
GABRIEL JARABA
Vicenç Villatoro acuñó hace años una expresión muy afortunada: *el salvavides de ferro”. Con ella se refería a una actitud que consiste en ayudar a flotar a alguien o algo que se ahoga lanzándole un salvavidas que contribuirá a hundirlo más. Uno cree que habría que añadir esa tendencia a las ya conocidas propias del modo de hacer actual catalán, extendida en muchos ámbitos. Los salvavidas de hierro son lanzados con la mejor intención pero en el fondo responden a algunas de las características de la cultura catalana de hoy más inquietantes: desmontar lo que funciona, hundir lo que triunfa y desprestigiar aquello con lo que aparece como deseable. El Barça, la Nova Cançó, la televisión pública, por citar unos pocos casos, son ejemplos de ese peregrino estilo, y seguro que podemos hallar más, como la industria motociclista, la moda o el urbanismo.
Claro que en todas partes cuecen habas y ahí tenemos a Donald Trump, un presidente antisistema que supera en la materia a los Panteras Negras y hace que revisemos el distópico film “Civil War”. Porque el uso del salvavidas de hierro corresponde a las muy humanas inclinaciones de la presunción infatuada, la pasión autodestructiva y la incapacidad de aceptar las razones de los otros. Pero la peculiaridad catalana se basa en lo señalado por Gaziel en ”Quina mena de gent som”: “Cada cop que el destí ens col·loca en una cruïlla decisiva, en què els pobles han de triar entre varis camins, el de la seva salvació i el de seva perdició, nosaltres, els catalans, ens fiquem fatalment en el que condueix al precipici”. Algunos han querido ver en esto un supuesto “gen perdedor” en los catalanes, pero un servidor considera que se trata de algo más complejo y que corresponde a una mezcla de sentimentalidad, añoranza, frustración, asunción de falsas leyendas pseudohistóricas y deseos no cumplidos que han llegado a impregnar por completo el catalanismo y no sólo el nacionalismo.
En su camino declinante, la corriente independentista ha elegido como objeto de atención para una nueva movilización la propia lengua catalana. Adoptando la teoría de “el gran reemplazo” (vamos a ser barridos por una invasión y sustituidos en nuestra propia tierra) propugnan que el catalán está en riesgo de desaparición y, con él, la identidad de la nación. No les importa que en la actualidad nuestra lengua impera en todas las universidades del país, en todos los estamentos y sectores ciudadanos, en la enseñanza y la televisión pública. Que nunca había habido, precisamente, tantos catalanoparlantes como ahora y además alfabetizados en su lengua, y nunca los personajes públicos de todas las actividades, no sólo los políticos, se habían expresado siempre en público en catalán, acogidos por un estado de opinión que considera la lengua como un signo de prestigio. La edición en catalán funciona mejor que nunca y el cine va adquiriendo cada vez más vuelo: ¿se imaginan a un ciudadano de la Cataluña republicana viendo cine en catalán?
Los independentistas tienen derecho a sentir y pensar como quieran, y siempre habrá más o menos personas que se produzcan así. E independentismo no va a desaparecer sino que continuará como una forma de vida catalana. Pero los catalanistas, entre los que me cuento, ostentan formas muy diversas y aunque defienden férreamente la lengua muchas veces no creen ni que ella ni sus hablantes estén amenazados; una cosa no lleva a la otra.
El corolario de la teoría del gran reemplazo aplicada al idioma es la llamada a una actitud militante pero además de combativa, áspera, con denuncias públicas, boicots y enfrentamientos. Y con ello se contribuye a arropar a nuestro idioma con un salvavidas de hierro demasiado pesado. La acritud, enfado y decepción depresiva de un grupo social aunque numeroso, en retroceso, pretende imponerse sobre una lengua que pretenden salvar pero que, por primera vez en la historia, empiezan a hacer que parezca antipática y adusta. Y no; los antipáticos son ellos. Pueden permitirse aparecer como maleducados en el trato con quienes hablan distinto pero no tienen derecho alguno a estropear un clima cívico del cual ha surgido la mayor presencia pública de la lengua catalana que se ha conocido. Cuando se celebra la semana del libro en catalán en Barcelona resulta que se dan unas ventas al alza, el incremento de la cuota de mercado y unos índices de lectura
cada vez más optimistas.
Que no molesten, pues, como minoría airada, a las numerosas personas que cada día contribuyen a que la lengua catalana siga siendo patrimonio común y crezca cada vez más. A los supuestos salvadores del catalán hay que recordarles aquel chiste de un tío que entra en una librería y reclama un libro de Dale Carnegie: “Oiga, ¿tiene Cómo ganar amigos, hijo de puta?”.
Fotografía: Vicenç Villatoro.