GABRIEL JARABA
La llamada “nova cançó catalana” nació afrontando un problema fundamental: para que un hecho artístico se abra paso debe haber un público, generalmente joven, al que le guste. Por su parte, la prensa informativa, impresa o digital, que vive una crisis no sólo de negocio sino de producto, le pasa lo mismo. No puede haber comunicación sin que haya algo que comunique y que haya alguien interesado en que la comunicación se produzca.
Un servidor rumiaba sobre esta coincidencia mientras escribía sobre los inicios de Joan Manuel Serrat y su contexto, con motivo de la gira conmemorativa de su medio siglo de profesión. La perspectiva de los cambios que ha experimentado la canción, por una parte, y la transformación crítica de la información en la era digital me parecen dignas de consideración, a la vez, a causa de este motivo común: una y otra trabajan para un público, en un espacio social abierto, sometidas a la determinación de interesar o no a sus destinatarios. Y observaba que la actitud de determinados cantantes o personajes de la música y los impulsores de la prensa informativa coincidía en la perplejidad y dificultad para explicarse las razones de sus problemas.
La “nova cançó” nació como un experimento acotado a la clase social y concepción cultural de sus creadores. Era, de hecho, una enmienda a la totalidad de los gustos de la época en materia de música pop. La distancia entre Brassens y los Sírex era harto significativa de dos realidades bien diferentes que, como siempre, se ha querido superar con voluntarismo. El problema, sin embargo, de negar ciertas realidades ha sido tener que pagar un precio por tener que trajinar con una realidad demasiado compleja para los sueños de ingeniería social que muchos albergan.
El éxito, relativamente rápido, de la canción a inicios de los 60 y la gran aceptación por parte de públicos muy diversos, en su momento, hizo creer a muchos que su triunfo sería permanente; no tuvieron en cuenta que cada hecho cultural se corresponde con una época histórica y social. Ahora asistimos a la gira triunfante de Serrat y la celebramos, pero miremos atrás y tomemos nota de los nombres que se han quedado por el camino (tanto por razones biológicas como de aceptación).
Los cambios en la prensa diaria, por lo que respecta a géneros, lenguajes y formatos, se han producido no sólo por la transformación profunda de la gran digitalización sino precipitados por una revolución cultural cuyo alcance aún no sabemos ver. Y el gran cambio es fundamental: la prensa diaria informativa ha dejado de interesar a los jóvenes.
Los diarios impresos de información digital corresponden a un mundo que ya no le dice nada a la gente joven. Son considerados excesivamente vinculados al mundo institucional (y con razón: viven de subvenciones y créditos avalados); hablan en un lenguaje que no interpela y de unos temas que no son vividos como propios; utilizan convencionalismos y sobreentendidos que ya no son corrientes.
Todo eso lo decimos ahora y es cierto, pero también lo era en los años 60 en pleno franquismo y relativo a lo que entonces colgaba de los quioscos. La transición representó, al margen de todo lo demás, la conversión de la información en un negocio descomunal. Lo que mejor representó el cambio de era en España a partir de 1975 fue una monumental eclosión de prensa impresa, diaria y semanal. Cambio 16, Cuadernos para el diálogo, Posible, Doblón, Triunfo, Ciudadano, La Calle… Hoy no queda ni uno en pie. Del mismo modo que en Barcelona y en Madrid sólo queda un diario (deportivos aparte) de los que salían con Franco vivo. Actualmente es imposible comprar una revista impresa semanal de información general y en castellano. Aquel gran negocio ha muerto o se ha desplazado de lugar.
Los jóvenes que quieren cantar y tocar, hacerse oír, lo tienen más que duro ahora mismo. Son conscientes de que construir una Rosalía es muy difícil. Las formas que adoptan los artistas renovadores son a veces difíciles de concebir: nadie podía imaginar cuando apareció Maria del Mar Bonet que algún día habría una Andrea Motis. Estudio, formación, innovación y persistencia son las consignas de los que tienen éxito. No comunica quien quiere sino quien puede, y para poder hay que saber.
A un servidor le gusta imaginar que en estos momentos en algún piso oscuro de familia trabajadora se esconde un adolescente con una guitarra que llora bajo un cerezo florido, o que en algún garaje o trastienda ensaya un cuarteto eléctrico que grita que ella te quiere. Pero las cosas no son tan simples: ahora hay que formarse, aprender de los que saben, pensar y reflexionar. Cuando los Sírex lo petaban –literalmente—en El Pinar no existían la Esmuc ni el Taller de Músics, y ahora fiar la creatividad a la “intuición” sólo lo creen factible los críos que se presentan al First Dates, que son raperos y que dicen que se comerán el mundo.
¿De dónde saldrán los emprendedores que hagan fortuna con la información en el inmediato futuro? Muy probablemente de las facultades de comunicación, pero no únicamente. Ni de un chico o chica que sólo aspira a plantarle un micro en los morros a un famoso, ni de un joven modelado en las escuelas de negocios donde enseñan a atornillar proveedores y ahogar empleados como fórmula de éxito. El negocio informativo que viene saldrá del único lugar del que puede salir: la pasión por comunicar, la visión de la oportunidad que permita reconectar nuevos medios y nuevos públicos, la sensibilidad de compartir complicidades y la habilidad de ofrecer servicio y producto a cambio de ganancia. Me pregunto, sólo a modo de hipótesis, si hay alguien en el sector información, que esté pensando como piensan y lo que piensan los gestores, creadores, guionistas y productores de las plataformas audiovisuales que han hecho cambiar de lugar los escenarios del negocio del cine. Porque bien debe de haber alguien, ¿verdad?
Fotografía: Joan Manul Serrat en uno de sus primeros recitales, 1965. Foto Jordi Udina.