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La reacción ante el adiós del MWC: lágrimas de cocodrilo

GABRIEL JARABA

La suspensión del Mobile World Congress (MWC) en Barcelona es un signo indicador más de algo que aún no sabemos como calificar; para unos, decadencia, para otros, decrecimiento. Un servidor se limita a tomarlo como la constatación de la falta de liderazgo que afecta a la ciudad, en tanto que tal y en tanto que capital catalana, española y europea. Ya sabemos que cualquier tiempo pasado fue anterior, pero cuando se estaban fraguando los Juegos Olimpicos de 1992, ni a Pasqual Maragall ni a Josep Miquel Abad les hubieran colado una jugarreta semejante. Porque hasta un niño de teta ve que la suspensón del certamen no tiene nada que ver con riesgo sanitario alguno sino que ha sido el estallido de una guerra comercial-estratégica oculta cuyas motivaciones y desarrollo han sido escondidos a la opinión pública y me temo que a las autoridades.

Mi amigo Joan-Francesc Pont Clemente, hombre influyente que es lo que antes se llamaba un prócer de la ciudad, reclamaba en Facebook: “La pregunta es: ¿qué hicieron durante los últimos dias y las últimas noches nuestras autoridades para salvar el MWC? Con quien hablaron? Qué negociaron? Con qué presionaron? ¿Quien habló con los presidentes de EUA, China y la UE? Quien va a informar ante el PE, las Cortes Generales y el Parlament de Catalunya? ¿Y qué va a decir? ¿Que somos buenos y los demás malos? ¿Ésta es toda la política que saben hacer? Se puede fracasar, claro que sí, pero antes hay que intentar ganar. Y no veo que nadie lo haya intentado”.

La ausencia de liderazgo anda repartida y ha dejado a todo el mundo con el trasero al descubierto. La Generalitat ya sabemos que abomina de cualquier acción de tipo universalizante que no pase por machacar el clavo que trata de hacer entrar por la cabeza. Al Gobierno de España el asunto le coge con el pie cambiado precisamente cuando enfatiza la capitalidad cultural (y esperemos que algo más) de Barcelona; se trata de aquello de predicar o dar trigo. Por lo que respecta a la llamada sociedad civil, ahora nos explicamos porqué la conquista de la Cámara de Comercio y otros raids semejantes han sido un paseo militar: como el chiste de aquél que ganó el concurso al más gandul y le instaron a pasar al salón a recoger el premio; “Que me entren”, respondió. Y en cuanto al Ayuntamiento, corramos un estúpido velo: salvada la ciudadela del avance idependentista el peculiar liderazgo que lo dirige vuelve por donde solía tanto si es por ocho como por ochenta.

La falta de liderazgo que dimana del Ayuntamiento de Barcelona y la totalidad de las instituciones públicas no es, por lo que respecta a la alcaldía, incapacidad o inhibición. Uno se siente tentado de pensar así cuando observa la actitud ante los problemas más escandalosos del ahora y aquí de la ciudad y la persistencia en la inacción o la contrasolución. Pero se trata en realidad de una opción deliberada que es la apuesta por un modelo de decrecimiento en el que confluye el ramillete de paraideologías que se agrupan en torno a ese polo político.

La opción se nos muestra totalmente a las claras, desde la expulsión del vehículo a motor de la ciudad hasta el encogimiento del aeropuerto y el puerto pasando por la omisión de cualquier proyecto estratégico de conjunto en cualquier terreno, el cultural incluido. La perversa confluencia y reforzamiento mutuo de paraideologías (deformaciones perversas, sectarias y contraproducentes de ideologías dignas y consistentes) viene además aliñada por el rasgo distintivo de lo que ha quedado de la cultura política catalana: el tacticismo, el cortoplacismo y el oportunismo. Búsquese en cualquier formación política algún rastro de visión política de futuro y el resultado será nulo, e insisto en lo de cualquier.

Otro día hablaremos de esa nueva amalgama de paraideologías con la que he querido aludir a la peculiaridad en fachada y acción que distingue el comportamiento del Ayuntamiento de Barcelona pero eso requiere más detenimiento porque la cosa es compleja y además se trata de la versión local de un problema extensible a toda la cultura occidental y democrática. Pero resumamos lo sucedido: el MWC se ha ido y la reacción se resume con rapidez: lágrimas de cocodrilo.

(Por cierto: ahora se comprenderá mejor el “esprit du temps” en el que se han hecho ascos y dengues al Hermitage, argumentos culturales y técnicos aparte).