GABRIEL JARABA
La historia no se repite pero rima, dijo hace tiempo uno que era más clarividente que todos nosotros. Ahora se cumplen dos años de la invasión de Ucrania por Rusia, y del inicio de la perplejidad de Europa ante esa aventura. Como si en 1968 no hubiera existido la ocupación de Checoslovaquia por los países del pacto de Varsovia. El ser humano pervive a base de olvido y ahí tenemos que nadie recuerda a Vaclav Havel ni se inspira en su pensamiento democrático; no hablemos ya de Alexander Dubcek, líder de los comunistas checos que quisieron vivir su Primavera de Praga, el primer intento de socialismo “con rostro humano” previo al eurocomunismo y la declaración de Berlinguer de que “la chispa de la Revolución de Octubre se ha extinguido”.
Le memoria española es más endeble todavía. Cuando al inicio de la invasión de Ucrania muchos dudaban del sentido del conflicto, un servidor apuntó: “Donde dice Ucrania poned República Española”. A sabiendas de que era una simplificación descomunal, era un recurso para ayudar a una cierta perspectiva y también para poner en evidencia a aquellas almas de cántaro que atistban un Sur Global liderado por una Eurasia postsoviética fuerte y triunfante: si Putin, un reaccionario, hace discursos alabando a Fidel, el Che y Allende mientras garantiza la hegemonia capitalista en su propio país e imperialista en el mundo, no hay nada que hacer: porque la izquierda que se siente huérfana del socialismo que cayó en Berlín en 1989 cree de buena fe que ha sido derrotada por la OTAN y no por las mafias neocapitalistas que se robaron la patria soviética, como así ha sido.
Pero el recuerdo de la malhadada suerte de la República Española no parece hallar demasiado eco entre nosotros. La no intervención, la simulada neutralidad de las potencias europeas, el embargo de armas, el trato a los refugiados españoles llegados a Francia son elementos tan importantes de la dicha memoria histórica cuya llamada no parece activarse ante la reaparición de una guerra del totalitarismo contra la democracia en suelo europeo. Qué le vamos a hacer, tampoco las izquierdas chistaron contra Milosevic y Mladic hace 40 años cuando sus andanzas en los Balcanes hasta que comparecieron ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya.
En estas circunstancias, el cuadro de Miró que sirvió para acuñar una emisión de sellos de solidaridad con el llamamiento “Aidez l’Espagne” adquiere un tinte más dramático todavía porque demuestra que la memoria histórica es un caudal que se regula a voluntad según convenga no a la historia y a la democracia sino a los más crudos intereses del ahora mismo.