GABRIEL JARABA
En nuestro país barruntan que se prohíba el tabaco en las terrazas de los bares pero en Milán se han decidido a vetar que se fume en la calle a corta distancia de otra persona. Es loable la preocupación de las autoridades por la salud pública pero uno echa de menos semejante rigor respecto a la ingestión de otras sustancias igualmente perjudiciales. Es por eso que vamos a enumerar los beneficios, o por lo menos la ausencia de perjuicios, del alcohol con respecto a la comunidad. Lo que sigue parece una broma o un ejercicio de ironía extrema, pero no es más que la pura verdad.
Comencemos por la intervención de sustancias que alteran la conciencia en los accidentes de tráfico. Se ignora la incidencia del tabaco en ellos y los controles de alcoholemia y drogas no miden la presencia de los efectos del fumar en tales accidentes. Conducir bajo los efectos del tabaco no es causa de alteración conductual alguna, por lo que parece.
Lo mismo sucede con la violencia machista. El tabaco está ausente de los asesinatos de mujeres, palizas y maltratos dirigidos al sexo femenino. No se puede decir que nadie que haya fumado ha inducido una conducta violenta de tal jaez. El tabaco es malo pero no es la causa de la violencia contra las mujeres. Lo mismo por lo que respecta a los niños, sean hijos de fumadores u otras personas.
Los accidentes de trabajo parecen estar igualmente exentos de la presencia del tabaco. Solamente elementos de cortesía están asociados al hecho de que determinados operarios –conductores de transporte público, funcionarios—eviten fumar ante sus contrapartes laborales. Pero nadie acusará a un trabajador fumador de haber puesto en peligro las vidas de quienes les acompañan, aunque es presumible que esto pueda cambiar.
Vender tabaco a menores está prohibido, igual que facilitarles alcohol. Aspirar el humo del tabaco es perjudicial para su salud e inducirles a esta práctica es un delito. Pero no se prohíbe que los adultos fumen en presencia de los menores, ni siquiera sus padres; se considera que la supuesta ejemplificación del acto de fumar no alcanza a tal extremo. Fumar es malo pero mostrar el acto de fumar de manera normalizada en la familia no ha llegado a ser censurable: las recientes celebraciones familiares de Navidad y Año Nuevo son muestra de ello. En tiempos pasados estas fiestas solían ser oportunidades para la iniciación de los menores en el acto de fumar, a manera de rito iniciático. (Ignoro si aún se regalan por Reyes los cigarrillos de chocolate con los que los niños de otro tiempo simulábamos fumar como los grandes). En esos mismos tiempos y sobre todo antes muchos hombres adultos, más de los que pudiera parecer, no se atrevían a fumar delante de sus padres ya mayores por considerarlo una falta de respeto. El cambio de costumbres ha favorecido que la consideración negativa del fumar se limite a la conducta individual. Uno prevé que la colectivización del uso del tabaco como acto social traerá cambios en este sentido.
Veremos pronto modificaciones en la consideración social del uso del tabaco, parecidas a las que ya se han producido y que antes no se hubieran tomado en consideración. Que los médicos fumaran en sus consultas, o los profesores en las clases; hoy en el audiovisual sólo los malos fuman. Quedará en pie la cuestión de la ejemplificación de las conductas cuando se muestran en la ficción, asunto espinoso por lo que respecta a establecer relaciones causa-efecto más allá de la moral. Fumar es perjudicial para la salud de uno mismo y lo es para otros cuando el uso pasivo del tabaco afecta a terceros. Pero la consideración social de este vicio puede ser un alibi magnífico para la promoción de políticas de salud pública que aparenten preocuparse de las personas y aun haciéndolo sigan sirviendo de cobertura a ciertas actitudes de incapacidad o falta de voluntad en terrenos de mayor enjundia.
El tabaco es causa de muchos males pero no de los que hemos citado, y eso debería hacernos pensar. Porque lo que concierne en lo más hondo a la repugnancia colectiva hacia el tabaco está relacionado con algo que los antropólogos conocen bien: la cuestión de lo crudo y lo cocido, lo sagrado y lo profano, lo puro y lo impuro, y la pasión por alejar de uno la impureza que, oh deseo máximo, nos impide alcanzar nuestro sueño. No es pues asunto de salud sino de sentido.