Sobre la evolución del género de sucesos y la crónica negra; de un cierto modo de control social en el franquismo a la pseudoinformación de consumo en democracia
GABRIEL JARABA
Hay cosas que los jóvenes que vivimos el franquismo creíamos que iban a desaparecer con el progreso, como la música pachanguera, la prostitución, el fútbol y la prensa de sucesos. Un mundo más evolucionado no podía ser un lugar donde se prefiriese el chachachá al rock, se ejerciera el sexo de pago, y se diera el pseudodeporte como alienación popular y el espectáculo de la sangre como entretenimiento. La llegada de la democracia y el progreso de la sociedad implicarían cambios de costumbres que dejarían atrás taras colectivas pero también individuales.
Éramos ingenuos, sí, pero también idealistas. Para nuestra generación, ganar la democracia conllevaba acceder a una vida nueva, dejar atrás la oscuridad y la podredumbre y gozar, gracias a la cultura y la libertad, de unas nuevas formas de vida más satisfactorias y dignas. La información de sucesos era, entonces, una reminiscencia de la España negra que queríamos dejar atrás y que representaba no sólo el espíritu de un tiempo llamado a desaparecer sino un espacio en el que confluía tanto el cultivo de la violencia como el deseo concupiscente de gozar sin riesgo de su contemplación. Los jóvenes idealistas del franquismo no comprendimos que el voyeurismo de la violencia formaba parte de una digamos tradición de las sociedades industriales llamadas a ser sociedades de masas que era y es de notorio arraigo, hasta tal punto que se ha convertido en un sólido producto comunicacional. La prensa de sucesos no sólo iba a seguir existiendo en nuestros días sino que alcanzaría un éxito popular mediante la televisión que nunca hubiera podido tener bajo los formatos del folletín y la revista barata y mal confeccionada.
La lectura de La ciutat violenta, de Jordi Corominas i Julián, escritor y colaborador habitual de Catalunya Plural, es una obra profundamente esclarecedora de esa pulsión de violencia y su voyeurismo social. Es un repaso histórico del siglo XX y parte del XIX que describe, como trasfondo, la formación de la ciudad moderna que resulta del éxito económico del capitalismo local, con la consiguiente inmigración del campo, proletarización y masificación, tanto urbana como social, y adaptación de la capital catalana a las características sociales y de costumbres de las urbes europeas. La lectura de esta obra nos permite comprender que el espectáculo mediático de la violencia no es cosa de ahora sino que se remonta a épocas más tempranas y ha estado siempre ligado a las modernas corrientes que resultan de la fusión de la cultura de masas con las tradiciones orales.
Estas tradiciones encierran siempre un modelo de narración digamos mítica que refleja temores profundos residentes en el cuerpo social de cada momento. Por ejemplo, el rapto de niños que serán asesinados para utilizar partes de su cadáver, las mujeres secuestradoras de los mismos, o las muchachas jóvenes hechas desaparecer para abocarlas a la prostitución de lujo u otras leyendas urbanas. Algunas leyendas de este tipo provienen incluso de leyendas rurales (el sacamantecas) y han continuado hasta tiempos recientes, como el caso de una corsetería de la calle Pelayo en la que a veces las señoritas entraban a proveerse de lencería y ya no volvían a salir, perdidas quizás en exóticos burdeles de ultramar. Esa corsetería nunca existió pero aún ahora sigue habiendo gente que cree a pies juntillas que era la puerta de entrada a un ignoto mundo de corrupción. ¿Una exageración? Actualmente el populismo trumpista americano cree que el gobierno de Washington está en manos de una secta de pederastas que dirige la política institucional y se propone instaurar un nuevo orden mundial. La gente que piensa así constituye una importante porción del electorado y vota en consecuencia. Tampoco existió “la vampira del Raval” y generaciones de madres temieron que sus hijos fueran raptados.
La narración, real o mítica, de la crónica violenta barcelonesa del siglo XX se transformaría con el franquismo. El régimen que resultó de la victoria de 1939 era muy consciente del papel que la percepción de la violencia iba a tener en una sociedad cuya cúpula política quería presentarse como la propiciadora de una paz social que rompería con las supuestas causas de la guerra (el desorden y la revuelta en la España republicana), de modo que incluso quienes no eran en principio partidarios de Franco iban a plegarse al bien superior de la paz civil establecida por la fuerza de los hechos. La primera campaña de propaganda política realizada en el franquismo se tituló, precisamente, “25 años de paz”, como ejemplificación de que una combinación de dictadura “benéfica” y desarrollismo (industrialización y turismo) iban a arrancar a España de una tradición secular de violencia.
