GABRIEL JARABA
Se levanta una nueva polémica en torno a la cantante Rosalia, y es la penúltima –habrán más—no porque se haya hecho famosa y triunfante ni porque sea interesante sino porque hay algo en ella que interpela. ¿A quién y porqué? Este es el quid de la cuestión: qué hay en una artista pop que saca de sus casillas a personas que ni siquiera se volverían al paso de otros personajes quizás más famosos. Tiene mucho mérito que, sin buscar la provocación, ni siquiera el cuestionamiento de uno u otro aspecto social, cultural o político, un personaje público sea arrastrado tan a menudo hacia la polémica.
Entre los años 1963 y 1965 la nova cançó catalana se hallaba en un momento de expansión. Aún no se había producido el gran éxito de Cançó de matinada, que llevaría a Joan Manuel Serrat a una popularidad nunca alcanzada antes por un cantante catalán (aparte de Emili Vendrell padre) pero ya había tenido lugar el triunfo de Se’n va anar en el festival de la canción del Mediterráneo. La pieza de Lleó Borrell y Josep Maria Andreu, que fue la ganadora del concurso, había llevado a la nova cançó de las salas de los centros parroquiales a la liga de los grandes festivales populares de verano retransmitidos por televisión.
El imprevisto triunfo de Raimon y Salomé cantando en catalán para toda España motivó un descomunal cabreo de Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo del régimen franquista, quien prohibió desde entonces cantar en catalán en este espectáculo. Pero el trabajo ya estaba hecho: el joven recién conocido por gritar su Al vent se revelaba como un intérprete versátil y con una buena formación musical y aquella chica que se llamaba en realidad Maria Rosa Marco y grababa éxitos en castellano de venta fácil y cantaba con orquestas de baile aparecía utilizando su lengua materna. La nova cançó demostraba que no era una manía intelectual sino cultura de masas y se hacía realidad el título del artículo fundacional de Lluís Serrahima, Ens calen cançons d’ara, publicado el 1959.
El gran e inesperado éxito de los artistas italianos que cantaban en catalán
El festival del Mediterráneo fue importante, pero lo que dio la medida de hasta donde podía llegar el impacto de las cançons d’ara sucedió en 1965. Entonces la mayoría de empresas discográficas se encontraban en Barcelona y no en Madrid, y la RCA (filial de la multinacional electrónica Radio Corporation of America) tenía un delegado catalán en Barcelona, Albert Galtés, hombre inquieto, creativo y catalanista, que tuvo la afortunada idea de encargar a cuatro cantantes italianos en la cumbre de su éxito que grabasen sus grandes éxitos en lengua catalana. En aquel momento los discos italianos eran los más radiados y tocados en las fiestas juveniles de los domingos por la tarda, y Rita Pavone, Gianni Morandi, Donatella Moretti y Jimmy Fontana estaban entre los artistas más famosos de aquel país, consagrados en el histórico y popularísimo festival de San Remo.
Una tradición de la canción catalana que creíamos consolidada
Todo esto formaba parte de la tradición de la nova cançó catalana desde sus inicios: sumar en vez de restar, añadir gente a la causa, mostrar la validez de la lengua catalana en cualquier ámbito de la actividad humana. A menudo se olvida que entre los primeros discos publicados por Edigsa, la editora especializada de la época, los más numerosos no eran los de Els Setze Jutges o Raimon sino los que eran interpretados por artistes conocidos como cantantes comerciales en castellano.
Cada nombre conocido por oírlo en la radio cantando éxitos en castellano que aparecía presentándose como artista en catalán era un triunfo que se añadía a la lista que empezaba con Salomé y culminaba con Rita Pavone: Lita Torelló, Francesc Heredero, Grau Carol, Elia Fleta, Luis Eduardo Aute, Josep Guardiola, Germanes Serrano, Jacinta, Alícia Tomàs, Henri Tachan, Juan y Junior, Tony Ronald, Valerie, Núria Espert, Dova, Patrick Jacque, Marty Cosens, Mara, Mina, Jocelyne Jocya, Tony Dallara, Pino Donaggio, Lluís Olivares, Jordi Teijón, Eliseo del Toro, Luisita Tenor, Ramon Calduch, Dyango, Tony Vilaplana, Gloria Lasso, Rudy Ventura, Luisita Tenor, Dodó Escolà, Dúo Dinámico, Michel, Juan Erasmo Mochi, Bruno Lomas o Salvador Escamilla. El disco con los éxitos de la película West Side Story cantados en catalán por el famoso showman de Radio Barcelona fue otro memorable ejemplo de esta popularización que resultaba de ganar a fuerza de sumar y prestigiar.
