GABRIEL JARABA
Sería cómico si no fuera trágico: a un hombre condenado y encarcelado por haber degollado a una mujer lo sitúan, en el reparto de tareas laborales dentro de la cárcel… ¡en la cocina, manejando cuchillos y junto a una cocinera! Pasó lo que no debía haber pasado y el susodicho asesinó más pronto que tarde a la profesional gastronómica, continuando así la práctica que le llevó a donde estaba.
La administración en general permanece encastillada y silenciosa mientras los funcionarios de prisiones se rebelan. Ahora no hay bicho viviente con responsabilidad política o administrativa capaz de dar una explicación coherente a tamaño despropósito. Hacen bien, porque inmediatamente después del suceso y con el cadáver de la víctima aún caliente salió alguien a explicar –es un decir—que en el régimen penitenciario no se establece relación entre el delito por el que se condena y el oficio que se desempeña como interno. El bocazas calló de repente al darse cuenta de lo que acababa de rebuznar y la prensa ha desistido de tirar de ese hilo porque las subvenciones de la Generalitat forman parte del negocio de los periódicos y no irá a salir un plumilla poniendo en evidencia hasta dónde puede llegar la mentalidad imperante no sólo en las instituciones sino en la mayoría del cuerpo social. Pero la cocinera murió porque una vez, en una galaxia muy lejana, alguien pensó que la realidad podía plegarse a la norma burocrática escrita inspirada por quienes creen que basta con modificar el lenguaje a conveniencia para cambiar la realidad, zeitgest transversal hoy día.
Si un servidor o cualquier otro colega escribe una situación semejante al presente drama como tropo humorístico o crítico hubiera sido acusado de exagerado o peor aún, de denigrar a la honorable institución de la Generalitat de Catalunya. Pero la realidad es cruel y traicionera, y sólo ha hecho falta un malvado situado en un lugar inconveniente por una mentalidad surgida de la estupidez profunda para producir el drama. Aquí los cantamañanas plumíferos tenemos poco que hacer. Tienen más que decir los que mantienen cuentas pendientes con la consellera de turno o sus allegados, que no son necesariamente sus opositores reivindicantes. Por cierto que ayer murió Daniel Osacar, el gestor del dinero de Convergència que ayudó a saquear el Palau, por ejemplo, y aquí paz y después gloria. El oasis, ¿recuerdan? Y el silencio.
Última hora: el crimen no era previsible, ha dicho la consellera frente al Parlament. Los dioses ciegan a quienes quieren perder.
Ilustración: En Pere del Punyalet, el rey Pere III.