La percepción pública de la violencia que tanto preocupaba al régimen se extendía al advenimiento de catástrofes. La España de la quietud a ultranza no podía ser un territorio sometido al albur de lo inquietante, como cualquier otro país. En 1944 tuvo lugar un accidente ferroviario descomunal, un choque de trenes sucedido en Torre del Bierzo y protagonizado por el expreso Madrid-La Coruña, con 100 muertos y más de un centenar de heridos. La responsabilidad fue hecha recaer sobre el maquinista pero la causa residía en el deficiente estado de la vía. La censura entró en acción y se prohibió la referencia al suceso en la prensa e incluso su mera citación. No había desgracias colectivas en la España de Franco, donde todo funcionaba perfectamente. Del mismo modo que catástrofes producidas en el extranjero eran profusamente difundidas, como el terremoto de Agadir, Marruecos, en 1960 (antecedente inmediato del actual de Marrakech) o la ruptura de la presa de Malpasset, en el sur de Francia, en 1959, con las inundaciones de Fréjus. Las grandes desgracias sólo les ocurrían a los demás países, no sólo los subdesarrollados sino los europeos, mientras aquí vivíamos en el paraíso franquista.
Ese contexto determinante explica la política franquista de tratamiento del suceso basado en la violencia personal. Esa política consistía en mantenerlo delimitado tanto en el aspecto mediático como el social. Para ello, se utilizó la aparición de dos semanarios, El Caso y Por qué, destinados a un público muy popular y casi analfabeto, el primero impreso en papel prensa y apariencia muy precaria, y el segundo con aspiraciones a asemejarse a la prensa francesa sensacionalista del género, en huecograbado. La fidelidad de ambos a la acotación social del suceso venía garantizada por sus propietarios. En El Caso, el dueño era Eugenio Suárez, un falangista veterano de la guerra que obtuvo como compensación la licencia para la publicación del semanario y de una revista, Autopista, orientada a satisfacer las aspiraciones populares en materia de automoción. Suárez era un periodista avispado y expeditivo –acudía a la redacción armado con una pistola—que entendía la pulsión morbosa de su público y popularizó la figura de una reportera femenina de sucesos, Margarita Landi, que se caracterizaba por fumar en pipa y conducir un descapotable. Era una periodista estrella avant la lettre que destacaba como mujer independiente y aventurada ante unas lectoras que eran amas de casa sumisas de grado o por fuerza: un Sherlock Holmes femenino con pretensiones de chica Bond –también tenía pistola- cuando en la prensa de la época no había mujeres en las redacciones. Fuera de esos dos semanarios, los sucesos ocupaban un espacio reducido en la prensa diaria e inexistente en la prensa semanal, y nunca aparecían en portada.
La orientación de Por qué, establecida en Barcelona, estaba muy vinculada a su fundador y director, Enrique Rubio, cronista de sucesos que alcanzó gran popularidad en la radio como narrador de cierta picaresca expresada en el timo y dotado de amplias y poderosas fuentes informativas en las comisarías y la brigada de investigación criminal. Rubio había estado exiliado en Francia tras la guerra pero pudo regresar a España y obtener un puesto fijo en la Renfe, se dice que en el marco de la recuperación de exmiembros de CNT y FAI, dispuestos a colaborar con el régimen. Entre una y otra publicación fue tomando forma una cierta hemeroteca del crimen en la España franquista que renovó las leyendas urbanas vinculadas a la delincuencia y cuyo repaso puede definir un álbum de cromos de lo criminal cuya enumeración ha configurado fuertemente la mentalidad de la época. Revisemos algunos episodios y observemos a qué mitos populares y leyendas urbanas se vinculan.
- JARABO, ASESINO DE MUJERES. Personaje con ínfulas de seductor que llegó a asesino en serie. Ladrón de joyas y chantajista de mujeres de los años 50 ejecutado por garrote vil. Leyenda: chulo perteneciente al lujo mundano, hombre peligroso del cual las damas debían guardarse. Primer caso de popularidad del crimen glamuroso en el Madrid de los cócteles, la vida disipada y el contrabando de penicilina.
- EL ARROPIERO, DEFICIENTE MENTAL ALTAMENTE PELIGROSO. Manuel Delgado Villegas, asesino en serie ex legionario, necrófilo y débil mental, que mataba al azar. Un psicópata vagabundo que tanto asesinaba a algunas novias precarias como a víctimas desconocidas. Macarra y chapero al borde de la oligofrenia encarcelado durante dos décadas cuya imagen recordaba a Cantinflas. Leyenda: el monstruo puede ser cualquier tipo raro surgido del inframundo cutre, el enfermo mental también puede ser un asesino y hay que temerlo.
