GABRIEL JARABA
La muerte de Leopoldo Pomés significa no sólo la desaparición de uno de los grandes fotógrafos catalanes de todos los tiempos sino un paso más en el proceso de transformación de la Barcelona contemporánea, que no sabemos aún cómo acabará pero que sí que podemos ver por qué caminos anda. Creo que no entenderemos lo que pasa si consideramos estas desapariciones de grandes personajes como pérdidas individuales, con una tristeza justificada e incluso un punto de nostalgia, en vez de hitos indicadores de un empobrecimiento cuya naturaleza se nos escapa a primera vista.
Y este empobrecimiento es la disolución de una manera de mirar, que no sólo es la de los grandes profesionales de la fotografía sino de la capacidad de una sociedad entera de mirarse a sí misma, de percibirse de una manera determinada y de comprenderse como colectividad, como paisaje humano y social en toda la su complejidad. No únicamente perdemos fotógrafos, perdemos capacidad de mirada inteligente.
Polarizada en torno a la literatura –por haber creído que la lengua es la patria— la cultura catalana ha minusvalorado las artes visuales, y cuando ha hecho ver que las valoraba, destacaba uno u otro artista cuando estaba vinculado a un determinado discurso asimilable a parámetros literarios. Con la fotografía ni eso ha hecho falta; se la considera simple ilustración subordinada a un mensaje verbal o a lo sumo, documento informativo inmediato o histórico.
¿Exagero? Véase el papel que la fotografía periodística juega en los diarios de hoy: el fotoperiodismo excelente al que aspiraban los profesionales ha sido marginado casi por completo de las páginas de la prensa y reducido a ilustración, precisamente aquello de lo que quería huir la nueva generación de fotoperiodistas que marcó una diferencia.
Hay grandes, grandísimos fotógrafos vivos entre nosotros, pero pagados a precios de miseria i reducido a la categoría de poner cromos entre párrafos de texto. Por lo que respecta a la fotografía publicitaria, y escuece decirlo en una Barcelona que fue la punta de lanza creativa de la publicidad mundial, intenten distinguir un creador de otro autor de imágenes. Leopoldo Pomés ha muerto, pero a su arte lo están matando poco a poco.
La fotografía juega un papel en las sociedades parecido al de las demás artes pero de una manera muy particular: muestra abiertamente el modo que una sociedad tiene de mirarse a sí misma. Aunque sea, en general, practicada per un solo artista –y no como el cine, que es obra colectiva—tiene la cualidad de mostrar cierto espíritu del tiempo. La fotografía no sólo es lo que los humanos ven en un momento determinado de la historia y la cultura, sino que enseña cómo la gente se ve a sí misma en su mundo.
Lo hacen también otras artes, pero la imagen estática y permanente de la fotografía es una afirmación constante e insistente de una cierta mirada, que la imagen en movimiento del cine y el vídeo puede igualar, pero no superar: la fotografía nos mira quieta y nos interpela fijamente como una esfinge. Aquí radica la diferencia entre la verdadera fotografía, tanto la periodística como la artística, y la simple ilustración, instrumental, momentánea y pasajera.
La reconstrucción visual del país
Los grandes fotógrafos que Catalunya ha dado han sido los artistas capaces de obrar esta magia: Ricard Terré, Ramon Masats, Joan Colom, Francesc Català Roca, Xavier Miserachs, Julio Ubiña, Leopold Pomés, Oriol Maspons, Colita, Joana Biarnés, Laura Terré, Pilar Aymerich, Kim Manresa, Toni Catany, Eugeni Forcano, Francesc Fàbregas, los hermanos Pérez de Rozas, Brangulí, Postius, Merletti, Horacio Seguí, Tino Soriano, Pedro Madueño, Manel Armengol, Ferran Sendra, Josep Gol, Jaume Mor, Paco Elvira, Pepe Encinas, Pepe Baeza, Guilermina Puig, Inma Sáenz de Baranda, Pere Monés, Albert Ramis, Álex García, David Airob , Xavier Cervera, Carlos Bosch Foggia, y tanto otros que me dejo, entre ellos los nombres de los fotoperiodistas más excelentes en activo.
Si los vemos en perspectiva nos damos cuenta del hilo conductor que los une: al mismo tiempo que la sociedad catalana en su conjunto iba recuperando parcelas de libertad y reunía elementos que permitirían desarrollar la democracia, los fotógrafos, de manera paralela y coherente, reconstruían un país visual, que no era virtual sino real: la visualización de una sociedad tal como era pera a la vez tal como quería ser, tal como podía llegar a ser.
En las fotos de Xavier Miserachs que nos muestran, por ejemplo, la vitalidad de las calles de Barcelona de finales de los 50 e inicios de los 60 o los primeros contrastes fruto del turismo incipiente, percibimos una vitalidad y un nervio que dicen mucho más de aquel tiempo y de aquella sociedad que otras formas artísticas: comparémoslo con ciertas descripciones literarias del momento que se leen como teñidas de una melancolía o tristeza que no se podrían corresponder con la realidad vista por las personas que en aquel momento participaban de aquella vitalidad; la fotografía lo muestra y la literatura lo oculta.
