El periódico como educador popular

Fueron los periodistas quienes escribieron los textos que hicieron realidad la alfabetización de las clases más modestas

Escrito por GABRIEL JARABA

En nuestro artículo anterior tratábamos de explicar que el papel de la prensa impresa en la democracia es insustituible, comenzando por su rol potencial como elemento de alfabetización mediática. Es decir, la educación popular en el uso del derecho a la libertad de información, comenzando por la comprensión de los modos que esta adopta. Eso conlleva una grave responsabilidad para los periodistas: su condición de agentes de educación popular.

La visión democrática de la comunicación atribuye a los medios una triple misión: informar, entretener y formar. Y con ello, el papel del periodista como formador cívico e incluso como educador popular y social. Los que hemos sido autodidactas lo sabemos bien: para muchos de nosotros, los periódicos han sido las aulas donde hemos hallado las primeras ideas para la consideración de nuestro entorno social. Cuando existen ganas de saber, los periódicos representan la primera oportunidad de trabar conocimiento con el mundo de las ideas y los hechos que van más allá de los intereses de nuestro entorno familiar.

Los periódicos han sido, junto con la escuela, el primer frente en la lucha contra el analfabetismo, el elemento que fue decisivo en la alfabetización popular y su extensión a todos los niveles. Fue por ello despreciado por las élites como vulgar, pero fueron los periodistas quienes escribieron los textos que hicieron realidad la alfabetización de las clases más modestas.

También la literatura de ficción que más tarde devino clásica ocupó su lugar gracias a los periódicos. Las grandes obras de Alexandre Dumas o de Charles Dickens y muchos otros fueron publicadas primero como series en la prensa. Fueron antes folletines que novelas y no se editaron en libro hasta después de que hubieran sido un éxito de ventas en formato folletín. La proximidad entre el periodista informador y el escritor en funciones de educador popular era mayor de lo que se supone ahora. Dickens, el autor de David Copperfield, fue periodista antes que escritor de ficción: el creador del reportaje de denuncia social.

El papel de la radio y de la televisión en la difusión de la cultura –en tanto que agentes de difusión de la palabra— tampoco ha sido desdeñable. El hecho de que la palabra de terceras personas entrase en el hogar fue un gran elemento de socialización. Qué importante es para la vida democrática aceptar la palabra de los otros, de los desconocidos, los que no tienen que ver con nuestros intereses inmediatos o nuestros puntos de vista. Educación es conocer lo que hay en el mundo más allá de nuestra casa. Tómese a un niño mal escolarizado o mal instruido y pronto se verá a una persona que apenas se interesará por nada que no pertenezca a su entorno vital más próximo.

El papel educador de los medios va más allá de la popularización de diversos grados y aspectos del conocimiento. Los medios masivos se convierten en agentes educativos por ser el centro de la socialización en las sociedades actuales. La comunicación ha abierto las puertas del hogar y las de las mentes de cada cual a los espacios que componen nuestro complejo mundo, a otras gentes, pueblos, razas y mentalidades. Los periódicos, los medios, los periodistas, nos sacan de nuestros rincones, nos muestran los otros mundos que hay en este y nos conducen a descubrir que las almas de los hombres son una.

En la sociedad compleja, tal como nos define Edgar Morin, la comunicación es también compleja, tanto más cuando es en torno a la comunicación como se articula la sociedad contemporánea. Y el actual proceso de Gran Digitalización lleva ese hecho hasta el paroxismo; inteligencia artificial y bioelectrónica, internet de las cosas y ética de las relaciones digitales o mediatización creciente de la presencia personal y humanismo, la antigua división entre ciencias físicas y ciencias sociales se derrumba para poner en el centro de la vida lo verdaderamente humano sin limitaciones ni acotaciones arbitrarias.

El modesto periódico de papel que se adquiere en el quiosco o se toma prestado en la barra del bar toma, visto así, otra dimensión. Es una puerta abierta a lo universal que se ofrece en el corazón de la vida cotidiana del vecindario, y eso es algo muy grande. Los enterados suelen afirmar “yo no me creo nada de lo que dicen los diarios” o “todos llevan lo mismo”. Lo suyo no es un escepticismo crítico sino una cerrazón a que nada de lo que sucede en el mundo pueda importarles más que lo que afecta a los intereses de su propio bolsillo o de su panza.

Esto nos lleva a un punto fundamental: de hecho, la misión de los periódicos y los medios trasciende la alfabetización, afecta directamente a la humanización. Si como dijo el clásico, “nada de lo que es humano puede serme ajeno”, uno podría decir que nada de lo que publica la prensa puede serme ajeno sin que pierda al menos una brizna de humanidad. Y así, cada letra del alfabeto es una pieza de mi columna vertebral, cada noticia del diario de hoy es una dimensión de mi condición humana.

Publicación original: Catalunya Plural.

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