La señora que cantaba el cupón

La difusión total y universal de la música mecánica nos ha privado de raíz de la música viva

Escrito por GABRIEL JARABA

Vic, Catalunya | Getty Images

El otro día fui a dar una vuelta por Vic, a comprar fuet, paltruc y bisbe, embutidos exquisitos que traen a nuestra familia sabor de infancia. Esa comarca de Osona y las vías que conducen a su acceso se me antojan un pedazo de la antigua Roma traídos hasta hogaño: la estructura del territorio, el paisaje, los cultivos, los caminos, los núcleos de población. Sí, Vic fue hasta hace poco una ciudad medieval, sede de obispado, pero sólo con superar la plaza del mercado se encuentra uno con un templo romano del siglo II, el templo de la antigua Ausa. Sobre él se construyeron fortalezas medievales pero la recuperación de sus restos nos devuelve esa memoria antigua que es para mí tan viva: nosotros somos los romanos que aún quedan, estamos aquí, y lo que buscamos con esa Europa unida y federal es reverdecer lo mejor de nuestra civilización más que bimilenaria.

Provisto de mi cargamento charcutero, caminaba por la plaza cuando tuve un regalo, de propina: una señora que vendía números de los ciegos «cantaba» el cupón; un pregón en voz alta y bien entonada, musical y con frases que alaban la oportunidad de la suerte. Una sorpresa poética, si se quiere, en la ciudad de Verdaguer, y un hecho entrañable en una sociedad en la que cuanta más música hay de reproducción mecánica, menos –nada– cantan las personas con sus propias voces. Nos hemos convertido en una tierra muda.

Lo comentábamos el otro día con Xavier Morlans, mientras grabábamos el podcast semanal que publicamos en Catalunya Religió: la difusión total y universal de la música mecánica nos ha privado de raíz de la música viva. Y eso debe de ser signo de algo, aunque aún no sé de qué. Voy y me entero días después de que a la vendedora de cupones la atracaron en plena plaza y a la vista de todos, llevándose su recaudación. Quiero pensar que se trató simplemente de la pasión del robo, tan humana, y no quiero ni concebir que alguien quisiera hacer callar su canto, tan armónico y bello como ella. Pero nunca se sabe, y yo me preocupo por ella.

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