Por Gabriel Jaraba
Este texto corresponde a los trabajos propios del grado 30º (Caballero Kadosh) del Supremo Consejo Masónico de España. Con su lectura se cerraron las Grandes Tenidas de Otoño celebradas el 2013 en Madrid, organizadas por el SCME.
El propósito de este palustre es reflexionar sobre la perplejidad en que actualmente se encuentran los ciudadanos progresistas ilustrados ante la situación mundial. Se trata de una perplejidad cuya naturaleza y alcance van más allá de lo político, lo sociopolítico incluso. Lo que está sobre la mesa no es únicamente, o no tanto, una crisis económica y política, sino la consideración entera de la vida social basada en el imperio de la ley, en los valores que han inspirado la democracia representativa y en las formas que a partir del humanismo ha tomado la organización de la convivencia humana. Se trata, pues, de un problema filosófico de primer orden, y por tanto, digno de análisis por parte de la masonería filosófica y muy especialmente en el seno de un grado cuyo lema llama a la acción, con una expresión de disyuntiva radical en pro del combate por la liberación y contra toda forma de opresión del hombre por el hombre, básese esta en la razón práctica, en la sumisión religiosa o en la sujeción política o militar.
Esta reflexión se propone un alcance muy modesto: enumerar los hitos y el camino que nos han conducido hasta aquí. Con el objeto de efectuar un análisis que podría permitir extraer conclusiones que, por sus dimensiones y profundidad, escapan a los límites de un trabajo como el presente y corresponden, por razón de la labor que realizamos de modo individual y grupal, a la ulterior elaboración por parte de los Caballeros Kadosh.
Permítaseme, pues, que me limite, al menos de entrada, a enumerar de manera muy sucinta, y a veces descarnada incluso, los factores que han acabado por motivar la perplejidad presente, según mi modesto entender, factores que están íntimamente ligados a la derrota de los sectores progresistas en la última etapa de avance del neoliberalismo y del ataque del capitalismo financiero al capitalismo industrial y a las fuerzas del trabajo y de la cultura.
- Un primer repaso de las etapas del “siglo breve” según Hobsbawn durante el cual el concepto de progreso y las esperanzas de culminación de la revolución democrática del XVIII han girado 180 grados:
El optimismo tecnicista decimonónico y la confianza en los bienes de la técnica industrial y su potencial liberador yacen en las trincheras de la primera guerra mundial, bajo los vapores del gas venenoso. La generación joven que hereda la prosperidad explosiva de la industrialización del diecinueve es sacrificada en masa, y el acero que debía servir para erigir la nueva ciudad del progreso deviene arma de destrucción en forma del cañón Gran Berta. La muerte del capitán Roland Phillips, héroe generacional de los boy scouts británicos que creyeron en el poder de la caballerosidad para enfrentar el naciente siglo XX figura aquí como todo un signo de aquel tiempo.
El optimismo histórico basado en el poder de las ciencias tecnológicas y sociales sucumbe bajo nuevas trincheras: Auschwitz, Mauthausen y Birkenau; Hiroshima y Nagasaki, la ruta Ho Chi Minh y las selvas de Vietnam; el Gulag, los Campos del Silencio camboyanos, el equilibrio del terror y la destrucción mutua asegurada. La catástrofe ecológica como amenaza sustitutiva de la catástrofe atómica, que da origen al concepto de “sociedad del riesgo”: Chernobyl.
Las revoluciones anticolonialistas dan origen a nuevos regímenes autoritarios; los actores de la Conferencia de Bandung se convierten en los caballos que descuartizan el tercer mundo tirando en direcciones opuestas, hacia el nuevo productivismo ademocrático, el autoritarismo neorreligioso o el brezhnevismo inmovilista.
El hundimiento del bloque soviético, la transformación de la revolución china en capitalismo ultraautoritario de estado, la supervivencia del caso cubano, los cambios de polaridad en los liderazgos de potencias y superpotencias, la configuración de un nuevo imperio global según Toni Negri.