- EL LUTE O LA CONSTRUCCIÓN DEL ENEMIGO PÚBLICO NÚMERO UNO. La portada de El Caso en la que aparecía Eleuterio Sánchez detenido entre dos guardias civiles y con un brazo en cabestrillo es una imagen icónica de la España negra de los 60. Con él se popularizó la imagen del quinqui, apócope de quincallero, perteneciente a una etnia más ignorada y estigmatizada que los gitanos, y epítome de una alteridad poco menos que imposible de integrar. Pero Eleuterio estudia en la cárcel, se hace abogado y denuncia las injusticias contra los marginados. Leyenda: la construcción deliberada de un enemigo público número uno fue una tarea conjunta entre fuerzas policiales, prensa franquista y reaccionarismo sociopolítico; la España triunfante del desarrollo necesitaba un gángster aunque fuera de estar por casa. El Lute se rehabilitó, pero siempre ha sido mirado con recelo.
- EL ASESINO DE PEDRALBES O LA VENGANZA DEL MAYORDOMO. José Luis Cerveto, mayordomo y chófer de una familia barcelonesa bienestante, fue despedido al descubrirse que le gustaban los menores. Se vengó asesinando a la familia que lo había empleado, fue condenado a dos penas de muerte e indultado a raíz de la muerte de Franco. El documental sobre su vida dirigido por Gonzalo Herralde fue la primera pieza de true crime realizada en nuestro país, el seguimiento de su trayectoria fue una obra maestra del periodista José Martí Gómez, que reveló la complejidad psicológica del personaje. Leyenda: en España el mayordomo también puede ser el asesino pero aquí el crimen revela a un pervertido disimulado.
Es interesante observar cómo los crímenes referidos por la prensa de sucesos del franquismo evolucionarán hacia una mayor complejidad o por lo menos relación denotativa de la sociedad en que se producen. El asesino de la transición ya no es El Arropiero o El Lute sino que los crímenes con los que se va construyendo la narración popular de los sucesos responden a circunstancias propias de una sociedad de libertades. Observemos algunos de los casos más destacados de esta época.
- EL ASESINATO DE LOS MARQUESES DE URQUIJO. El famoso caso del crimen de los marqueses de Urquijo introduce en España el family plot hithcockiano. El matrimonio aparece asesinado en medio de una trama en la que aparecen actores harto dudosos: su hija, Miriam de la Sierra, su amigo, Dick “el americano” y Rafi Escobedo, el marido de Miriam. Un eterno perdedor que se lleva las culpas y se retracta del crimen tras el asesinato. Acaba suicidándose en su celda. Leyenda: los ricos también lloran, las fortunas cambian de manos y alguien acaba pagando el pato.
- LA DULCE NEUS. Otro family plot en el que una mujer harta de la violencia machista implica a sus hijos en la eliminación del padre. Quizás una de las primeras visibilizaciones de una víctima de la violencia marital en un complejo marco psicológico que va más allá de ella. Leyenda: la mujer maltratada siempre es una víctima pero las hay que despiertan desconfianza: en el fondo de una parricida siempre acaba habiendo una mala mujer.
- LOS DESAPARECIDOS DE “QUIÉN SABE DÓNDE”. El programa de desaparecidos es un género televisivo en sí mismo, que presenta una forma de sucesos bajo la apariencia de servicio público. Quién sabe dónde fue un hito en la historia de la televisión y una de las puertas por las que se colaron los sucesos en el medio una vez en democracia. Leyenda: la vida es precaria y en cualquier momento se puede producir un giro del destino que te haga desaparecer del mapa (actualmente hay en España 5.529 casos de desapariciones sin resolver).
- LAS NIÑAS DE ALCÀSSER. El año 1992 parecía significar la puesta de largo de la sociedad española: Juegos Olímpicos de Barcelona y Expo de Sevilla. Pero se produjo también otra consagración de la normalidad: el asesinato en grupo por el placer de matar. Las tres niñas raptadas, vejadas y asesinadas cuando iban a la discoteca se convirtieron en un símbolo de la crónica negra en España, incluyendo la aparición de la mentalidad conspiranoica que hoy triunfa en América. La sobreexplotación mediática del caso hizo una estrella de Nieves Herrero, una presentadora corrientita y al mismo tiempo la hundió posteriormente por su falta de dominio del espectáculo de la sangre y sus implicaciones. Leyenda: nuestras hijas están siempre en peligro y hay que refrenar sus ansias de libertad.
