
GABRIEL JARABA
Una vez preguntaron a Woody Allen: “¿Usted cree que el sexo es sucio?” y el cineasta respondió: “Si se hace bien, sí”. La anécdota me viene a la memoria cuando veo que Donald Trump aparece citado en los papeles de Jeffrey Epstein, un tipo especializado en el trajín de jovencitas para goce de viejos rijosos y pastosos, en la que se le califica de “sucio”. La anécdota me viene a la memoria porque hacía tiempo que no veía el adjetivo empleado en público para calificar un comportamiento sexual. No sé si Trump es sucio o no y no me importa su grado de pulcritud en las relaciones interpersonales al menos de bragueta hacia adentro, ya que hacia afuera ya hemos comprobado que no se trata de un caballero que se distinga por la limpieza en el trato. El presidente americano corresponde a una nueva era en que una especie de brutalismo va tiñendo el panorama general y no sólo la geopolítica.
Las contraposiciones entre lo que es considerado sucio o limpio han sido estudiadas por la antropología, igual que las que existen entre lo crudo y lo cocido o lo bueno para comer y lo execrable por el gusto propio. Parece ser que este relativismo es una constante histórica en el devenir de las culturas y los pueblos. Lo que no es relativo es lo referente a lo bueno y a lo malo, a pesar de los delirios de cierta postmodernidad. Y hete aquí que el posiblemente sucio presidente de Estados Unidos se erige en altavoz postmoderno a raíz de la visita del príncipe heredero saudí Mohamed Bin Salman. “Cosas que pasan”, dijo Trump, para referirse a la acusación del asesinato del periodista árabe Jamal Khashoggi que pesa sobre Salman, de quien se dice que lo mató con sus propias manos.
“Cosas que pasan”: a estas alturas no vamos a descubrir la catadura moral del presidente americano, como la de su homólogo ruso, quien no se halla lejos del asesinato de la también periodista Anna Politkovskaia, peligrosa también para la autocracia rusa como Khashoggi lo era para la saudí. Qué nos van a contar a nosotros, ciudadanos de la patria de Julián Grimau, que tuvimos un vasto aprendizaje sobre crímenes de estado. Muchos estamos curados de espantos y de terrores como para asombrarnos ahora de ciertos coqueteos con la banalidad del mal. A uno lo que le interesa es ver la extraña combinación que resulta de la maldad, la estupidez y el vicio, de la cual, entonces sí, podría surgir la suciedad. “Calla, cerdita”, le espetó Trump a una periodista que le hizo una pregunta pertinente y legítima. Uno no puede saber si el presidente montó alguna vez en el “Lolita Express” de Epstein pero esa tendencia a ver puercos por todas partes y a exculpar a los asesinos le parece el súmmum de la suciedad.




