El trabajo de periodista consiste en algo más que publicar noticias, o incluso emitir opiniones sobre ellas. La evolución que la comunicación ha experimentado nos lleva a los profesionales a abarcar diversas competencias relacionadas con la comunicación, y estas a veces representan choques de intereses: información o relaciones públicas, por ejemplo, por no citar la consabida incompatibilidad entre periodismo y publicidad.
No todo lo que parecen noticias lo son, no lo son las comunicaciones que favorecen intereses particulares simulando atender al interés general. El universo cada vez más complicado de la red y los medios hace que se solapen o incluso se suplanten formas comunicacionales aparentemente informativas que en realidad son publicitarias. Unas y otras se diferencian así: una, a satisfacer el conocimiento de hechos sucedidos por parte del público, que necesita saber de ellos para decidir y actuar en el terreno cívico con conocimiento de causa; otra, diferente, saber de la existencia de productos, servicios o actividades que pueden ser adquiridos por el público para satisfacer una u otra necesidad.
Información y publicidad, ambas legítimas pero orientadas a fines distintos: hay que saber hacer esta diferenciación, por la que pasa una alfabetización informativa y mediática elemental. La publicidad nos beneficia como clientes, usuarios y consumidores, la información sirve a nuestra condición de ciudadanos, que aspiramos a ostentar un conocimiento lo más aproximado de la realidad de los intereses generales que afectan a nuestras decisiones y nuestra vida social.
El desplazamiento de los intereses empresariales hacia la web vuelve a empujar a los informadores hacia terrenos no específicamente propios del periodismo independiente sino solapados con la estimulación publicitaria o la animación de audiencias. Se pide a los periodistas de las redacciones que supervisen o dispongan estrategias de captación de lectores o bien se presentan contenidos claramente publicitarios como si fueran noticias de interés cotidiano (branded content).
Los jóvenes profesionales que han accedido a puestos redaccionales o aspiran a hacerlo ya no pueden soslayar la realización de tareas semejantes. Y eso tiene una repercusión sobre los lectores: el periodismo independiente se basa en un acuerdo implícito entre el periodista y su público, un pacto no escrito de confianza mutua. El lector profundiza en su cabecera elegida en la medida que acepta que al otro lado de la pantalla hay alguien que vela por sus intereses en tanto que consumidor y ciudadano. Te leo, te escucho y te atiendo porque entiendo que eres leal conmigo, dedico mi atención a tu medio o a tu pieza informativa porque infiero que merecen confianza. La jerarquización de la información presentada en la redacción, el empleo de un lenguaje claro, conciso y certero en el desarrollo del texto, la valoración y contextualización de lo noticioso constituyen no solo signos de calidad profesional sino de respeto al público al que uno se dirige.
Todo ese conjunto de equilibrios y contrapesos existentes en la relación entre periodistas y público se parece mucho, y de manera que resulta inquietante para muchos, a las compensaciones y calibraciones que se dan en las relaciones políticas democráticas. Es una buena señal: la visión esquemática y simplificada de las relaciones humanas –o conmigo o contra mí– esconde a menudo una voluntad de dominación o una imposición de hechos consumados que siempre redunda en el menoscabo de la libertad. La democracia consiste en poner a prueba de manera continuada las relaciones de confianza, su merecimiento y el goce de su ofrecimiento. Se dice que lo que define a una democracia no es el hecho de poder elegir a los representantes políticos mediante el voto universal y secreto sino la posibilidad de deponerlos, dimisión incluida, cuando ha vencido el término previsto en su elección o cuando han decepcionado o traicionado a quienes les votaron. No es poner a los políticos en el mando, es poder echarlos en todo momento lo que marca la diferencia entre la democracia y su ausencia.
La construcción de ese equilibrio de confianzas entre periodista y público es la tarea fundamental de la labor periodística. Eso significa que no disimulamos ni escondemos ningún otro interés que no sea informativo, por legítimo que sea. No hacemos la tarea de los publicitarios, de los administradores, de los gerentes, de los medidores de audiencias o de los animadores de públicos. Todas ellas dignas pero que no son propias de los periodistas, quienes, por su parte, se honran en ganarse la atención del público, mediante el interés de los asuntos sobre los que informan, que es el medio con el que pretenden atraer la atención de sus lectores.
Nuestra capacidad de suscitar interés mediante una leal organización de los elementos que lo promueven es el modo que los periodistas tenemos de caminar hacia el cumplimiento del pacto no escrito de confianza mutua. Porque al hacerlo los periodistas asumimos la parte fundamental de nuestra responsabilidad democrática. Esta es nuestra condición de administradores del derecho democrático a la información, más allá, o incluyendo, la producción y distribución de noticias. Es una grave responsabilidad y harto singular, pues poquísimas profesiones tienen encomendadas la preservación de un ejercicio democrático fundamental e insustituible. Por esa razón se nos reconoce (o debería reconocérsenos) el derecho al secreto profesional y por ello el trato a los informadores y los medios por parte de los poderes públicos y sus agentes es revelador de la calidad de la vida democrática de un país.
Hacemos mucho más que poner un micrófono ante una persona que tiene algo que decir, que tomar notas de declaraciones o de informaciones que nos son confiadas, que contrastar las noticias que descubrimos y los datos entre los que hurgamos: ser periodista es mucho más que hacer todo eso. Por ello debemos preguntarnos en todo momento si estamos haciendo honor a la confianza que el lector deposita en nosotros al hacer un clic sobre una pieza que hemos escrito o editado. Porque eso es mucho más que una simple cuestión sobre medición de audiencias en la red sino que se trata de la medición de la calidad de la democracia en la sociedad.