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GABRIEL JARABA
No quiero escribir sobre el presidente electo de Estados Unidos ni de su corte de los milagros, aunque quizá sí de la tecnooligarquía que ha vuelto su mirada a Washington abandonando la utopía digital. Sí que debería hacerlo sobre la izquierda europea, que no sólo no entiende a América sino tampoco a Asia. En la izquierda sudamericana no vale la pena buscar argumentación política que ayude a cambiar las cosas, porque el discurso antiimperialista se ha agotado por incomparecencia del contrincante.
La clase política americana no vio venir la victoria del trumpismo y su arrasadora victoria en votos y por tanto legítima. La mentalidad progresista global parece incapaz de explicar no ya la transformación necesaria del mundo sino las sociedades complejas presentes. El trumpismo tiene razón cuando habla de la universidad como un estorbo inútil, pero no en el sentido en que lo hace. La tumba del pensamiento crítico operativo se ha cavado en las universidades occidentales y su traición a la ilustración; la lengua de madera que se usa en los “papers” de investigación que se publican en las revistas científicas es una literatura gris denotativa de un no pensamiento que se expresa con una tosquedad que repugnaría a los alumnos de primero de periodismo si estudiaran.
Gramsci dijo que las ideas no crecen sin organización. Ahora es al revés, no tenemos organización a causa de la ausencia de ideas. No son ideas las chucherías verbales que circulan por el mundo editorial, literario o académico, son el equivalente adulto al contenido de Tik Tok con pretensiones. El trumpismo, con su rotundidad y su adhesión popular –sí, popular—desborda la incapacidad de percibir la operatividad que esconden ciertas contradicciones aparentes.
Por ejemplo, que el expansionismo que apunta –Canadá, Groenlandia, Panamá—es compatible con un repliegue en las propias fronteras. Que la inhibición imperial aparente sea en realidad un modo alternativo de imponer una hegemonía sin compromisos como contrapartida. Que la digitalización global sea un paso más allá de un soft power que ya no se impone por el atractivo de sus formas de expresión sino por el pragmatismo de su acción tecnológica. Que el dominio de los países subdesarrollados se produzca no mediante la explotación y la sujeción imperial sino por el abandono.
Quizás veamos muy pronto el final de lo que hasta ahora hemos considerado el imperialismo contra el que se ha lanzado la izquierda internacional y lleguemos a añorar ese imperio hegemónico sucedido por una cacocracia capaz de una depredación no conocida hasta ahora. Habrá más pobres –ya los hay—ahogándose en guerras de pobres y con pobres aspirando a unirse a guerrillas de empobrecidos como salida de la pobreza y la marginación. Las distopias temibles no son las ingenuidades lloronas que escriben los escritores preocupados sino que ya están aquí: el narco como única vía de escape a la miseria y la marginación irresoluble; no es el gran hermano de Orwell sino el fentanilo . El imperio contraataca porque ha aprendido a ejercer su dominio de un modo aparentemente tosco pero tan sofisticado que sobrepasa la capacidad de análisis de los científicos sociales y sus adherentes de tebeo.