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Si no a Dylan, ¿a quién?

Con este post reemprendo la publicación de El ojo de la aguja, un blog personal incardinado en Gabriel Jaraba Online que he tenido suspendido durante bastante tiempo. El ojo de la aguja quiere ser un blog como los de antes, un lugar donde expresar asuntos personales, en torno al que formar comunidad y dirigido a vincular y vincularse en redes abiertas: la web 2.0. En é hallará el lector temas y maneras de relatarlos más estrechamente vinculados a mis ideas y vivencias, independientemente del interés general que puedan suscitar. Para este reinicio recupero un post de mi antiguo blog referido a la concesión del Nobel a Bob Dylan, que me sigue pareciendo vigente.

GABRIEL JARABA

Se equivocará quien vea en el Nobel de Literatura a Bob Dylan una concesión a la cultura popular de masas o un guiño a los cantautores. Si algún cantante se ha ganado los laureles de poeta de nuestro tiempo ese ha sido el Bardo de Duluth. Si alguien cree que la poesía es menos poética si es cantada, entonces ese alguien ignora la historia de la poesía y la literatura desde la Odisea y la Iliada, escritas para ser cantadas tras haberlas aprendido de memoria. Quien dude de la intención poética fundacional de Robert Zimmerman que recuerde que cambió su apellido por el nombre del poeta galés que orilló a la generacion beatnik. Quien crea que no se ha castigado lo suficiente a Bob por haber electrificado su guitarra que arda para siempre en ese infierno especial que los dioses malévolos guardan para los vengativos, los elitistas y los tiquismiquis eternamente insatisfechos, tres condiciones que suelen coincidir en una sola.

Se suele olvidar que una cosa es la literatura y otra distinta la industria editorial. Si la segunda se lamenta porque este año se le hurta su parte en el negocio que la tribulación valga como pena por la de bodrios infumables con los que esos fulanos inundan cada día las librerías. Grabadas las palabras del poeta en vinilos, cintas o dispositivos digitales, impresas en papel o magnetizadas digitálicamente, la palabra es la palabra y allá cada cual con su ojo y su oído. Pero que se recuerde que un día la inspiración de Joyce Carol Oates fue haber escuchado It’s all over now baby blue, como nos recuerda el cantante y profesor Vicente Araguas en su tesis doctoral sobre Dylan. La palabra poética es a la vez eterna y palabra en el tiempo, y si Bob Dylan no ha sido el poeta de nuestro tiempo, ¿quién? Los amantes de la poesía deberían celebrar que la palabra del poeta llegue a las masas, ¿o no era así? ¿Es menos palabra si no sólo llega a un público sino que lo crea a través de la radio, el disco, la Red, los escenarios? ¿Fue menos poeta Pere Quart cuando se subió al escenario del Price, un mugriento hall de boxeo y lucha libre para oponer su palabra de libertad a la infamia fascista? Me acuerdo ahora de aquel tipo que decía «me parece que este Mozart no debe de ser tan bueno cuando lo alaba tanta gente».

A mi edad soy menos dylaniano que en mi juventud, quizá porque ahora soy más radical políticamente que entonces. Si se me rasca se hallará que soy más de Pete Seeger que de Bob Dylan, más de Jimi Hendrix que de Tom Paxton, más de Angela Davis y de los Panteras Negras que de Georges Brassens, más de la vigorosa new left norteamericana que de la lloricona intelectualidad europea de izquierdas. Pero la lírica amarga, burlona y desafiante de Dylan expresa  mucho mejor nuestro zeitgest que ciertas rimas y no rimas que yo me sé. Los hombres del futuro leerán la poesía dylaniana como nosotros hacemos lo propio con la de Homero: para comprender un tiempo, una tierra y una gente.  Eso no merece el Nobel, merece la gloria eterna.