Por qué triunfa Rosalía. Siete razones que pueden explicar su éxito

Lo que hace Rosalía no se improvisa ni se consigue por casualidad y sin esfuerzo. No nacen cada día artistas como Rosalia ni crecen en las ramas de los árboles.

Ilustración: Pol Rius.

GABRIEL JARABA

Unos setenta años después del éxito de Elvis Presley, no sólo hay gente que se piensa que aún está vivo o secuestrado por los extraterrestres, sino que también hay quien cree que es posible fabricar un boom musical desde un laboratorio, a fuerza de publicidad y de lo que llaman, desde su desconocimiento, “manipulación de las masas”. Se olvida que, ciertamente, existen triunfos pasajeros fruto de una coincidencia entre oferta y demanda, que suele ser momentánea, pero que son muy diferentes de los hallazgos de los artistas que se revelan como auténticos creadores y apelan a esa chispa que hay en el interior de cada persona. Son estos artistas quienes que resuenan con la luz de otros humanos cuando hay de por medio la expresión artística. El primer fenómeno será efímero o, en el mejor de los casos, un signo del desarrollo de una sociedad y sus gustos culturales; al segundo, lo que llamamos una obra de arte. Y por eso es tan difícil crear una obra maestra en el campo de la música pop como en el de cualquier otra especialidad artística.

Todavía es pronto para saber si el éxito actual de Rosalia producirá una verdadera obra de arte, como hizo Duke Ellington, Wolfgang Amadeus Mozart, Tony Bennett, Claude Debussy, Aretha Franklin, Ludwig van Beethoven, Paul McCartney o Johann Sebastian Bach. Pero lo que sí podemos reconocer en este momento es su talento, trabajada preparación y capacidad de expresión auténtica. Lo que los críticos musicales les cuesta tiempo de analizar, el público provisto de oreja atenta lo identifica al instante: por eso, de la disciplina de la que hablamos se llama música popular. No cuesta tanto; si nos acercamos al fenómeno Rosalia, encontraremos en ella elementos comunes a los de las raíces de otros casos de éxito masivo y si prestamos atención quizás podremos descubrir motivos que expliquen su triunfo.

Con raíces pero también ramas

Se ha acusado a Rosalia de “apropiación cultural”, como si en escuchar a Muddy Waters, John Lee Hooker o Lightnin ‘Hopkins, los Rolling Stones no hubiera hecho caudal y dicho “nos quedaremos callados, no sea que nos apropiamos de…” O como si Rimsky Korsakov hubiera mirado hacia otro lado en lugar de sumergir su inspiración en el patrimonio de la música popular de las grandes estepas asiáticas. Así, lo que hace Rosalía no es flamenco ni “flamenquito”, sino la muestra de una nueva fusión posible entre muchas otras. Toma una sensibilidad que está al aire entre los jóvenes de muchas zonas metropolitanas, le da solidez y lo reformula con autoridad. Va en busca de unas raíces pero se manifiesta con unas ramas que están en el viento para que cualquiera pueda tomar los frutos.

Fusión no es confusión, sino exploración

La fusión en música es traicionera: si te sale bien todos te aplauden pero si no aciertas, te hundes. No todos los que lo probaron salieron adelante como Jaco Pastorius y Weather Report; la retahíla de cadáveres exquisitos que el free jazz ha dejado por el camino no es corta. Quedarse en el nicho de un estilo, género o especialidad puede ser cómodo, pero si se desea apuntar alto hay que arriesgarse por caminos desconocidos. Lo que hacían los Rolling Stones en sus inicios no era simple blues eléctrico; los Beatles cambiaban de registro en cada álbum y tuvieron que hacer su Sergeant Pepper’s para mostrar que eran más que un grupo de rock. Lo que desorienta a muchos respecto Rosalia es precisamente su valentía fundamentada en su cultura musical y no en una supuesta confusión de estilos. Para trabajar en la fusión de músicas hay que manejar lenguajes musicales muy diversos y ser capaz de practicar otro lenguaje propio, surgido de una creación original que integra fusión y la supera a un nivel más elevado.

