La memoria

La memoria suele ser muy apreciada pero yo tengo mis dudas.

GABRIEL JARABA

La memoria goza de un gran prestigio, parece ser. Si le preguntas a alguien si desearía tener más memoria seguro que contesta que sí. Servidor tiene una memoria de elefante y lo recuerdo todo o casi todo. Memorizo textos, datos y vivencias sin ningún problema. Mi vida entera está siempre ahí presente y eso ni me pesa ni me aligera. Una vez tuve que darme cuenta de que de joven pasaba por ser buen estudiante y de hecho no tenía que esforzarme demasiado para aprender porque captaba a la primera el texto y el contexto de la lección. Pero cuando se trataba de empeñarse para desarrollar de manera más elaborada la producción de conocimiento ya era otra cosa. De modo que tuve que dejar a un lado mi falso orgullo de autodidacta intuitivo y rápido mentalmente para dedicarme a picar piedra intelectual como todo quisque. La memoria seguía ayudándome, pero entonces le pude añadir otras herramientas. Seguí siendo memorión pero algo más humilde y me di cuenta de que podía ser tan perezoso como cualquiera.

Algunas personas me dicen con ironía “tú podrías ser mal enemigo porque te acuerdas de todo”. Es cierto –lo de recordar, no la animadversión—pero no estoy satisfecho de ello. Nunca he devuelto un golpe ni he lanzado una piedra a escondidas; no es que sea bueno, a lo mejor no soy más que cobarde. Recuerdo episodios de mi vida muy variados, incluso aspectos de lo más inane, como de qué modo iba vestido fulano aquél día, hace 30 años, en aquel lugar. O qué me dijo mengano cuando le pregunté por algo que recuerdo bien y él ya ha olvidado. No soy persona de rumiación contínua, he educado mi mente y sé cómo relativizar el flujo de los pensamientos; nunca he tenido insomnio y cuando pongo la cabeza en la almohada me quedo frito. Pero me gustaría recordar menos, olvidarme de mucho de lo vivido y abandonar en los meandros de la existencia todo lo que no es esencial.

¿Por qué arrastrar tanta morralla al echar las redes en la vida? Si la humanidad auténtica nace del olvido, de la capacidad de seleccionar lo que vale la pena, de la renuncia a lo que nos dificulta el ejercicio de la compasión. Somos más cuando somos menos y el deseo de acumular información es una forma de autocentramiento egoísta. Aspiramos ahora a disponer de una inteligencia artificial basada en la acumulación ingente de datos, lo que demuestra que la llamada ciencia, o ciertas formas cientifistas que ella adopta, no sólo no han entendido nada de lo que es conocer sino tampoco lo que representa ser humano.

¿Es buena cosa aspirar a recordar menos en vez de más? No lo sé, quizás. A lo mejor la providencia, que no sólo es sabia sino santa, me depara un futuro de ese olvido neurológico que parece aterrar ahora a tantos: desconocer el futuro es una bendición tan grande como la mortalidad. Ni siquiera rehuiría esa posibilidad si ayudara a hacerme más hermano de tanta gente que amo y que ya la vive.

Artículos relacionados