Cabezas cortadas

Es como el regreso de la Reina de Corazones: ¡que le corten la cabeza!

GABRIEL JARABA

La crónica de sucesos nos ha traído en las últimas semanas varias decapitaciones, en diversas circunstancias: una discusión de borrachos en un bar, el hallazgo de un cadáver perdido y descabezado, el asesinato de un padre y el lanzamiento de la testa en público como desplante final. Ha habido más cercenamientos pero los que he referido son los que me han venido a la memoria. La  rigurosa regulación de la tenencia de armas en España nos proporciona la posibilidad de presenciar una variedad más rica en el dudoso arte del asesinato que la que se produce a base de descerrajar cuatro tiros a la víctima. España ya no es un territorio plagado de gente provista de navaja como complemento inevitable del vestir y los científicos sociales han llegado a establecer que no somos personas especialmente violentas en nuestro quehacer cotidiano; gracias a Dios.  Pero algunos se empeñan en rizar el rizo de la violencia asesina mediante una demostración truculenta como separar la cabeza del cuerpo del asesinado para que quede constancia del paso adelante que han sido capaces de dar en su empeño letal.

Impresiona el afán cercenador por lo truculento pero también por la pulsión ancestral que representa. Hay en él un deseo de aniquilación de la víctima que supera el mero hecho de darle muerte; es una negación de su humanidad y su identidad. Privar al cuerpo de su cabeza, que incorpora rostro y cerebro, parece representar el acto supremo de la aniquilación del otro. El hijo que corta la cabeza a su padre y la arroja en medio de la calle en público desea señalar un non plus ultra en el asesinato y realiza una afirmación y una exhibición dirigidas a los espectadores del horror; no sólo está harto de la relación paternofilial sino que además de rechazar la vida de su progenitor pretende borrar cualquier vínculo humano con él. Hubiera bastado con apuñalarlo, incluso destriparlo pero es necesario descabezarlo para apartarlo de la esfera de lo humano que habita la Tierra. Una negación suprema que va más allá de la eliminación física: es la eliminación de cualquier signo de humanidad en el otro al cual uno se opone.  Como siempre, las verdades profundas se encuentran en los cuentos. La Reina de Corazones en la historia de Alicia en el país de las maravillas es una tirana que reacciona ante la menor contrariedad ordenando “que le corten la cabeza” a quien osa oponérsele. Lewis Carroll la define como “una furia ciega” y señala su inmadurez infantiloide como fundamento de su ira. Quizá la tendencia a la decapitación en el asesinato sea un signo más de la presente infantilización de la sociedad

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