Lo mismo sucede con épocas más recientes. No existe ninguna obra literaria, cinematográfica o de ningún otro arte que nos muestre la altísima vibración de los momentos del cambio democrático en la Barcelona de los 70 como lo hacen las fotografías de Colita, Pilar Aymerich, Manel Armengol, Paco Elvira, Kim Manresa o Pepe Encinas. Si reunimos la obra de todos estos fotógrafos encontraremos no sólo un testimonio elocuente de un tiempo sino de una actitud de los propios artistas, de una manera de interrogar al mundo, de aproximarse a la gente, de una intención de mostrar a la gente lo que hace otra gente. Todo ello trasciende la misma fotografía y alcanza un fragmento mucho más amplio que la actividad artística y cultural para adentrarse en la antropología (antropología pura y dura, podríamos decir): los fotógrafos enseñan a la gente a mirar.
Aquí radica la diferencia entre la ilustración y la fotografía: esta enseña a mirar, porque conlleva una actitud crítica y una intención artística; la primera no, porque es de naturaleza instrumental y no interpela ni a lo que se muestra ni a quien se muestra.
La tensión entre fotografía e ilustración
La muerte de Leopoldo Pomés sucede precisamente en el momento en que la tensión entre fotografía e ilustración se produce con más fuerza, especialmente en la prensa y la información. Del mismo modo que el fotoperiodismo se hizo un lugar destacado en los medios y entre los lectores a medida que avanzaba la transición, ahora ha ido retrocediendo al ritmo de los recortes de personal, recursos y talento que han aplicado las empresas periodísticas.
Las secciones de fotografía de los diarios, en otro momento organizadas y cohesionadas en torno a exigencias de calidad informativa y visual, han sido desmontadas o reducidas nuevamente a funciones precariamente informativas e ilustrativas. De hecho, toda la fotografía periodística en general ha sido hecha retroceder a estas funciones, como en los años 50 y 60 cuando cuatro fotógrafos en toda la ciudad cubrían la información diaria y la suministraban a los diarios de manera general y uniforme.
Contra esta situación precaria la nueva prensa democrática creó las secciones de fotografía –inexistentes hasta la creación de El Periódico—para impulsar el fotoperiodismo y conseguir que los diarios “hablasen” un lenguaje visual integral. Debemos a la creatividad y coraje del recientemente fallecido Carlos Pérez de Rozas y Antonio Franco, con Pepe Encinas y Carlos Bosch Foggia, esta mentalidad renovadora, ellos fueron los autores de la ruptura con la precariedad previa y es respecto a la su actitud que se ha producido la marcha atrás actual.
Bosch fue el fotógrafo argentino que, establecido aquellos años en Barcelona, creó la sección de fotografía de la revista Primera Plana, bajo la dirección de Manuel Vázquez Montalbán y Joaquim Ibarz, y rescató del olvido el fotógrafo Agustí Centelles, presentándolo a los jóvenes fotógrafos catalanes como su antecedente primordial de antes de la guerra. Carlos Bosch fue también el autor de la famosa foto del cartel electoral del PSUC titulado “mis manos, mi capital”. Bosch abrió la puerta, con Pérez de Rozas y Franco, a la dignificación del fotoperiodismo barcelonés que rompió con la ilustración elemental y al lenguaje visual integral de la moderna prensa diaria y semanal. Les siguieron otros, como Pepe Baeza, que ensambló en La Vanguardia una sección de fotoperiodistas realmente ejemplar, dotada de una gran capacidad de incidencia en el lenguaje visual global del diario, cuyos criterios se estudian hoy en las facultades de periodismo.
Enseñar a mirar es hoy más urgente que nunca, más aún con la popularización general del teléfono inteligente que pone la ilustración fotográfica al alcance de todos. Lo es dada la situación de los medios informativos digitales y la web en general, que piden a gritos y alaridos una reconsideración muy a fondo del diseño periodístico en las actuales condiciones tecnológicas y semióticas. Los portales informativos y las primeras planas de los medios digitales no han llegado aún, ni de lejos, a la definición de la jerarquización informativa que expresan las portadas de los medios impresos, con unas limitaciones tipográficas y gráficas notorias, aumentadas por la posibilidad-necesidad del scroll. Todos ellos confluyentes en el estilo y los recursos, claramente regresivos respecto al progreso del periodismo gráfico alcanzado hasta ahora, no son el mejor vehículo para la continuación de la labor de enseñar a mirar.
Esta es la situación actual: ni la herencia de los grandes fotógrafos que nos han educado la mirada ni la actividad de los excelentes fotoperiodistas impiden que sea difícil hoy aprender a mirar gracias a la fotografía: vivimos en un mundo altamente “visualizado” en una sociedad que se dice “de la comunicación” que comunica poco en sentido crítico y aún menos con una visualidad que trascienda la ilustración pera hacer hablar a la realidad y hacernos hablar a su respecto.
La empresa periodística se ha puesto ella misma la cuerda al cuello, en un paso más de su descabellada deriva, y las nuevas realidades digitales no disponen de investigadores capaces de ejercer un avance significativo (¡esas omnipresentes plantillas de WordPress que homogeneizan casi todos los websites, horror!). Leopoldo Pomés se va y otros, afortunadamente, se quedan, esperemos que por muchos años. Pero la tarea de educar la mirada de una sociedad se escapa por el desagüe del fregadero.