
CARLOS GARCÍA DE LA VEGA
Gestor cultural y musicólogo
Esto no significa en absoluto que Motomami sea un disco de raíces brasileñas, pero todas las polémicas sobre apropiación cultural, hibridación, uso comercial y lecturas y relecturas que parten del infame sufrimiento histórico de los pueblos negro y gitano se pueden explicar con el breve recorrido musicológico que he hecho por la música brasileña. Por más problemática que sea su historia, por más problemática que pueda ser la posición de Rosalía en cuanto al uso de fuentes de inspiración –y no solo musical–, lo que es innegable es que lo hace desde tal respeto por los géneros que aborda que, aunque académicamente y desde el punto de vista del activismo pueda resultar reprochable, su trabajo sobre esas tradiciones ajenas no deja de ser un logro artístico y una oportunidad para los intérpretes de escuelas más puras y auténticas. Es un producto, sí. Es tardocapitalismo, sí. Pero a la vez es brillante y, afirmo con rotundidad, generoso.
Pero es que, además, este disco es como un sarau brasileño del siglo XIX: una sucesión sin complejos de modinhas y lundus. Baladas y danzas. Reflexiones vitales en tiempo lento y perreos hasta el suelo frenéticos y liberadores.
A la segunda pregunta, la de si Rosalía iba a abandonar el flamenco, la respuesta es no. No solo ha hecho unas bulerías en la que ajusta cuentas aquí y allá con sus detractores. No solo esa bulería suena un poco a soleá por lo oscura que es en la primera parte. No solo las palmas parecen hechas primero con una txalaparta que digievoluciona a una especie de maraca de cantos rodados –todo sintético–. No solo el jaleo final del tema lo ecualiza al agudo como si fuese un coro de patos de goma. Sino que, para un disco prácticamente dedicado al reguetón, es capaz de humanizar su ritmo base asimilándolo ocasionalmente al compás de tangos flamencos y haciendo que resulte no solo atractivo sino mucho más musical. Además, y esta es para mí es su gran aportación, igual que el flamenco está dividido en bajo armónico, sostenido por la guitarra, parte percusiva, encargada a las palmas, el cajón, en ocasiones también la guitarra, y la línea vocal; en todos los reguetones del disco, a nada que se agudice el oído, está un bajo armónico más o menos regular y cadencioso, un complemento percusivo del bajo en constante metamorfosis y extremadamente creativo y la parte vocal de una Rosalía, que, además, cada día es más precisa y efectista en el directo.
Las músicas de ida y vuelta para una casi nativa digital ya no se basan en el viaje sino en internet. Rosalía se disloca el cuello –o los pulgares– mirando hacia todos los lados y cogiendo referencias de todos los lugares, de todas las tradiciones. Mira al declive del imperio estadounidense, a cuyo modelo de negocio ha ambicionado pertenecer, mira al Caribe y América del Sur por el reguetón y, como se apreciaba en “Maldición” de El Mal Querer y por muchas referencias en este disco, ya está mirando hacia el este y que no nos extrañe nada que el k-pop entre en su imaginario musical.
Ya solo nos queda solo encajar la bachata en mitad de todo este despliegue de imaginación y musicalidad. Personalmente lo tuve claro cuando, escuchando el viernes pasado el disco en orden por primera vez, no podía cerrar la boca ante el monumento de bolero que se marca Rosalía al comienzo de la segunda parte del disco. Y ahí estaba la clave. Rosalía no solo es músico, sino también etnomusicóloga. Rosalía sabe que el reguetón es el sonido icónico de los tiempos que vivimos y sabe que con él va a triunfar como ambiciona. Pero es que Rosalía disfruta sinceramente el reguetón por ser de la generación que es y, por eso, ha querido conocerlo, entenderlo y presentarlo como nuevo, como hizo con el flamenco en El Mal Querer. Y para alguien que estudia antes de abordar, incluir dos ejemplos de géneros previos, ya clásicos, de las músicas del Caribe, que sustentan y alimentan el género del ahora, no solo tiene todo el sentido, sino que dota al gesto artístico de Motomami de una madurez impresionante. Rosalía presenta reguetones –esto es una simplificación, no conozco bien las distinciones dentro de ese repertorio– de varios tipos: lo aprecio tanto por la velocidad del ritmo base, como por el tipo de efectos de percusión y por la forma de declamación y canto sobre ellos.
Al tratar la música brasileña como metáfora he apuntado que este disco era una sucesión de lundus y modinhas. Y es que otra sorpresa ha sido la cantidad de baladas, de preciosas y perfectas baladas, que incluye. En El Mal Querer teníamos “Bagdad” nada más. Aquí tenemos no solo varias, sino que incluso en mitad de la electrizante “CUUUUuuuuuute” sorprende y fascina con una parte B casi de gospel. A mi entender la excelente acogida de estas baladas reside en su inagotable y bellísima creatividad melódica, en la sólida y precisa serie armónica en la que la melodía reposa y, además, en que no todas tratan sobre amor romántico, aunque este artículo no va de glosar las intenciones de las letras del disco. Tengo la intuición de que el éxito de “Dolerme”, su single del confinamiento, y todo lo que eso supuso en el cuestionamiento de la vida de una artista encerrada lejos de casa, le hizo pensar que además de una “jineta, ni se te ocurra ni pensarlo, racineta, rango, racineta rango, zarzamora, zapateado o de zorra también” (sic.) podía ser, y es, una impresionante baladista y nos lo ha demostrado. La última canción, grabada en un no sé si verdadero o falso directo, evidencia cómo ha –hemos– extrañado este tiempo el calor del público, de la gente reunida en torno al arte y creo que deriva directamente de todo lo que hemos vivido como sociedad por culpa de la pandemia.
El sincretismo en antropología es el fenómeno por el que tendencias culturales, religiosas diferentes e incluso antagónicas se fusionan de forma natural y generan una nueva realidad que interpela a cualquiera de los implicados originalmente. La primera sección del Manifiesto Cyborg de Donna Haraway se llama “un sueño irónico de un lenguaje común para mujeres en el circuito integrado”. Rosalía hace música sincrética y es capaz de armonizar su feminismo con la creencia en un Dios que no para de nombrar –aunque si l’avia dice que es lo primero, antes que la familia, tendremos que respetarlo, ¿no? –. Rosalía es una cyborg no solo porque sabe hacer música con un ordenador y disfruta distorsionando su voz, sino porque, después de El Mal Querer, lo que venía era recuperar sentido del humor y la ironía. Rosalía es una millenial que escribe música como piensan ellos, fragmentaria y brillantemente, sin necesidad de coherencia, solo ansia de comunicación y es un gozo observarles crear. Rosalía, todavía, tonadillera.