GABRIEL JARABA
El rumor que ayer circuló diciendo que José Luis Perales había muerto ha resultado ser falso. El propio músico se lo ha tomado a broma y aquí paz y después gloria. Servidor se alegra que el compositor continúe entre los vivos pues, a diferencia de muchos espíritus selectos, le admira enormemente como artista.
El primero de los detractores del músico de Castejón fue nuestro Jaume Perich, el gran humorista que sembró de sarcasmo las jornadas de nuestra transición y halló en Por Favor –otra revista maravillosa creada por el genial José Ilario– una tribuna extraordinaria. Perich se choteaba con saña de Perales y le atribuía las mayores maldades (inmerecidas e involuntarias) tratando de convertirlo en cenizo. El pobre José Luis nada podía hacer salvo aguantar mecha, y nunca se ha sabido de queja alguna ante los chorreos periquianos. Y la gracia de Perich en atribuirle maldades impposibles era de un humor inagotable y probablemente un homenaje inverso.
Si lo de Perich era el cachondeo irónico de un humorista magistral lo que vino después fue algo peor. José Luis Perales ha sido presentado como un artista mediocre y un creador fallido, perpetrador de canciones de mala calidad, sosas y vulgares, presentadas por un tipo gris desprovisto de cualquier encanto. Pues no, Perales ha sido uno de los grandes compositores de canciones de corte popular, comerciales y al mismo tiempo notables, con un marchamo de calidad difícil de superar. Explicaré porqué.
Como sabe cualquier persona que haya intentado inventarse una canción, este es un arte difícilísimo que se basa en la sencillez y la expresividad. Hablamos de las canciones que resultan pegadizas y se basan en la tradición de la tonada popular. Hallar una melodía fácilmente reproducible, que inspire una actitud lírica y emocione el alma no es cosa fácil. Y más hacerlo de modo que la melodía sea recordada, incluso cantada inopinadamente en un momento de espontaneidad, que llegue a formar parte de una cotidianeidad no por trivial menos importante. Prueben ustedes con una guitarra, ukulele o armónica a inventar una canción que resulte inolvidable. Si lo consiguen verán que lo que hace José Luis Perales tiene mucho mérito.
La apariencia sobria de José Luis Perales cuando se presenta como intérprete puede inducir a engaño. Desprovisto de cualquier glamour, parece el vecino del quinto de una película de Alfredo Landa. También éste parecía un paleto y era en realidad un actorazo como la copa de un pino. Uno podría pensar que esa naturalidad no forzada es una forma de coquetería, pero cosas más sofisticadas se han visto. En su conjunto, Perales respira un “qualunquismo” simpaticón y a veces inquietante para ojos suspicaces como los míos, pero uno acaba por rendirse a la evidencia: es como es y es lo que ves, que es lo que vio el inmenso Rafael Trabucchelli cuando se dio cuenta.
Perales no es Verdi ni McCartney pero tampoco lo sencillo es fácil.