El diario The Washington Post ampliará su redacción este año con más de 70 nuevos profesionales. El Post ya había sumado recientemente 41 nuevos profesionales a la redacción para tareas de edición. El New York Times supera los 10 millones de suscriptores tras la adquisición de The Athletic, al mismo tiempo que compra el popular juego en línea de palabras Wordle y amplía su equipo Live de Londres y Seúl. A su vez, la BBC, radiotelevisión pública británica, contará con un equipo de 31 profesionales para coberturas online en directo. Por su parte, el diario español El País anuncia que ha alcanzado la cifra de 143.000 suscriptores digitales. Si a ellos se suman los suscriptores de la edición impresa el diario cuenta actualmente con 182.000 suscriptores.
La información la proporciona en su newsletter Ismael Nafría, uno de los analistas de las tendencias en la información y la red más solventes de nuestro país, y pionero en la divulgación de la web 2.0 hace 20 años. Los datos pretenden ser optimistas: aumento de la fidelización de lectores mediante la suscripción, contratación de profesionales y aumento de las inversiones en talento y producción de información.
Pero esto último, fuera de nuestro país. Si en EE UU la posición de las empresas periodísticas es invertir en profesionales, en España se dedican a soltar lastre: El País acaba de prescindir de 30 de sus periodistas más veteranos mediante prejubilaciones incentivadas cuando no hace tanto que abandonó la redacción otro importante número de acogidos a un ERE. La diferencia de las tendencias en la evolución de la transformación a uno y otro lado del Atlántico reside en lo siguiente: en América el salvador del Washington Post –el mítico periódico del caso Watergate– ha sido Jeff Bezos, el dueño de Amazon, quien ha invertido en el diario sumas importantes de su fortuna; en España los herederos de Jesús de Polanco, uno de los creadores de El País están refinanciando su deuda para no tener que abandonar el consejo de administración. Unos, invirtiendo en información y en los periodistas que la elaboran, y otros, tratando de evitar que las consecuencias de una incomprensible inversión en el sector audiovisual continúe minando un diario líder.
Pero a fin de cuentas lo que importa en este asunto es si hay un futuro para el periodismo, que es el ejercicio de la profesión que asegura el derecho democrático y constitucional a recibir y emitir información libremente. No podemos analizar este futuro posible como hace dos o tres décadas hacíamos con las cifras de audiencia de la televisión. Asistimos a una transformación total de la comunicación como preludio a una probable revolución sociocultursal cuyo sentido caminará a favor del viento de la democracia o no según la naturaleza de la evolución global.
Porque lo que está en juego no es sólo el futuro de una industria, la informativa, sino el de un elemento clave de la democracia: el derecho a la libertad de información. No sólo el derecho recogido textualmente en la Constitución sino la posibilidad factual de recibir y transmitir con libertad todo tipo de información y por todos los medios, información auténtica y no únicamente trivialidades.
Las empresas están centradas en estudiar elementos de medición, análisis y control del producto digital, una vez comprobada la tendencia al alza del factor suscripción junto con la persistencia de la crisis de la publicidad. Sueñan con redacciones reducidas en las que los periodistas dominen competencias centradas en el lector, algo que exige capacidades de adaptación del contenido a una plataforma, un dispositivo o un momento de lectura concretos.
Las más lucidas de las voces que advierten sobre las posibles tendencias en información indican que crear una cultura más innovadora sigue siendo fundamental. Pero no siempre las mejores ideas llegan desde arriba. Los tecnócratas que rigen los medios, por más que se sitúen ahora en una lógica de audiencias y mediciones olvidan que la creatividad no se vende en la farmacia y que los medios informativos de hoy no se caracterizan por levantar primicias y desarrollar las noticias que arrastren a los lectores.
Diga el amable lector cuándo fue la última vez que vio una portada de periódico (digital o impreso) presidida por una noticia levantada por el propio periódico, una de esas que son fruto de la astucia y la investigación de los profesionales y no salida de una oficina de prensa o de una filtración interesada y se dará cuenta de en qué consisten y hacia dónde conducen las tendencias del periodismo, si son de las que indican caminos o las que lo hacen hacia muros.