La lista de cantantes que acabamos de anotar, artistas que de manera esporádica incorporaban algunas canciones en catalán a su repertorio en castellano, francés o italiano, es el testimonio de una tradición histórica a la que Rosalia se ha sumado con su reciente canción cantada en catalán. Lo que sí es nuevo, y contrario a esta tradición, son los dengues e incluso el rechazo que más de dos y más de tres han mostrado ante la inclusión en la letra de un modismo de la lengua popular, que no barbarismo, por parte de la cantante.
Y digo modismo en lugar de barbarismo porque la lengua de la cultura pop no es la lengua literaria, lo que en esta se podrían considerar incorrecciones en aquella responden a idiolectos determinados, formas especificas de expresarse de grupos humanos concretos, con un valor lingüístico reconocido tanto por la filología como por la etnografía. Mirad cómo hablan los negros de las películas de Spike Lee y decidme si deberían hablar una lengua como la de las élites de Nueva Inglaterra, escuchad cantar a los Beatles de las primeras versiones que hicieron de los èxitos del rock and roll y el doo-woop y hallaréis en ellas formas de la pronunciación propias de los barrios populares de Detroit.
No va de lengua sino de poder
Pero como he dicho la reacción negativa no se debe a razones lingüísticas sino de poder. Facilitada, eso sí, por dos elementos constantes en la lengua y cultura catalanas; el primero, la condición de lengua hipervigilada, en la creencia de que el modo de conservarlas es mantenerlas “puras” (y por tanto al margen de toda evolución), el segundo, un concepto felizmente acuñado por Vicenç Villatoro, “el salvavidas de hierro”, un flotador que se lanza encima de nuestras expresiones culturales al verlas en peligro y que, lamentablemente, no es de corcho sino de metal y hunde aún más al supuesto beneficiario de la buena intención. El purismo y el salvavidas que te hunde han sido los regalitos que ha recibido la lengua catalana en el momento en que la artista de esta nacionalidad más famosa ahora mismo en el mundo de la cultura de masas ha abierto una ventana internacional a la lengua catalana y la ha asociado al éxito, el prestigio, la relevancia, la presencia a las grandes industrias culturales basadas en la digitalización.
La reacción –en el legítimo sentido de comportamiento reaccionario—contradice la tradición de la recuperación de la lengua catalana en el campo de las industrias culturales y la cultura de masas a partir de los años 60. Sólo hay que imaginar que alguien hubiera criticado que los cantantes pop melódicos de los primeros años de aquella década al presentarse con una canción en catalán en la que hubiera figurado algún modismo perfectamente legítimo según el estilo de les canciones de la época. Aunque, si bien se mira, Salvador Escamilla, el gran agente de la popularización de la lengua a través de la radiodifusión, fue menospreciado de un modo tan mezquino como miserable por parte de ciertas élites del momento al considerar “incorrectas” muchas de sus expresiones: el radiofonista, periodista, actor y cantante se sintió herido hasta su muerte por aquel salvavidas de hierro que le fue aplicado con tanta fruición.
La hiperprotección, el purismo y el síndrome del salvavidas de hierro no responden a asuntos de lengua, y en casos como el que ahora nos ocupa se demuestra que corresponden a determinadas estrategias políticas que o bién no se confeisan como tales o disimulan con ellas sus objetivos finales. Si, como dicen muchos, “la pàtria és la llengua”, marcar terreno propio en el campo de la lengua permite hacerlo al mismo tiempo sobre el del país: una manera de ejercer el dominio de una parte sobre la totalidad de la ciudadanía sin que haga falta presentar-se a elecciones, dando gato por liebre sin confesar las verdaderas intenciones. Los despropósitos ante la Rosalia que canta en catalán responden tanto a la incomodidad de verse descubiertos como a la intención de continuar acogotando a los demás.
Afortunadamente, Rosalia Vila está fuera del alcance de los vigilantes de la playa especializados en hundir a quien destaca si no se ajusta a sus pretensiones. Lamentablemente, la utilización de la filología como arma arrojadiza es aún un recurso útil en política. Porque no se trata de lengua sino de poder: poder conseguir que se haga la voluntad de una minoría, que quiere imponerse al margen de sus resultados electorales. Como dijo Humpty Dumpty, el huevo sabio y parlanchín de Alicia en el País de las Maravillas, “lo que importa no es el significado de las palabras sino saber quién manda”.
Nos toca a todos defendernos no de las incorrecciones lingüísticas, reales o inventadas, sino de quienes quieren prevalecer sea como sea repartiendo salvavidas de hierro a diestro y siniestro con objeto de convertir el espacio social común en territorio particular a fuerza de expulsar a los demás. Defendiéndonos-de este modo seremos fieles no a una supuesta corrección lingüística sino a una tradición de la cultura catalana moderna, que costó mucho consolidar y que nos alejó, hace más de 50 años, del fatídico “nosaltres sols”.
Publicación original: Catalunya Plural.