GABRIEL JARABA
Leo en un artículo de Jorge Valdano en que el futbolista argentino refiere una anécdota de Johan Cruyff, cuando el holandés volador le recomendaba un método expeditivo para dar un corte de mangas al presidente del Madrid: “Mándale a tomar puñetas”. El ingenio lingüístico involuntario de Johan le permitía algo muy difícil de lograr: decir lo que le venía en gana cuando le convenía y quedar a la vez como un señor simpático aunque te mandara a eso, a tomar puñetas.
Tan necesarios son los eufemismos en el trato social como en el antisocial, cuando se trata de mandar a tomar puñetas a la gente porque no hay más remedio. Con el empobrecimiento actual del lenguaje todos los insultos han quedado reducidos a uno, gilipollas, con lo que hemos perdido expresiones tan elocuentes como tuercebotas, zascandil, gaznápiro, botarate, mastuerzo o cagabandurrias. Quizás fue José María García, otro futbolero, el último español que cultivó el arte del insulto refinado –o no tanto—desde una tribuna pública, aunque sólo nos haya quedado de sus peroratas su memorable abrazafarolas.
La retorcida manera de utilizar el castellano que tenía Cruyff ha hecho escuela en Cataluña, donde su expresión “la gallina de piel” se ha ganado un lugar en el lenguaje cotidiano y ya se usa medio en broma y medio en serio para aludir a algo que a uno le eriza el vello del antebrazo. Pero entre nosotros no ha tenido suerte, ni en la Upper Diagonal –no sé si en el venezuelizado barrio de Salamanca actual—el excelso eufemismo utilizado por ciertas señoritas bonaerenses en edad de merecer: mandar a la miércoles a aquellos a quienes se desea el mismo destino que que el expresado por Johan Cruyff.
Ir a tomar puñetas es mucho más elocuente que irse a la miércoles, en mi humilde opinión. La conversión educada del sentido de puñeta, que ha dejado de ser polisémico, ha ayudado a ello, al igual que el calificativo de puñetero o puñetera, que ya no quiere decir lo que significaba antes, a diferencia del nombre de aquel modelo de todoterreno Mitsubishi, que en nuestro país se conoció como Montero en vez de por su denominación original.
Y eso me lleva a pensar algo tremendo: ¿y si esta vez Cruyff no se confundió y lo que aconsejó a Valdano fue deliberada y correctamente expresado? Tiemblo sólo de pensarlo.