No son zorras, que son perras

Traducen perra como zorra, y no sé si el significado es el mismo aunque lo sea el sentido de la alusión.

GABRIEL JARABA

Las academias de la lengua vigilan atentamente la aparición de neologismos en espera de que salte la liebre y puedan advertir de un nuevo riesgo para la limpieza del idioma. Escrutan el habla popular y los términos tecnológicos pero pasan por alto la fuente más potente de introducción de vocablos disruptores: los traductores del audiovisual.

Los españoles hemos ajustado nuestra habla al ritmo que lo ha hecho la televisión. Incluso antes, cuando la radio era el espectáculo popular al alcance, con los eslóganes publicitarios, hoy en desuso. Pero la publicidad es efímera y ya nadie dice “Filo, filo, Filomátic” para indicar que alguien necesita un afeitado o alude a la Tía Leo como cocinera excelente de sopicaldos. Son los coloquialismos presentes en los diálogos de la ficción televisiva los que ejercen una fuerte influencia, son fáciles de remedar y resultan útiles para usarlos en el habla personal.

Véase el éxito del “truco o trato” en la fiesta de Halloween, cuando no existe ni uno ni otro: “trick or treat” indica la disyuntiva entre que te obsequien una chuchería, “treat”, o te endilguen una jugarreta, “trick”. Pero la frasecita queda la mar de bien y sirve para entendernos.

La canción con la que RTVE concurre este año al festival de Eurovisión ha situado la palabra “zorra” en la cima del insulto. Ahora todas las mujeres ligeras de cascos son zorras, de modo que la zorronería ha dejado de ser alusiva a la astucia para serlo del descaro. Hace 40 años el grupo punk Las Vulpes protagonizó un escándalo –de estar por casa—con su “Me gusta ser una zorra” pero ahora el epíteto es de uso general: cuando el palabro pasa de ser empleado en el contexto de la música marginal a serlo en el del gran espectáculo televisivo continental, algo se ha movido en las costumbres.

Pero las zorras a las que ahora nombramos con profusión no son vulpes, sino un eufemismo para aludir otra realidad más cruda. En el audiovisual español zorra se ha consolidado como apelativo para puta, y el sentido original en inglés viene de otro eufemismo, también de uso general, “bitch”, que alude igualmente a la mujer que comercia con su cuerpo. En inglés se usa “bitch” como sinónimo de puta y su significado no es zorra sino perra. Existe incluso otro eufemismo para “hijo de puta” que es “son of a gun”, literalmente hijo de un cañón o de un fusil, significando hijo de un soldado, alusión a hijo de padre desconocido. El “bitch” coloquial es útil para traductores e intérpretes de doblaje, pues, como “zorra”, es expresivo incluso fonéticamente: el impacto del golpe de voz en la palabra inglesa es aquí ejercido por la r doble y su vibración rotunda. “Zorra” es tan efectiva como “bitch”, ambos son eufemismos y las dos palabras tienen la misma intención alusiva, por más que una zorra no sea una perra.

Gracias a la habilidad de la industria del doblaje, las perras se han convertido en zorras y podemos insultar mejor o por lo menos con mayor presteza. Aunque los zorros pertenezcan a la familia de los cánidos no es lo mismo zorronear que perrear, como han dejado bien claro las costumbres discotequeras y su particular lenguaje de germanía. Tan eficiente es el “zorra” que se hace pasar por “perra” –que sería igualmente deprecativo– que su uso consolidado demuestra que no son las academias quienes limpian, fijan y dan esplendor a la lengua sino que es el cine y la televisión quienes hacen lo segundo y lo tercero aunque no lo primero. Es el genio popular el que actúa como determinante, y por eso nadie se ha atrevido a adaptar el “son of a gun” que se usa en América y Australia del mismo modo que se emplea el andaluz “hijoputa”, con su tonillo de choteo característico.

Ahora falta encontrar el modo de aludir a la especie zoológica realmente peligrosa, que son precisamente los puteros, a quienes  de ningún modo llamamos perreros ni menos zorreros. Pero algo habremos de inventar.

Foto: Las Vulpes.

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