GABRIEL JARABA
A estas horas servidor tendría que estar calladito y por tanto más guapo ante el resultado de las elecciones estadounidenses. No sólo porque ganó el peor sino porque uno hizo, humildemente, campaña a favor de Kamala Harris a través de X, antes Twitter, ejercicio modestísimo, una gota en medio del océano pero que me permitía sumarme a la acción de los ciudadanos del mundo que no queríamos que Norteamérica cayera en manos del delincuente convicto que ahora volverá a la Casa Blanca. En inglés y en español, a todo bicho viviente que uno conoce al otro lado del Atlántico, día a día he ido mandando tuits que comenzaban por un escueto “register and vote” y luego trataban de razonar que el compromiso con Kamala Harris y la oposición a Donald Trump era no sólo bueno para ellos sino para los demás habitantes del imperio.
De modo que uno hace mutis por el foro con la cola entre las piernas para dedicarse a observar, ver y aprender. Porque ahora empieza la verdadera tarea para los europeos, combatir el trumpismo que se cierne sobre el mundo democrático. Tenemos entre nosotros pequeños trumps que son más numerosos de lo que parece y que pronto veremos cada vez más crecidos. No sólo los Orban, Meloni o Le Pen; una multitud de tiranuelos agazapados tras sus mezquinas pasiones que esperan su momento cuando los vientos soplen a favor de su rumbo.
Porque soplarán, sin duda alguna. El éxito rotundo de Trump, nada de victoria ajustada, permite augurar buenos tiempos para una ola reaccionaria mundial. El trumpismo ha demostrado que las guerras culturales pueden ser ganadas del mismo modo que Warren Buffet afirmó que “la lucha de clases existe y la hemos ganado nosotros”. En cada país de Europa existe una versión local de esa regresión mundial y en todos ellos se intentará poner a prueba la posibilidad de un retroceso que hasta ahora no se había intentado.
La víctima de esa tendencia puede ser la izquierda europea si no aprende y rectifica. Las izquierdas se encuentran muy a gusto en los escenarios de guerra cultural que favorecen a la reacción pero que ellas mismas han dispuesto. Los ideólogos reaccionarios tienen tomadas muy bien las medidas a los sectores postcomunistas, ecologistas y alternativos y saben que son un semillero de división y escisiones, de ellos mismos y de quienes se les acercan. También a los socialistas en general, que han querido alejarse del paradigma del conflicto social sin ser capaces de hallar un motivo unificador y entusiasmante (y lo tienen ante sus narices, el federalismo europeo). Léanse diarios digitales concebidos ad hoc para la tarea de esa nueva reacción, como The Objective, y se advertirá cómo esos reaccionarios inteligentes han sabido superar el listón establecido por los viejos habitantes del bunker. Las filas que iban de ABC a El Mundo y La Razón se revelan como pipiolos ante la agudeza de los Juan Luis Cebrián y Antonio Caño.
En España tenemos además el agravante de la ausencia de una derecha democrática europeísta y avanzada. Es de esperar que esta derecha, en Francia y Alemania por lo menos, sea capaz de contrarrestar con carácter el trasplante del trumpismo. En España nos tocará hacerlo a los demócratas de izquierdas que no hemos enloquecido y creemos en una Europa unida y federal que a pesar de todo es posible, entre Trump y Putin, y a los cuatro democristianos y regionalistas que siguen en sus cabales.
Porque cuando despertemos Aznar seguirá estando allí.