- EL PUB ARNY Y LA CORRUPCIÓN DE MENORES QUE NUNCA EXISTIÓ. La extensión de las leyendas urbanas trágicas es natural en un país líder en maledicencia, y la del pub Arny fue un paso adelante en la modernización de las historias truculentas falsas. Nunca hubo tráfico de menores homosexuales en aquel local sevillano, y todo eran habladurías, pero el pseudocaso ocupó amplios espacios de todos los informativos, dando la medida de lo dura que puede ser la “pena de telediario”, de la que nadie te absuelve aunque seas inocente. A Javier Gurruchaga le costó la carrera. Leyenda: el hombre de los caramelos moderniza sus asedios y hay que prevenirse siempre contra los maricones pervertidos.
- ROCÍO WAHNNINKOF: LA LESBIANA TIENE QUE SER LA ASESINA. En el asesinato de la joven Rocío Wahnninkof se dan todas las circunstancias de la chapuza nacional en la pesquisa criminal: una investigación policial precaria y mal orientada, la ausencia de presunción de inocencia, la presencia de un “mala” de manual, aunque inocente, y el papel de los medios como instigadores de la maledicencia y la falsa imputación. En 1992, siete años después de la “noche de sangre” de Antena 3 y las niñas de Alcásser, las televisiones sin excepción habían aprendido a sacar jugo del crimen, veracidad aparte, y a superar con creces los historiales de la prensa de sucesos franquista. Un jurado popular declaró culpable del asesinato a la novia de la madre de la víctima, y un posterior crimen, el de Sonia Carabantes, obligó a abrir una nueva investigación que halló al verdadero culpable, Tony Alexander. Del caso surgieron varias series de Televisión Española y Netflix, que también habían aprendido a producir true crime con unos ingredientes espectaculares. Leyenda: la mujer fatal puede ser una asesina, pero si su orientación sexual es no convencional, seguro que es criminal.
- LA NIÑA INGLESA ROBADA EN VACACIONES. Madeleine McCann, una niña inglesa de cuatro años, desapareció de su cama cuando estaba de vacaciones con sus padres en Portugal, en 2007. Las sospechas cayeron sobre sus progenitores, como si hubieran querido encubrir un accidente, y la prensa sensacionalista británica hizo del asunto un caso de alcance mundial. En España hicimos nuestro el suceso, por proximidad emocional, dados los miles de familias inglesas que pasan sus vacaciones entre nosotros. En estos años han aparecido supuestas Maddies que con los años habrían cambiado pero la verdadera nunca apareció. Leyenda: el robo de niños en la cuna es un clásico del crimen a través de los tiempos y de ello no se salva nadie, ni siquiera en vacaciones: la democratización de las vacaciones pagadas puede implicar también la desgracia.
- ASUNTA BASTERRA, UNA HIJA DE USAR Y TIRAR. La evolución de costumbres en España alcanza un punto de no retorno en 2013, cuando Asunta, una niña adoptada en China con un año de edad. El boom de adopciones de niñas chinas que alegran hogares españoles sin descendencia tuvo en su caso un dramático contraste: la asesinaron sus propios padres adoptivos cuando, a sus 12 años, se cansaron de ella. Leyenda: no todos saben merecer la bendición de un hijo e incluso algunos lo consideran de usar y tirar. Es de bien nacidos ser agradecidos.
- EL CRIMEN DE LA GUARDIA URBANA O LA MUJER FATAL EN UNIFORME ES PEOR. El último caso que referimos incluye muchos elementos clásicos de la crónica negra de todos los tiempos y ha originado los productos audiovisuales de true crime quizás más depurados en nuestro país. La condenada por el llamado crimen de la Guardia Urbana sabe muy bien que representa una figura arquetípica que llama a la culpabilidad a gritos, aunque pueda ser inocente, y juega con esa posible sensación popular. Mujer, asesina, interesada, oportunista, que mata a su ex pareja por un nuevo compañero, violenta y bronquista, líder de galería en la cárcel entre las presas, y policía municipal, abre las puertas de la sensibilidad popular a los gustos en literatura erótica inaugurados por 50 sombras de Grey. Leyenda: los compañeros sexuales en uniforme, sea este real o disfraz, nos ponen, y una mujer policía asesina es el no va más en la evolución de la mitología del crimen española.
La lectura de todos estos casos, que no agotan la crónica negra de las últimas seis o siete décadas, permite trazar una línea de evolución no sólo del asesinato real en nuestro país sino de su percepción popular, vinculándolo tanto a leyendas urbanas como a estructuras míticas de la psique colectiva, lo que explica a menudo la atracción que produce el género de sucesos, mucho más que unas referencias truculentas en el cuerpo social.