GABRIEL JARABA
Yo entiendo que a gente como Santiago Abascal la imagen de Pedro Sánchez colgado por los pies se la ponga gorda, con perdón de tan grosera expresión. Al fin y el cabo se han criado a partir de la dialéctica de los puños y las pistolas joseantoniana y eso hace que uno sea como es y no de otro modo. Pero deberían andarse con más cuidado a la hora de escoger imágenes tan reveladoras de su ser y su sentir porque la vida es dura y la historia no corre hacia atrás sino que habla en todas direcciones. El que fue colgado por los pies fue Benito Mussolini después de que, liquidado el fascismo italiano en la guerra, un grupo de partisanos le diera caza. Por cierto que el líder de la partida que capturó al Duce y a Claretta Petacci era Sandro Pertini, que llegó a ser presidente de Italia, aplaudió los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona y fue una de las voces socialistas más escuchadas de Europa. Así que es conveniente no mentar la soga en casa del ahorcado, valga aquí la frase hecha como muy pertinente.
La resolución más o menos pacífica de la transición española del franquismo a la democracia nos evitó escenas como las de los policías políticos portugueses escapando en calzoncillos por las calles al huir de la venganza de los revolucionarios de los claveles en 1974. La amnistía democrática española frenó las represalias de los antifranquistas en aras de una reconciliación nacional que figuraba en el programa del Partido Comunista de España y que era el súmmum de la expresión democrática de la mayoría de los ciudadanos. Muchos torturadores al servicio de la brigada político-social de la dictadura han muerto en la cama y está bien que así haya sido: la espiral acción-represión-acción conduce a conflictos históricos interminables, como podemos ver en el Cercano Oriente. El camino del futuro es siempre el de la paz, la piedad y el perdón, como reclamaba Manuel Azaña. Solamente cuatro descerebrados creen que pueda proponerse como un futuro deseable aquel en que el presidente del gobierno es colgado por los pies.
Durante la guerra civil la ciudad de Barcelona sufrió severos bombardeos de la aviación franquista con base en Mallorca. A la capital catalana le tocó ser campo de experimentación de lo que más tarde fueron bombardeos masivos sobre la población civil en Europa. Los aviones atacantes eran italianos, fabricados y movilizados por el país hermano, entonces aliado de Franco, y los aviadores que los pilotaban eran también ciudadanos italianos al servicio del Duce que acabaría colgado por los pies pero que antes enviaron a la tumba a numerosos barceloneses. Barcelona conserva una sólida memoria histórica de aquellos bombardeos pero, oh maravilla, ha borrado de ella cualquier reproche a los italianos que masacraron a sus ciudadanos desde el cielo. No hay memoria popular de aquella participación italiana en la tragedia y si la hay se calla. La Barcelona y la España pacíficas y democráticas de hoy acogen a centenares de italianos, nietos generacionales de quienes la bombardearon, con amistad y afecto, jóvenes que a menudo se lanzan a la aventura de ligarse a las jovencitas locales y a quienes nadie se les ocurriría desear otra cosa que éxito en sus avances eróticos.
De modo que desechemos el pendimiento inverso junto con el resto de miserias de la historia y devolvamos a sus partidarios al infierno del odio del cual nunca debieron salir.