GABRIEL JARABA
El procés ha terminado con el cambio de presidencia de la Generalitat pero lo que viene es algo que me parece peor. Creo que estamos asistiendo a la disolución del catalanismo civilizado e ilustrado que hemos conocido en los últimos siglos y que regresa algo que estuvo en el origen de la desafección de Cataluña desde digamos el 1500: el gusto por una rebeldía estéril que se acomoda en un desorden social que dice favorecer el futuro de la nación pero del que sólo saca provecho la bandería más osada. El bandolerismo, los nyerros i cadells, las guerras carlistas, el movimiento obrero sin estrategia política, el democratismo burgués sin cultura democrática.
Recomiendo leer al historiador Enric Ucelay da Cal cuando describe brutalmente el hilo conductor de la pasión nacionalista a lo largo de los siglos: “Jo faig el que em surt dels collons!”. Pilar Rahola acaba de definir la última pirueta de Carles Puigdemont de manera más fina pero no menos clarificadora: un gran acto de desobediencia. Quizás el catalanismo en el que hemos creído no era otra cosa que hacer lo que nos saliera de los cojones en una u otra época histórica, bajo el manto del patriotismo. Ciertamente, el amor a la lengua, la cultura, la historia nacional han estado siempre ahí, pero a la hora de la verdad lo que acaba prevaleciendo es salirse con la suya. De ahí la construcción histórica de un victimismo que se ha impuesto con razón o sin ella, porque Cataluña se ha encontrado siempre frente a frente con alguien que ha hecho prevalecer su razón o su fuerza.
Uno quiere creer que la Cataluña libre, culta y digna por la que hemos luchado no puede reducirse a la imposición de la última palabra testosterónica de turno. Quizás porque hemos vivido en una época en que la testosterona armada y represiva que prevaleció fue la del franquismo hemos perdido perspectiva para esclarecer otras corrientes de mala voluntad existentes en nuestro seno. Esa visión deformada es lo que hace aparecer como libertarismo y espíritu ácrata el nihilismo existente en una sentimentalidad de masas actual que niega a los otros el derecho legítimo a su nación y a su lengua y reclama para sí la exclusiva de la pertenencia al país y el falso derecho a mandar en él sin ser elegidos: costará devolver a esta gente a la racionalidad y los llevaremos a cuestas tratando de impedir sus “actos de desobediencia”.
Mientras la presidencia de Salvador Illa se empeñará en imbuir razón a la vida civil catalana –“fets i no paraules”, que decía el presidente Montilla—buena parte de la realidad social realmente existente seguirá admirando, de manera latente o explícita, esa capacidad de hacer “el que em surt dels collons” que ahora se ha exhibido impúdicamente. Quizás con razón, porque ya se sabe que lo peor que le puede pasar a alguien que tiene manía persecutoria es que le persigan.