticas, y que puede afrontar con seguridad la cuestión de la supervivencia económica; b) la regulación de las redes sociales, de Internet y de la IA: por primera vez, parece que se extiende un cierto consenso sobre la necesidad de regulación ética, profesional y legal de muchos aspectos relacionados con el tsunami mediático; y c) la transformación del sistema político, especialmente del funcionamiento de las democracias: parece que las ciencias de la comunicación y las ciencias políticas, están buscando el modo de hacer que la esfera política democrática se haga más transparente, más participativas, menos demagógica y que asegure una buen distribución del poder y una eficaz resolución de los conflictos y problemas.
¿Hay visos de solución?
Soy optimista. No se puede negar que estamos ante grandes retos y que nos enfrentamos a obstáculos enormes. Pero la investigación y el debate público pueden ayudar a muchos -y en muchos aspectos- a encontrar soluciones.
Creo que la comunidad científica está siendo muy activa al respecto. Se está poniendo un énfasis explícito y más notorio que nunca antes en el papel de la alfabetización mediática y la alfabetización periodística. En este sentido, hemos pasado de planteamientos que se relacionaban especialmente con la educación y la formación a involucrar un conjunto más amplio de problemas. Este movimiento está siendo potenciado por organismo internacionales como UNESCO que ha hecho de la Media and Information Literacy un eje central de su actuación en el campo de la información y la libertad de expresión. Lo mismo ha sucedido con Naciones Unidas, que ha lanzado un amplio programa de actuación contra la desinformación. También la Unión Europea ha puesto la alfabetización mediática en el centro de la lucha contra la desinformación. El World Economic Forum también está hablando de los riesgos globales de la desinformación, etc. En fin es notorio que el problema preocupa.
Las soluciones y contribuciones que desde el campo académico se están poniendo en marcha son muy interesantes y ofrecen una información muy valiosa. Van desde observatorios especializados en la lucha contra la desinformación, EDMO, observatorios e informes sobre el pluralismo, iniciativas políticas como las del Consejo de Europa, redes profesionales y académicas, como la Alianza global de la UNESCO, la red de UNESCO de universidades en favor de la MIL, o la que están promocionando estados concretos como EEUU, DCN.
En conjunto, creo que se encontrarán soluciones. El problema es que lleguemos a tiempo de evitar catástrofes.
¿A qué catástrofes se refiere?
A las muchas que pueden sobrevenir: terror de la convivencia, conflictos cívicos, confrontaciones armadas, erosión de la democracia, perversión de la esfera pública… Todo esto tiene que ver con los medios, la comunicación, el periodismo y la información. Y los problemas en un momento de cambio geoestratégico y tecnológico tan importante como el que vivimos, crea mucha incertidumbre.
¿La polarización social es un factor agravante?
Un cierto grado de confrontación y de conflictividad dialéctica es enriquecedor para la democracia, para que la información sea fiable y, sobre todo, para encontrar soluciones a los conflictos. Lo que sucede es que esa confrontación necesita un marco de argumentación de razonamiento estable, sosegado y explícito. Es preciso escuchar con serenidad todas las voces, que haya igualdad en los intercambios, que los discursos sean racionales, se basen en datos empíricos y respeten los hechos tanto como a los interlocutores. Si esto se da el debate (aunque sea polarizado) es bueno. Sin embargo, lo que estamos viviendo en nuestros días es que los debates se alejan de la racionalidad, se basan en discursos emocionales en los que la identidad, la subjetividad y el sentimiento parecen prevalecer sobre cualquier otra consideración. Así, se extiende el victimismo, el miedo, los impulsos emotivos, no balanceados por ningún cálculo. E, incluso, la perspectiva sobre la realidad se difumina: no se atiende a la ciencia, sino a la voluntad de quien quiere ver la realidad a su modo… Si esto sucede dentro de un sistema mediático donde la circulación de la información no se filtra ni se somete a crítica, en el que cualquier afirmación, verdadera o falsa, se difunde a la velocidad de la luz, entonces el problema es grave. Paul Vrilio hablaba de que nos movemos en las dimensiones de una explosión atómica, así funciona la información hoy en día. El riesgo pues es grande, y la polarización es el catalizador del fanatismo y de la expansión de enunciados que no se corresponden con la realidad.
¿Qué pasa con el discurso científico?
Paradójicamente, cuanto más y mejor es la ciencia que se practica, en el discurso popular (y de ciertas élites) reaparecen estereotipos, tópicos y supersticiones que parecían superadas. Es como si estuviésemos viviendo una cierta involución. Frente a ello los medios y el periodismo tiene que hacer la ciencia y sus métodos más populares, expandirlos por todos los ámbitos de la sociedad. Hacer que la ciudadanía participe en las decisiones de los científicos y en la consideración (y regulación del impacto de la tecnología). Esto es importante y cuestión de supervivencia.
Cuando nos referimos a programas de doctorado como el de Comunicación y Periodismo, es muy importante -y lo pongo como ejemplo- que en la elección de los objetos de estudio, en la implementación de métodos y en la presentación de resultados, los doctorandos se acostumbren a debatir no solo con expertos e investigadores, sino también con la gente corriente, con los que viven y sufren, a veces, los efectos de la comunicación. Creo que esta es una manera más participativa y creativa de hacer ciencia. Y de investigar en comunicación.
Por tratar de algunos de los temas que se presentarán en la Escuela de Verano, ¿Qué sucederá con la IA y el periodismo?
No lo sabemos. Estamos empezando a pensar que la IA es, al mismo tiempo, una ayuda y un riesgo. Empecemos por los riesgos. El riesgo menor es la sustitución, que la IA sustituya algunas tareas que hasta ahora hacían los periodistas. Y el riesgo mayor es que los suplanten (lo que es una sustitución encubierta y disimulada). Si la suplantación se produce, el periodismo está arruinado, no será nada, solo una generación maquinal de discursos.
Esto es lo que debe esclarecer la investigación sobre IA. ¿Hacia dónde vamos? ¿Dónde queremos ir? ¿Dónde debemos ir? Y ¿cómo llegamos a los destinos que nos proponemos?
Por ahora la investigación que podemos hacer es muy débil. No disponemos de los recursos que las grandes plataformas tecnológicas están movilizando. No podemos investigar ni sobre ellos (apenas) ni con ellos (casi nada). Con lo cual estamos desarmados, en riesgo. Creo que este es uno de los grandes problemas que debemos solucionar pronto. Si no la deriva de la tecnología y la aplicación de la IA en el periodismo y en los medios será autoritaria.
Con todo lo que expone, asusta un poco el mundo futuro.
Como investigadores deberíamos estar alerta, pero sin miedo. El asedio de la falsedad y la superstición ha sido constante en la humanidad, como el asedio del poder abusivo y de la desigualdad. Hoy tenemos métodos para combatir estos males. Tenemos nuevos riesgos, pero más inteligencia colectiva para tratar de resolverlos. Hemos de convivir con la falsedad, la hipocresía, la mentira, son consustanciales a la vida social. Pero la lucha por la verdad, por el respeto y la fiabilidad es nuestro mejor antídoto. no podemos cejar en ella.
Convivir con la mentira sin dejar de luchar contra ella. El periodismo y la ciencia pueden estar en vanguardia de este movimiento, y la investigación acompañarlo con todo su conocimiento e inteligencia.