
GABRIEL JARABA
El monstruo naranja de la Casa Blanca debe de estar maldiciendo la hora en que emitió un meme oficial que le muestra vestido como papa en una imagen trucada. No porque sea capaz de considerar en su verdadero alcance ese acto de irreverencia frívola que refleja toda una concepción del poder y el mundo. Ha comenzado a comprenderlo cuando la Iglesia Católica ha elegido como Sumo Pontífice a un estadounidense que para más inri sostiene posiciones opuestas a las suyas. Entre las primeras palabras de León XIV una vez ascendido a la cátedra de Pedro ha estado la defensa de los emigrantes, a quienes el pichi de Mar-a-Lago se empeña en deportar y castigar sin derecho ni moral. Aquél a quien Albert Sáez, director de El Periódico, definió tan justamente como un subastero quizás atisbe a entender que en este mundo hay cosas que no se compran ni se venden.
La fortísima contraimagen de los poderes de este mundo que representa León XIV ha venido a contrastar con la insoportable ligereza de quienes lanzaron el desgraciado meme. Un vistazo a lo que realmente significa tal gesto es enormemente ilustrativo. Por una parte, representa la ensoñación de una aspiración, acceder a lo que él considera el máximo poder sobre la Tierra. Es pues una victoria de Francisco después de muerto; el presidente de la primera potencia mundial reconoce que hay un poder moral por encima de él. Por otra parte muestra una cierta inconsistencia del presidente americano al creer que ese poder al cual rinde homenaje implícito es comparable al suyo; cae en un error semejante al de Stalin cuando, irónico, preguntó cuantas divisiones tenía el papa. Se trata de concepciones simplistas de las cosas mundo que ciegan el entendimiento de personas aparentemente muy poderosas que acaban por hundirse cuando se resquebrajan sus pies de barro y que muestran la naturaleza inconsistente de los principados de este mundo que nos amenazan con sus rayos.
El meme de Trump no pretende, de hecho, ser blasfemo; pertenece a cierta corriente en la que destacó John Lennon cuando en los inicios de su carrera afirmó que los Beatles eran más famosos que Jesucristo. Ciertas formas estéticas de la Iglesia Católica han sido siempre objeto de risas e imitaciones que provienen no sólo de la tradición goliardesca sino del anticlericalismo burgués. Los capitanes de empresa del siglo XIX no podían tolerar que su autoridad totalizante presentara resquicios por los cuales se filtraba la presencia del confesor de sus esposas, a quien debía un reconocimiento moral que superaba a la obediencia al poder familiar o al dinero industrial. El proletariado compró la mercancía averiada de ese anticlericalismo y aún sigue hoy confundiendo la naturaleza del poder y la orientación de las alianzas correctas. Cuando Trump emitió su meme desde la cuenta de X de la Casa Blanca sabía que la broma hallaría eco no sólo en la tradición antipapista de cierto protestantismo americano sino en gran parte de la masa proletaria que le votó.
Y ha sido un papa llamado como el autor de la encíclica Rerum Novarum quien llegó y mandó parar. En aquella encíclica se sintetiza una doctrina social de la Iglesia que es lo opuesto a lo que el presidente hace y propugna y en la trayectoria de Robert Prevost se percibe lo que puede llegar a ser: un verdadero líder moral global como lo fue Jorge Mario Bergoglio. Si Francisco llegó a tal categoría no sólo fue porque otros se retiraron de tal función (Barack Obama), fallecieron antes de florecer plenamente (Vaclav Havel, Enrico Berlinguer) o quedaron atrapados en su incomprensión de la modernidad ilustrada (Dalai Lama, Gandhi). Lo es, nos guste o no, porque tiene tras de sí una institución cuyo fundamento propone la fraternidad inquebrantable de todos los seres humanos sin excepción: “Dios nos quiere, Dios os ama a todos, y el mal no prevalecerá”.
Los círculos trumpistas se han dejado de bromitas y, sólo dos días después de la elección de León XIV ya han mostrado su disgusto con él. ¿Verdad que la caricatura de marras se ve ahora diferente y no hace tanta gracia?