La Barcelona negra de Manuel Vázquez Montalbán

Revisión del papel de Vázquez Montalbán en la recuperación de la imagen de Barcelona y su relación con la novela negra

GABRIEL JARABA

El próximo año se cumplirá medio siglo de la publicación de Tatuaje, primer noir de Manuel Vázquez Montalbán, una novela ligera que provocó la aparición de la novela negra como escenario literario y social asumido por amplios sectores de público y devolvió a Barcelona una presencia como urbe compleja y completa que la propaganda franquista pretendió borrar.

El título fue el de una copla de León y Quiroga popularizada por Concha Piquer y el género, una reivindicación de lo que Dashiell Hammet y otros autores como Chester Himes o  Sebastien Japrisot sostenían: la novela negra es una forma de crítica social. En este caso presentada con los tintes que Manuel Vázquez Montalbán trazó en su serie Crónica sentimental de España, publicada en la revista Triunfo y en la que reivindicaba la copla, el fútbol y la cultura pop como medio de recuperación de la memoria.

Sin proponérselo, Manolo y su Pepe Carvalho iban a poner en pie una “Barcelona negra” cuyo público estaba ahí, agazapado tras una intención de recuperar una autoimagen de la ciudad más amable con el modo como los barceloneses se veían a sí mismos. Hubieron de pasar muchos años hasta que el ayuntamiento por fin democrático propusiera campañas de imagen como “Barcelona més que mai” y “Barcelona posa’t guapa”, en 1985.

Fue la cultura de serie negra la que mostró a los barceloneses alguna rendija por la cual podían recuperar visibilidad. En 1950 se estrenaron dos películas de argumento policial, Apartado de Correos 1001 y Brigada Criminal, en las que volvía a aparecer el paisaje urbano barcelonés como escenario de aventuras. Ambos filmes fueron éxitos comerciales y supusieron un giro radical en la invisibilización deliberada de Barcelona, y así lo entendieron los ciudadanos… y las autoridades franquistas: la capital catalana no volvió a aparecer en pantalla hasta diez años después con Amor bajo cero, una comedia romántica ambientada en la estación de esquí de La Molina.

Tatuaje demostró que Barcelona podía ser escenario de una historia negra en la que la ciudad adquiría un papel de coprotagonista. El genio e ingenio de Manolo mostró que era posible escenificar una aventura semejante sin policía franquista o detectives colaboracionistas, y ello un año antes de la muerte de Franco. La novela, publicada por un editor amigo y artesanal, el gran poeta José Batlló, fue corriendo de boca a oreja y se hizo un lugar entre el público, situando a Carvalho en un imaginario cada vez más popular. Era la Barcelona de las Ramblas, el barrio chino o el Zeleste y similares, puntos clave por donde respiraba una cultura de la vida cotidiana de una ciudad que se buscaba a sí misma. Los personajes montalbanianos, Biscúter, Charo, Bromuro, cobraban una vida parecida a los de Makoki, el cómic de Borrayo, Gallardo y Mediavilla, vecinos imaginarios que parecían más reales que otros personajes literarios menos proteicos, una caterva de perdedores de la vida. En ellos se reconoció un público lector y se los hizo suyos.

Nadie había conseguido algo parecido, ni después de la guerra ni antes. Lo había intentado un traductor y editor hoy olvidado, Rafael Tasis, en los años 30, que se propuso reproducir entre nosotros el género negro. Esa Barcelona negra estaba latente desde la preguerra, y otro autor también malogrado, esta vez por una enfermedad temprana, Jaume Fuster, hizo un intento notabilísimo de dibujar una historia negra en los años 70 con situaciones y personajes creíbles en De mica en mica s’omple la pica, con un héroe amigo de militantes de Comisiones Obreras.

Fuster entendió que una nueva novela negra debía surgir de los conflictos sociales del presente. Las historias estaban encerradas en una nueva corriente del periodismo expresada en los reporteros sociales de los 60: Huertas Clavería, Jaume Fabre, Rafael Pradas, Darío Vidal, Eliseo Bayo, Francisco Candel, José Martí Gómez, pero solamente Francisco González Ledesma se atrevió a aventurarse con su inspector Méndez.

En la Barcelona de los 60 había lectores de novela negra e incluso especialistas y eruditos del género, como los escritores y periodistas Javier Coma y Joan de Sagarra. Era cosa de aficionados al jazz, asíduos al Jamboree de la plaza Real o personajes muy particulares como el magistrado Salvador Jiménez de Parga, también especialista en comics igual que Coma. Todos ellos verían llegado el momento de la Barcelona negra cuando la ciudad comenzó a reencontrarse con su rostro verdadero. Pero para eso era necesario un público lector aficionado, un entorno comunicacional propicio y una creación literaria y artística adecuada.  Los magníficos periodistas de lo social barceloneses no se veían a sí mismos como escritores de creación y ni los periódicos ni las editoriales los consideraban tales. Nadie se dio cuenta de que con una serie de reportajes como los que escribió Eliseo Bayo sobre el prestamismo laboral y su inframundo se hubiera podido emular a Dashiell Hammett. Tuvo que ser la singular machada de Manolo Vázquez lo que destaponara la cuestión.

