Cinco notas sobre comunicación, guerra y paz

Es necesaria una globalización completa de la comunicación que no sólo democratice las sociedades sino que quite de la cabeza a quienes baten los tambores de guerra que en tiempos de desarrollo tecnológico y comunicacional es imposible vencer por la fuerza sin destruirse uno mismo.

GABRIEL JARABA

  1. Las pantallas no desaparecerán; igual que el dinosaurio de Monterroso, seguirán allí cuando las plañideras se hayan cansado y deba atenderse a la cuestión fundamental: ¿cómo formar en la escuela, cómo educar en el tiempo libre, en un universo comunicacional digitalizado en el que prima lo inmediato, lo utilitario y lo superficial? También seguirán estando allí los alumnos, las escuelas, los maestros y las familias, aunque despojados por fuerza de costumbres, vicios y adherencias inútiles. Los primeros se darán cuenta de que el entretenimiento de baja calidad en el que sostienen sus identidades adolescentes es una pista suicida. Las segundas deberán recuperar lo mejor de la pedagogía probada y defenderse a ultranza de las burocracias gubernamentales. Los terceros tendrán que hallar aliados en la sociedad que les ayuden a librar una guerra imposible. Y las cuartas constatarán que la sociedad que daban por buena ya no existe.
  2. Inmediatez, utilitarismo, superficialidad: estamos donde estamos porque hemos llegado hasta aquí por unos caminos determinados y no por otros. Las lacras que censuramos a las realizaciones de la cultura digital popular son precisamente las líneas maestras de lo que fue la comunicación de masas exitosa en el siglo XX. La rapidez a ultranza exigida al periodismo, la rentabilidad publicitaria de los medios, la ligereza en la contextualización de los relatos; lo que ayer eran virtudes se han trocado en los males de hoy, sin mudar en su esencia. La revolución de internet se ha frustrado. No ha conseguido superar el paradigma acumulativo de la comunicación de masas ni ha impuesto la lógica colaborativa que estaba llamada a desarrollar. Internet ha sido deglutida por un corporativismo que lleva en su seno el germen de una nueva evolución democrática en la comunicación. Pero sudaremos tinta.
  3. El llamado “periodismo de clic”, que parece ser la quintaesencia de las tendencias, será el que entierre el periodismo verdadero. Buscando desesperadamente la inmediata rentabilidad del soporte informativo, está trastocando la base misma del periodismo moderno, es decir, la estructuración de la narración noticiosa en pirámide invertida, que da cuenta de lo sucedido en primer lugar, con un título directo que no llame a engaño y una contextualización progresiva que eduque al lector en una exigencia pertinente de veracidad. Uno lee los textos propiciados por el periodismo de clic y se maravilla de cómo aspiran a ganar dinero con medios y recursos tan mediocres y precarios. El trabajo por un periodismo de calidad es el ariete detrás del cual intervienen todos los elementos que deberían producir una regeneración de la comunicación. Las exigencias que hacemos al periodismo de calidad son las que deberían conllevar un rescate de la comunicación digitalizada secuestrada por la mentalidad y la acción corporativa.
  4. La gente anda atemorizada por la llamada inteligencia artificial generativa porque es un mecanismo que parece remedar la tarea de un redactor humano. Espero ver pronto el verdadero alcance de esa nueva tecnología para presenciar los verdaderos temblores: la combinación de IA más robótica, más biónica. Quizás los temores cesen al ver si un verdadero desarrollo de la IA conduce a la cronificación del cáncer e incluso su curación, o a la eliminación de las enfermedades crónicas que se llevan la mayor parte del presupuesto de la sanidad pública en medicamentos. En aquel momento el temor ancestral que inspira la modernidad, el arquetipo de Frankenstein (el horror a la autonomía y descontrol de la tecnología creada por el hombre), habrá  cambiado de objeto y temeremos otras cosas: la teletransportación al estilo de Star Trek, por ejemplo. El decrecimientismo con el que sueñan las izquierdas identitaristas sólo se produciría mediante un colapso de la civilización tal como la conocemos. El único camino que representa un retroceso en el avance tecnológico es el que conduce a una nueva edad media. Los colapsistas deberían aclararnos si es precisamente una nueva edad media con lo que sueñan: abandonada la idea de progreso no atinan a ver que sin tecnología y avance no hay democracia. Y sin ella los decrecimientistas serían los primeros en marchar con grilletes y cadenas en los pies.
  5. La verdadera medida de la articulación y desarrollo de la tecnología combinada con la comunicación nos la dará la próxima guerra. No las actuales guerras de pobres que se libran en África, Próximo Oriente o Europa del Este, sino un megaconflicto en el que se ponga a prueba la tensión necesaria entre el doblegamiento del enemigo y la supervivencia de las estructuras productivas. Estados Unidos salió airoso ya una vez de tal prueba con las bombas atómicas arrojadas sobre Japón: aniquilaron el militarismo fascista nipón y dejaron intactas las bases feudales de un capitalismo moderno plegado a los intereses de la potencia vencedora. Ese parece ser el sueño húmedo de quienes hoy día piensan con la cabeza en el seno del complejo militar industrial, que decía Eisenhower. Todas las consecuencias, derivaciones y desarrollos de la comunicación que hemos vivido desde 1945 hasta hoy tienen origen en aquella segunda Guerra Mundial que parece no haber resuelto su conclusión. La comunicación es el elemento necesario para la paz mundial, y no sólo por lo que representa para la difusión de las ideas de diálogo y concordia. La comunicación es también un teatro bélico que, si no se desborda, permite mantener circunscrita a las mentes la pulsión suicida del género humano. La guerra fría y el equilibrio del terror demostraron eso en las últimas décadas: bravuconadas las que se quieran, pero ni la sangre ni los misiles llegaron al río. Las guerras parciales y localizadas que estamos teniendo desde 1949 son una imitación de tercera mundial contenida. Por eso es necesaria una globalización completa de la comunicación que no sólo democratice las sociedades sino que quite de la cabeza a quienes baten los tambores de guerra que en tiempos de desarrollo tecnológico y comunicacional es imposible vencer por la fuerza sin destruirse uno mismo. Aquel lema de los años 50 que los más viejos recordarán: “Átomos para la paz»

Publicación original: Catalunya Plural.

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