
GABRIEL JARABA
El recurso urgente a la radio de transistores a pilas durante el gran apagón ha mostrado de nuevo no sólo que nuestra civilización pende de un hilo, el eléctrico, sino que la información necesita de la pluralidad para funcionar como es debido.
El monocultivo informativo empobrece y a la hora de la verdad se echa en falta la pluralidad de medios y fuentes. Si para saber lo que pasa necesitamos más recursos que los medios que dependen de la electricidad, imaginemos la verdad de lo que sucede cuando atendemos solamente a pocas o una sola fuente para enterarnos.
Podríamos trasladar la misma cuestión a los cibermedios. La pluralidad de la oferta favorece la diversidad de opciones informativas pero en la red se reproduce la tendencia de las audiencias cautivas. Porque en el ciberespacio se da una tendencia semejante a la de los medios masivos: la adhesión personal a productos con los que uno se identifica, además de la preferencia por su oferta. Ello hace que el ciudadano que desea ejercer su derecho a la información de manera plural debe vigilar esa inclinación a dejarse llevar por lo que a uno le gusta en vez de mantener el equivalente a una dieta informativa equilibrada.
Ahora ya no somos tan ingenuos como cuando internet nos prometía una nueva ilustración, y el verdadero rostro de los tecnománagers de Silicon Valley, rendidos al trumpismo, ha venido a recordarnos que las simpatías son para los amigos y los besos para las novias. No hay amigos en el campo de la información y los halagos de los que nos jalean son moneda falsa; hay quien mataría por un clickbait.
Cuando internet cayó con el apagón se hizo la luz, oh paradoja: estamos solos cada cual con su conciencia y razón. La ilusión de formar parte de un grupo también fundió a negro. De X o de Bluesky, que más da si caza ratones. Pero dejando aparte la cacería de roedores producto de la urgencia, hemos ido revisando la reconfiguración de nuestras cuentas personales en esas redes sociales, y hemos comprobado que, aunque se trate de simples observaciones sin valor estadístico alguno, se perciben algunas tendencias que conviene tener presentes.
A pesar de lo que pareció ser una huída en desbandada de X a Bluesky, no todos los tuiteros se trasladaron a la mariposa azul. Había ganas de respirar un aire menos enrarecido que el del mundo muskiano, pero enseguida se cayó en la cuenta de que ambientes cerrados hay más de uno. Muchos parecen haber advertido que en la red las burbujas son peligrosas. Formar parte de un entorno cohesionado no sale a cuenta: hay que tener el ojo puesto en lo diferente. Pues lo distinto es lo plural; lo único que ganamos al rechazar un tipo de agrupación para reunirse en otro es disminuir la pluralidad de opciones a nuestro alcance. En una red preferida permanecemos unidos a nuestros iguales, o a quienes parecen serlo, pero el precio no sólo es obtener menos pluralismo, sino cosechar aburrimiento.
Ciertamente en X ha habido desviaciones a causa del reinado de los algoritmos, y que en muchas ocasiones el entorno de lo que debía ser diálogo se ha convertido en un campo de Agramante. Los peores insultos que recibido en mi vida han sucedido, precisamente, en X, por supuesto a cargo de personas que se esconden en el anonimato. Curado ya de espantos, tengo la impresión que el desprestigio de las redes de inmediatez ha sido fruto de la desazón de muchos periodistas o intelectuales acostumbrados a la comunicación vertical masiva y poco habituados a la crudeza de la horizontalidad de las interacciones humanas realmente existentes. Se ha calificado a lo que fue Twitter como un bar de borrachos mientras en muchas de las webs que servidor lee cada día se encuentran y se cuecen las malas voluntades elaboradas que otros trasladarán, mandados, a la redes, y esas webs tienen a la vista la empresa que las promueve, el editor que las dirige y los autores que las escriben (otra cosa es la financiación que las sostiene, mysterium magnum).
Estar juntitos en una red homogénea en cuanto al tipo de usuarios o de tendencias puede ser halagüeño pero inoperante a la hora de la verdad informativa. Ver desfilar ante la vista a sujetos semejantes a uno o a los amigos de uno llega a ser tedioso. Se ve ahora de otro modo el criticado efecto bronca de X: quizás te digan de todo pero si uno mantiene la calma puede apreciar un panorama más amplio por más que desagradable. Quizás recibir las noticias o comentarios que nos desagradan sea el precio a pagar no ya por el pluralismo sino por el entretenimiento. Habrá tabernas digitales bronquistas, pero en la vida empírica, ahora que hemos vivdo una emergencia de gran calibre, las gentes han salido a la calle a encontrarse personalmente entre conciudadanos, para informarse y apoyarse. Cada vez que nos asalte la desazón ante los peligros del muskismo y la tentación de la bronca y el caos hemos de pensar en el comportamiento cívico ejemplar que hemos dado todos los españoles en todo el país.
De modo que las redes deben despertar menos recelo y proporcionar más capacidad de opción. El aburrimiento de las redes homogéneas puede ser una elección pero no lo es cuando el emisor es una institución, ente público o agente relevante de la vida social. Muchas de estas cuentas fueron dadas de baja de X al valorar que la antipatía que despertaba Elon Musk y sus trapacerías no se armonizaba con la imagen que querían proyectar. Sus titulares, personales e institucionales, creyeron que ahí se jugaban prestigio cuando sólo se trataba de imagen; uno y otra no son exactamente lo mismo.
El día del apagón muchas de estas cuentas que huyeron de X fueron reactivadas por la necesidad de mantener el contacto con los ciudadanos en un momento excepcional. Y por la sensación de seguridad y presteza que la presencia en todas las redes, en tanto que medios mayoritarios puede proyectar sobre la ciudadanía. Uno no está en una u otra red social para resultar más guapo sino para servir al público. La diversión hay que dejarla para los particulares, que decidirán si merece la pena de pagar un poco de antipatía a cambio de pluralidad.