GABRIEL JARABA
Santiago Tejedor es el continuador de una tradición de literatura de viajes española que tiene sus raíces en el periodismo pero alcanza a la literatura que no se basa en la actualidad. Es el sucesor de gentes como Luis Pancorbo, Miguel de la Quadra-Salcedo, Javier Reverte e incluso Manuel Leguineche. Tejedor es periodista y profesor de periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde dirige el Master en Periodismo de Viajes, y con su trabajo recuerda al lector que todo periodista es un explorador, ejerza como tal en la jungla verde o en la de asfalto. Él se siente más cómodo en la primera porque cree, con Neruda, que siempre retornamos a la jungla austral, a la selva perdida. Y el científico viene a dar la razón al poeta; el paleoantropólogo David Johanson, descubridor de nuestra antepasada Lucy, la australopiteca que nos permitió comprender mejor los pasos de la evolución, afirma que el cazador recolector que aún somos se siente reconfortado y seguro cuando se da una vuelta por el bosque: nuestro cerebro conecta con el entorno y el instante y el mundo vuelve a tener sentido. Los románticos sintieron la urgencia de esa reconexión con el sentido y la buscaron en las viejas ruinas, en el sueño de un nuevo Prometeo, en la cima del Montblanc y el Cervino, hasta llegar a las cumbres himalayas, al centro de la Tierra y a las simas de las profundidades marinas. Ahora nos damos cuenta de que no perseguían la aventura o la excitación del riesgo sino la experiencia del ser más íntimo: el escritor de viajes es un buscador del alma.
En su último libro, “Yunka Wasi. Historias que cuenta la selva”, Santiago Tejedor huye del exotismo y de cierto tremendismo que se esconde tras el relato aventurero. El autor es hijo de una generación a la que no dicen nada ciertos trascendentalismos y quizá por eso se centra en explicar las cosas tal como son hurgando en una cotidianeidad que a veces resulta más abrumadora que una incursión fantástica. El viaje a la selva amazónica que relata “Yunka Wasi” es justamente eso, una mirada respetuosa a una vida cotidiana que no es la nuestra sino la de otros seres humanos como nosotros. Si hay un diálogo intercultural posible no puede ser otro que el que consiste en ponerse en la piel de los demás, porque como dice el antiguo dictum teosófico, “las almas de los hombres son una”. El encanto de este relato es el que corresponde a un descubrimiento, la revelación progresiva de la condición humana en los pequeños detalles de la supervivencia en un medio hostil, el que no se encara con la mirada extasiada del descubridor de lo exótico sino con la mirada compasiva de quien es sabedor de que el contraste con lo más ajeno a uno mismo es el modo más efectivo de poner de relieve lo más común en la existencia básica de todos los seres humanos.
La lectura de “Yunka Wasi” es, además, y quizá por todo lo que acabamos de referir, el goce de una pieza muy bien escrita, en la que el autor supera a obras anteriores como “Chakoka Anico” en el que se atrevió a hacer el retrato de un líder indígena americano que nunca llegó a conocer, una pirueta periodística y literaria que anticipaba la actual mirada desapasionada y comprensiva que Tejedor muestra en su más reciente libro. “Historias que nos cuenta la selva”, lo subtitula, jugando con nuestra curiosidad. Pues las historias que cuenta esa selva austral que Santiago Tejedor son ni más ni menos que nuestras historias cotidianas en la jungla de asfalto septentrional.