Apto para todos los públicos

Cuando se tiene algo que decir al mundo, uno se dirige a todos los públicos a los que pueda convocar y no sólo a aquellos sectores de los que ya tiene asegurada la atención. Cuando Brian Epstein lanzó a lo alto de las listas de éxitos títulos como Please please me, o Love me do los Beatles, sabían que estaban hablando a todos los jóvenes y adolescentes del Reino Unido hambrientos de una música que hablara de ellos y no sólo a los grupos de estilo beatnik que se reunían los clubes rockeros de Hamburgo, donde se curtieron en escena con versiones de rockabilly o rhythm & blues.

Cuando Rosalia lanza su fusión exploratoria a las grandes audiencias, hace lo que hizo Madonna cuando se apoyó en una tradición de ritmos pop que abarcaba todos los registros posibles en este campo, sin decantarse por ninguno de los extremos. Rosalia no infantiliza su música con el fin de acercarla a los jóvenes, sino que les muestra que su sensibilidad generacional y la manera de vivir su época puede expresarse con una amplitud mayor, sin quedar reducida a un registro adolescente. Esto es precisamente lo que diferenció a los pioneros del pop rock británico de los cantantes estadounidenses sometidos a las modas y maneras de las baladas pop, el doo-woop y el mundo que refleja la banda sonora de Grease, lo que hizo que el rock pudiera ser una música adulta y no un simple entretenimiento juvenil.

Un universalismo “glocal”

Que un artista no se limite a sus raíces, sino que busque un alcance universal, no significa que renuncie a la autenticidad de un arraigo; puede ocurrir que se haya lanzado a la búsqueda del universalismo en la cultura popular. El modelo de producto cultural mundial que hoy conocemos en el campo del pop fue establecido por la industria cinematográfica de Hollywood. Convirtieron el cine en algo más que un entretenimiento curioso basado en una novedad tecnológica y lo elevaron a la categoría de metanarrativa universal. Así, lo desarrollaron mediante historias fundamentadas en arquetipos transtemporales y en la mayor parte de los casos transculturales (Star Wars es el poema indio clásico Mahabharata ; Solo ante el peligro es el duelo entre Aquiles y Paris en la guerra de Troya; y Los siete magníficos es la leyenda griega de los Siete contra Tebas; al igual que Superman es Moisés).

El ecologismo a inicios de los 70 insinuó como un nuevo desarrollo del socialismo cuando se popularizó la frase “piensa globalmente, actúa localmente”. Al mismo tiempo el soft power estadounidense se impuso como resultado cultural de la decantación final de la guerra fría. Hoy la cultura popular ha sido universalizada especialmente en la tensión entre los polos local-global: producciones que responden a unos referentes originarios de carácter local que resultan asimilables globalmente. Se ha ido más allá de la world music, las músicas de origen étnico que se proyectan internacionalmente sin que abandonen sus fuertes rasgos locales (Youssou n’Dur, Salif Keita, Nusrat Fateh Ali Khan) y han dado paso a otros estilos “glocales” en los que los dos polos se mezclan. Rosalia es un fenómeno clarísimo de esta nueva tendencia “glocal” y, por tanto, lo lleva hacia una nueva etapa de la música popular que convoca audiencias masivas. No es cosa rara ni nueva: antes lo hizo Björk.

