GABRIEL JARABA
Que uno se alegre porque por fin acceda al gobierno la fuerza política que ha votado es muy humano. No parecen creerlo así los perdedores de las elecciones, que finalmente han visto sentarse en la presidencia de la Generalitat de Catalunya a Salvador Illa; le consideran un parvenu porque creen que el poder les pertenece sí o sí, y pudimos comprobar esta idea hace 14 años cuando ya gobernaron las izquierdas. “Es como si nos hubieran entrado a robar en casa”, dijo entonces Marta Ferrusola revelando impúdicamente su privatizada concepción de lo público. Pero es que esta gente ahora va más allá: intentan que los izquierdistas nos avergoncemos de nuestra elección pretendiendo acusar de nepotismo a personas que han demostrado su competencia y honestidad, ellos que han hecho de su capa un sayo en la confusión de lo privado y lo público. Es la misma concepción ferrusoliana: ni siquiera nos pertenece la alegría de que ganen los nuestros de modo que nos es vedado ese sentimiento, pueril si se quiere pero comprensible y legítimo.
El presidente Illa se propone ahora restañar las heridas que han dejado años de desgobierno nacionalista devolviendo al país el sentido de lo común y la decencia de sentimientos propios de las personas sensatas. Le costará: el descaro ejercido por quienes piensan ferrusolianamente ha dejado huellas que uno no quisiera considerar permanentes. No bajarán del burro quienes creen que pueden llegar a sus objetivos a lomos de asnos. Aunque sea necesario precisar que el solípedo es el que va debajo.
De lo que se trata ahora es de evitar que Cataluña siga cayendo por la pendiente de la insanía y que ello nos aleje de la España de la que muchos formamos parte. No podemos retomar el camino del progreso cabalgando aquel burro catalán que hace muchos años se puso de moda como pegatina para el coche, revelando cierta actitud e incluso un estado de ánimo. Salvador Illa, hombre prudente, sabe que no hay vía de avance por el camino de la revancha y que el despecho es muy mal consejero. Raimon Obiols, el político e intelectual más inteligente de la Cataluña contemporánea, califica a las gentes de “empeoradores” o de “mejoradores” y cualquier persona sensata desea situarse en las filas de quienes hacen las cosas mejores. Por ello uno resiste la tentación revanchista y conviene en que es necesario apaciguar los ánimos para superar la etapa actual: la amargura, el despecho y el rechazo de quienes han seguido y siguen a flautistas de Hamelin que alimentan una rabia tardía alimentada durante años pero que cuando el franquismo se guardaron mucho de hacer aflorar.
Superaremos la etapa de la asnalidad. Pero costará desmontar la arquitectura ideológica y verbal de la sinrazón porque el asno es un animal tan tozudo como sentimental, véanse si no las actitudes de quienes aún se comportan como si las elecciones las hubieran ganado ellos.