Y no era por falta de modelos asequibles. En una fecha tan temprana como 1962, con la fundación de Edicions 62 como importante agente de activación de la edición en catalan, apareció desde los inicios de la editorial una colección de novela llamada La cua de palla, que fue un caso insólito: el impacto de una colección negra producido veinte años antes del éxito editorial del género en castellano, con una selección de títulos que era una verdadera antología y una presentación gráfica magistral. Esta, a cargo del grafista Jordi Fornas, con letra Helvética, fotos quemadas y color amarillo predominante (como guiño al lector avezado: la novela negra se llama en italiano giallo, amarillo). En diseño y contenido, la colección fue un modelo y situó la llamada novela policiaca en posición de calidad. Sin La cua de palla no hubiera existido la base sobre la cual se estableció la “salida del armario” de la novela negra en Cataluña. Surgió formando parte de una corriente de recuperación de la lengua catalana en la comunicación en un momento determinado: la nova cançó, Edicions 62 y la revista infantil Cavall Fort. Ahora parece imposible pero bastó con esos mimbres para volver a tejer una trama que devolviese al ámbito de la cultura popular en catalán productos culturales con vocación masiva. Lo demostró la difusión del libro Els altres catalans, de Francisco Candel, el éxito de Raimon desde su primer disco con Al vent o la continuidad en la publicación de Cavall Fort.

Con los nuevos productos culturales la sociedad barcelonesa recuperaba una imagen de sí misma que había sido escondida y negada. El triunfo de una canción en catalán en el Festival del Mediterráneo, en 1963, con Raimon y Salomé cantando Se’n va anar, de Lleó Borrell y Josep Maria Andreu, supuso un importante paso en esa visibilización. Se iba construyendo un panorama cada vez más amplio que ejercía un papel de espejo ante una sociedad que necesitaba reconocerse a sí misma en el ámbito comunicacional. Incluso la publicidad jugó un papel de sustitutivo en ese sentido así como iniciativas como La Cova del Drac, un subproducto de la cançó que buscaba enlazar ámbitos diversos. La Cataluña recobrada era urbana con todas sus consecuencias y ello implicaba que la centralidad de lo que se reflejaba en esas formas no era lo que sucedía en Gerona o Perpiñán. Una novela negra actual era la guinda que faltaba.

El franquismo sabía, pues, lo que se hacía cuando prohibió sistemáticamente la publicación de un diario en catalán hasta después de la muerte del general: evitar que la sociedad catalana recuperase la existencia comunicacional percibida y compartida por la sociedad de masas. La invisibilización pasaba por la folklorización o la reducción a la intelectualización; el primer toque de alarma fue la victoria de Se’n va anar, hasta el punto que no sólo nunca volvió a ganar una canción en catalán sino que el festival acabó desapareciendo. Lo que el festival del Mediterráneo demostró fue aplicado, con la lucidez propia del franquismo desarrollista comunicacional, a la construcción de una alternativa, el festival de Benidorm, base del lanzamiento de Julio Iglesias.

El boom de la novela negra estalló en Barcelona como capital mundial de la edición en español. Fue más allá de lo que buscaba La cua de palla: aparecieron colecciones del género publicadas por Editorial Bruguera que llevaron a un público mucho más amplio el placer del género y aparecieron autores como Juan Madrid o Mariano Sánchez, grandes cronistas del neocapitalismo depredador hispano. José Luis Garci recuperó para el cine negro a un gigante como Alfredo Landa y los aficionados surgieron de debajo de las piedras. Apareció incluso una revista especializada, Gimlet, que sirvió de punto de referencia pero sólo duró un año. Personas esforzadas como Paco Camarasa llegaron a fundar una librería especializada, Negra y Criminal en la Barceloneta, que satisfizo el apetito lector de un público que, ay, tenía fecha de caducidad.

La novela negra es una forma moderna de épica urbana que toma la ruptura violenta del conflicto sociopolítico como argumento  y muestra con crudeza  las contradicciones de la sociedad de clases. Pero Manolo halló, desde que creó a su Carvalho, que las sociedades complejas actuales son distintas a las del capitalismo triunfante de la era de Hammett y Chandler, y no digamos de Simenon. Hay en la mirada a la vez desencantada y compasiva de su héroe, una búsqueda de los repliegues sociales y culturales de la sociedad surgida del desarrollismo franquista y de la reconducción democrática del capitalismo en el ámbito europeo. Cuando pasa de Tatuaje La soledad del mánager y Los mares del sur Vázquez acierta a tomarle la medida a la sociedad catalana y española contemporánea y a su redimensión del individualismo. La Barcelona negra que en su obra se refleja es la de la fatalidad de las tensiones soterradas que se daban en las sociedades de Suárez, González y Pujol (imaginen una novela negra ambientada en el caso Palau, con Millet y Montull). La Barcelona visualizable de los 90 y 2000 se muestra en sus páginas, por más que la cinematografía de la época fuera tan dudosa e ineficiente para trasladarla a un público masivo.

Manolo Vázquez murió antes de dar una vuelta de tuerca a su crónica subterránea de la sociedad compleja catalana actual. Su Barcelona negra particular fue un episodio de la lucha por recuperar no sólo la visibillización de Barcelona sino la voz de una sociedad. Una sociedad entera y no parcial que algunos quisieran limitada a un reducto rural y no a la auténtica “Catalunya ciutat” en la que Manolo nació y logró explicar sus razones de fondo bajo la apariencia de historias “de lladres i serenos”. 

Publicación original: Política&Prosa

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