
GABRIEL JARABA
No es extraño que ante la aparición del último disco de Rosalía algunos se hayan dedicado a soltar lugares comunes, también vulgaridades e incluso inconveniencias. “Lux” no es una obra fácil ni está hecha para oídos deformados por la trivialidad o la pereza de pozar en ciertas profundidades que sólo la música es capaz de ofrecernos.
Es curioso que a menudo se acusa a ciertos personajes vinculados a la cultura de mecerse en el columpio de la trivialidad cuando esta vez han sido muchos, demasiados, observadores a los que se supone intención crítica los que han reaccionado ante la novedad musical con una superficialidad insoportable. “Lux” es un bocado duro de masticar por demasiados desdentados desprovistos de sensibilidad y curiosidad para darse cuenta de que nuestra motomami circula en rueda libre a toda velocidad y sin deberle un duro a nadie.
“Lux” no es una obra fácil y requiere atención tanto para escucharla como para tratar de comprenderla. Como ha dicho Rosalía en una entrevista reciente, “hay un esfuerzo compositivo mayor que en cualquiera que haya hecho antes”; de hecho, el disco revela una labor intensísima de construcción de una pieza que podríamos llamar de orfebrería, en la que no hay trucos ni recursos fáciles, que hoy día se pueden lograr fácilmente con elementos técnicos o con ciertos guiños estéticos para que el público pique el anzuelo.
Hay un antes y un después de este trabajo en la carrera de Rosalía, que ha sido una estudiante de música aprovechada, una profesional esforzada y una exploradora valiente, pero el después al que “Lux” apunta es la consciencia de la artista de que la música popular moderna ha llegado a un límite conceptual y estético que ella se ve llamada a rebasar.
En este sentido, “Lux” pertenece al género histórico de álbumes conceptuales que han señalado épocas de cambio y búsqueda: “Revolver”, “Sergeant Pepper’s”, “Pet sounds”, “The Wall”, “Tommy”, “Exile on Main Street” y discos similares. Hace tres años un servidor escribió en este diario lo siguiente: “No sé a dónde será capaz de llegar Rosalía en su evolución. No parece un camino fácil; simula hacer un pop cercano a los gustos de públicos muy populares, pero va en busca de nuevas formas expresivas basadas en la superación de esquemas conocidos. La desorientación de muchos se debe a que lo hace con una complejidad inusual.
Hay dos maneras de ser un artista pop: una, caracterizarse por un aspecto estilístico claramente identificable que se haga con un segmento de público lo mayor posible; otra, cargar sobre las espaldas la historia entera de la música popular y la cultura pop globalizada de los siglos XX y XXI.”. Ahora ya podemos ver a donde apuntaba la artista: a una complejidad sin concesiones que obliga tanto a los artistas como a su público a abandonar las excusas para adentrarse en terrenos desconocidos a los que nunca la música ha renunciado a entrar.
A estas alturas, los contenidos y referencias espirituales de “Lux” no deberían sorprender a ningún observador culto, sobre todo después de la recuperación de la figura de Hildegarda de Bingen, abadesa benedictina, santa del siglo XII, doctora de la iglesia, música y madre de la historia natural, a través de algunas obras discográficas y cinematográficas sobre ella, que han tenido mucho éxito en los últimos años. Sólo con mencionar que los escritos de santa Hildegarda han inspirado a Rosalía alguien con un poco de cabeza debería tentarse la ropa; no pido tanto si se encuentran con la presencia en el disco de Juliana de Norwich, anacoreta venerada por la iglesia católica, la iglesia de Inglaterra y la iglesia luterana, autora de una frase que deberían considerar quienes califican a la edad media como “edad oscura”: “Y todo está bien, y todo estará bien, y toda clase de cosas irán bien”.
Hay que leer a Victoria Cirlot y Laia de Ahumada, la primera, una de las más importantes medievalistas europeas, y la segunda, filóloga que busca la creación de un nuevo lenguaje que transmita la experiencia espiritual fuera de los ámbitos religiosos. Reseguir los fragmentos y alusiones a figuras espirituales cristianas, musulmanas y orientales sembradas en “Lux” puede ser un particular curso de historia de la espiritualidad universal que beneficiaría a todos quienes no usan las palabras “mística” y “misticismo” como arma arrojadiza.
Ni trabajar con las músicas, los instrumentos y la voz, ni hacerlo con los conceptos, palabras e ideas que integran esta obra han sido tareas fáciles. Uno piensa que si una artista española como ella ha conseguido que la London Symphony Orchestra se avenga a participar extensamente en un disco cuyo no es, por decirlo con brusquedad, moco de pavo. Las fotitos, las entrevistas en la tele, las performances en Madrid son tareas de promoción que hay que desempeñar en este oficio cruel en el que nada es verdad ni es mentira.
Lo notable es que Rosalía las acomete sin hacer dengues, con una profesionalidad que muchos quisiéramos para otros especialistas no precisamente artistas. Y esa seriedad es un ejemplo que hay que tener en cuenta en alguien que, después de haber realizado la “opus magna” de “Lux”, podría tumbarse a descansar.
Hace cinco años, un servidor escribió en estas páginas de Catalunya Plural, a modo de titular, “Rosalía es Mick Jagger”. Ahora podría decir “Rosalía es Paul McCartney” y me quedaría tan ancho.
Ilustración: Pol Rius.