Poder femenino

Los ídolos del pop rock de los 60 y 70 eran hombres, con las mujeres en un papel subalterno; los apuestos Pat Boone o Elvis Presley iban siempre por delante de Sandra Dee o Patsy Cline. Las grandes estrellas de Hollywood, entre los años 30 y los 80, eran sólo peones de la industria, sometidas a una opresión masculina intolerable por parte de sus jefes y al abuso sexual, a pesar de ser grandes estrellas, y no representaban roles sociales o personales de liderazgo o mando. Las nuevas heroínas de la cultura popular son, en cambio, estrellas que se imponen a sus colegas masculinos, como Chrissie Hynde o Annie Lennox. Las mujeres se erigen en cabezas de cartel, ídolos de masas en el nuevo pop universalizado que marcan a menudo más tendencia que los hombres: es el reflejo del movimiento de fondo que no se limita al feminismo político y social, sino que reúne un amplio movimiento humanista que pone a las mujeres a la vanguardia de los cambios. Rosalia no es sólo un modelo posible de éxito femenino, ella camina a caballito de gigantes: las mujeres que han abierto otros caminos antes que ella en los más diversos campos y sentidos.

Auténtico, energético, directo

La música pop se convirtió en un fenómeno de masas cuando fue capaz de poner en escena espectáculos integrales que fueron evolucionando desde el ritmo contundente y el sonido a volumen alto, hasta las coreografías, los juegos de luces y las secuencias de canciones tematizadas, como The wall, de Pink Floyd o la ópera rock Tommy, de los Who. Hoy se espera de un concierto de rock que ofrezca un producto muy contundente en todos los términos estéticos y una exhibición completa y sofisticada de la performance del artista: continúa en busca del espectáculo musical dramático integral que inició el ópera en su tiempo.

El concierto rock, de este modo, ha llegado a un gigantismo tan ingente que se le ha vuelto en contra, por lo que su complicación ha ido en perjuicio de una cierta autenticidad que el público reclama y espera que le sea mostrada en directo. La crisis de la industria ha acentuado estas preferencias y artistas como Rosalia han sabido superar las dificultades del gigantismo sofisticado a partir de la autenticidad, la energía y el poder de la comunicación en directo: precisamente los valores con los que el pop se ganó el favor de las masas en sus inicios. Rosalia se establece así sobre lo más sólido de su propia tradición y sabe dosificar y a la vez intensificar lo espectacular, haciendo de sus conciertos, especialmente a partir de la concesión del Grammy, espectáculos integrales.

Elaborada preparación y trabajo pesado

Lo que hace Rosalía no se improvisa ni se consigue por casualidad y sin esfuerzo. La artista lleva a la espalda cientos de horas de formación, ensayo y preparación. Ha estudiado en las mejores escuelas musicales (Taller de Músics y Escuela Superior de Música de Catalunya) donde hay que demostrar talento para poder entrar y sacrificio para ser capaz de aprobar. Muchas personas adultas todavía creen que se puede triunfar en la música sólo a base de ruido y cuatro posturas, al igual que muchos jóvenes piensan, más lamentablemente, que la fama mediante la música no es el resultado de una difícil profesión que se aprende, es muy dura y exige mucho estudio y trabajo técnicamente complejo.

No basta con improvisar un rap o con recurrir a recursos tecnológicos para conseguir el trap; Rosalia ha colaborado desde el primer momento con músicos profesionales que son a la vez productores, como Raül Referee, gente que suele ser muy exigente. No he escuchado ni una sola grabación o vídeo de Rosalia donde desafine o falle una nota, y eso que el periodista que esto escribe es también músico y afinador de instrumentos.

La autenticidad y energía de los elaboradísimos espectáculos en que consisten los conciertos y grabaciones de Rosalia son trabajos de alta complejidad, incluidos vestuario, expresión corporal y danza, que se encuentran entre las tareas creativas que un artista puede encarar. El talento y la creatividad no se compran en la tienda del barrio y ni siquiera dependen de un hipotético don de nacimiento, sino que son el fruto de un trabajo, de una preparación y formación de muchos años a los que hay que añadir una visión clara, producto de una cultura surgida de un estudio en profundidad de la historia de la música.

No nacen cada día artistas como Rosalia ni crecen en las ramas de los árboles. Pero más difícil es encontrar jóvenes capaces de hacer frente a los esfuerzos y sacrificios que conlleva estudiar y prepararse para ser como ella. Con esto bastaría para explicar su éxito.

Publicación original: Catalunya Plural

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