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Por unos medios de comunicación razonables

No puede existir una verdadera democracia sin unos medios de comunicación razonables. En una Catalunya donde gustan las frases altisonantes a pesar de que se considera “un país petit” y que se remite a los grandes principios aunque sea proclive a los “faux pas” conviene reclamar de la sociedad, las instituciones y los dirigentes cosas prudentes, quizás modestas pero imprescindibles, sin las cuales no hay democracia digna de este nombre. No está en juego (sólo) la libertad de información,debemos defender la función entera de la prensa y los medios de comunicación: si fragmentamos la función global de la comunicación en la democracia acaba por no quedarnos ni la una ni la otra.

Unos medios de comunicación que sean razonables, eso es todo lo que podemos y quizás debemos reclamar. Fíjense que no exigimos que sean independientes, imparciales, objetivos, excelentes, sino razonables, simplemente razonables. No son poca cosa unos medios razonables y esa condición, expresada de este modo, no es una ambigüedad. Los ciudadanos que aspiramos a vivir en una democracia de calidad somos titulares del derecho democrático a la información, es decir, el derecho a enviar y recibir información libremente. Y para que los medios de comunicación puedan realizar esa función con plena competencia es necesario que antes de exhibir todas las cualidades que deben serles exigibles han de ser, por lo menos, razonables. Es decir, capaces de obrar de acuerdo a la razón, atendiendo a razones y razonando sus actuaciones. Pero sobre todo, sin hacer tonterías, trampas al solitario y trapacerías.

Razonable significa algo más que capaz de razonar, pues las palabras no sólo son significado en sí sino significante de por sí: si en el campo de la ley el uso acaba convirtiéndose en derecho, en el de la hermenéutica el empleo de los significantes en uno u otro sentido hace que signifiquen lo que decide el consenso general de quienes los usan en un tiempo determinado. Razonable suena a los oídos contemporáneos como algo que va más allá de la capacidad de razonar: algo razonable aparece como una cosa conveniente, deseable e incluso posible. Lo razonable es lo opuesto a la desmesura, a esa deformación de fragmentos de realidad que es tan fraudulenta como neurótica, y sobre todo manipuladora: el modo ostentoso y descarado de dar gato por liebre en la sociedad de las apariencias.

Hemos sido desposeídos de unos medios razonables desde que el “aznarato” se propuso acabar con la cultura de la transición (sí, queridos usuarios de la expresión “régimen del 78”, él se os adelantó) y se diría que ya no es posible devolver el genio a su lámpara o el dentífrico al interior del tubo. Y esa “desrazón” nos ha abocado a afrontar el actual cambio de era civilizacional desprovistos de herramientas adecuadas para, si no una deliberación masiva, sí por lo menos para un intercambio de razones razonable. El desrazonamiento comunicacional es un gran negocio tanto económico como político: le ha hecho ganar el poder a Trump y mantenerse en él; ha resucitado el conservadurismo británico y lo ha puesto al frente de una loca carrera hacia ninguna parte, y ha conferido a la presente hipertrofia independentista del nacionalismo catalán la fuerza de un “relato” poderoso que lo es porque mucha gente lo asume como propio (y eso es mucho más que mentir o adoctrinar, eso es el verdadero arte de la comunicación de masas por más fraudulento que ello pueda parecer). El genio no volverá a la botella pero quizá sí podríamos reclamarle ciertas maneras civilizadas cuando evoluciona entre humos subyugantes.

Una televisión pública convierte una frase propia de patio de colegio pronunciada con la i en un gesto por la libertad de expresión; una mafia policial crea una empresa para difundir y vender infundios y maledicencias, con el supuesto de que hay mercado para ello: entre estos dos extremos de sinrazón, la una inocua y la otra puro “risky business” nos estamos moviendo. Está claro que decir “prisis pilitiquis” como una pillería infantil que quiere pasar por gallardía desafiante es tanto una estupidez como llevar a algunos medios el espionaje político y policial a Pablo Iglesias. Destacamos estos extremos por lo llamativos y chocantes, pero no son tan importantes en sí como que representan el marco en el que nos estamos moviendo. Dada la situación, reclamar unos medios razonables a estas alturas puede ser revolucionario.

Publicación original: Catalunya Plural

Publicado también en el blog PAIOS, en lengua catalana