GABRIEL JARABA
Cada año por estas fechas felicito la Navidad a mis amigos y a todos los que en un momento u otro se me han aproximado. No es un formalismo o un acto de buena educación sino un deseo sincero, surgido del corazón. Tampoco es un gesto nostálgico o de simulación infantiloide: servidor es como es y cree en lo que la Navidad es y representa.
Valoro la tradición histórica, cultural y religiosa del cristianismo. Pero lo que realmente me importa de la Navidad es que es un mensaje que llama a la liberación del ser humano y de la creación entera. Después del nacimiento de Jesús en un rincón escondido del planeta ya no es necesario, ni tolerable, arrodillarse ante ningún poder de esta tierra.
Ahora que está de moda creer en los ángeles es cuando olvidamos el mensaje que el ángel de Belén proclamó al mundo. No dijo “sed buenos” o “creed en el Señor”, o incluso “seréis castigados si no pensáis así” sino: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a las gentes de buena voluntad”. Qué fuerte, el ángel. Ni siquiera reclamó creer en Dios, se limitó a hacer una alabanza por su propia cuenta. Pero sí que hizo un llamamiento comprensible por todos: “Paz en la Tierra a las gentes de buena voluntad”. Esto lo entiende todo el mundo y es lo que el anunciador deseó. Ni siquiera religión, ni Dios, ni creencia: deseo de paz a quien sea benevolente con el otro. Punto. Es un mensaje que a todos incluye, crean o no crean.
El mensaje del ángel era y es muy sencillo; no hay más. Por eso un servidor, que cree en cosas tan absurdas como en los ángeles, en la paz y en los niños indefensos, celebra la Navidad y llama a atender a su mensaje, que es sencillísimo. Ni siquiera hace falta creer en nada, sólo buena voluntad. ¿Cómo sentirse excluido de algo así?