La ascensión y caída del ecologismo como revolucionarismo o reformismo sustitutivo del socialismo real y la socialdemocracia, la ofensiva del capital financiero y la imposición del capitalismo de casino al capitalismo industrial, la gran banca y el capital apátrida fuera de control político y la sustitución del mercado democrático y las instituciones representativas por los agentes de ambos.
- El abandono progresivo del optimismo progresista radicado en la ilustración entendida como movimiento de emancipación.
Las ideologías de la sospecha sustituyen al optimismo ilustrado y, en lugar de potenciar la teoría y la acción revolucionaria acompañan al surgimiento de un nuevo nihilismo en forma de pesimismo, o pesadumbrismo progresista, que en el mejor de los casos adopta la forma de cierto resistencialismo cultural y social pero que abdica de la confianza alegre en el potencial de la movilización social en pro de la transformación.
- El cambio de bando del optimismo histórico, de la izquierda a la derecha, con la proclamación del “fin de la historia” y los subsiguientes acontecimientos, que extienden el pesimismo en todas direcciones y lo acentúan.
Mientras los sectores progresistas se hacen pesadumbristas, el neoliberalismo recoge la bandera del optimismo democrático, y derrotado el polo oponente, proclama el final de la historia y el non plus ultra del avance económico y social. El avance del ataque del capitalismo financiero sobre el capitalismo industrial muestra, sin embargo, la falacia de tal proposición, de modo que se abre una crisis económica comparable a la del 29 que amenaza con poner fin a la cultura del trabajo al mismo tiempo que la evidencia del cambio climático devuelve la oportunidad de considerar la pertinencia del desarrollo limitado.
- La transformación del concepto de solidaridad tal como había sido entendido por el movimiento obrero y los movimientos de emancipación nacional, sustituído, en el plano del universalismo, en formas de asistencialismo y, en el plano del sindicalismo, por la mera desaparición de la solidaridad obrera entre naciones e incluso, a menudo, entre ramos de la producción.
Mientras que en los 90 las fuerzas democráticas confiaban en el asistencialismo solidario de las ONGs como medio de reequilibrar las descompensaciones en el desarrollo de los pueblos, el neoliberalismo de occidente y el neoautoritarismo de oriente abre caminos al dumping social. Las viejas formas de organización política, en su decadencia, arrastran con ellas al sindicalismo y este se recluye en los marcos nacionales, borrando toda huella de internacionalismo solidario realmente operativo.
- El desarme ideológico y cultural surgido de la disolución del postmodernismo por inanidad.
No sólo ha sido imposible hacer poesía después de Auschwitz, ha sido imposible también hacer sociología y filosofía: “Todo va mal”, reza el dictum de Tony Judt. El pesadumbrismo progresista ha tomado formas de altos vuelos, como la desconfianza de los ilustrados críticos (escuela de Frankfurt, Habermas, y ahora Bauman) hacia la cultura de masas y las nuevas formas de folklore industrial, que expresan actitudes renovadas de optimismo vital popular. Se disuelve así una idea simplista del concepto de progreso, asociado a una combinación de desarrollo tecnológico y desarrollo político democrático, cuya normativización bastaría para asegurar su desarrollo y pervivencia. Pero los normativistas progresistas, como Habermas, se deslizan por el pesadumbrismo hacia posiciones que se pueden considerar como propias de un nuevo inmovilismo de izquierdas.
- Al mismo tiempo, y aunque pueda parecer contradictorio, la desconfianza en la producción de conocimiento, con sus implicaciones científicotécnicas, como elemento de desarrollo humano.
La detención de la carrera espacial y la desaparición de la epopeya interplanetaria de la literatura y la narrativa popular es uno de los signos indicativos de esa desconfianza en la otrora omnímoda ciencia. La conquista del espacio fue considerada de forma optimista como una meta no sólo deseable sino como consecuencia lógica de la extensión de una ética y convivialidad universal democrática (expresada en la serie Star Trek). Pero ahora los niños ya no tienen como héroes a astronautas (Aldrin o Gagarin) y la ciencia es causante de sospechas profundas que a menudo se asemejan a temores milenaristas, por lo que respecta a la tecnología nuclear, la tecnología genética y la cibernética, precisamente los tres pilares de la revolución científico técnica que ilusionó a los progresistas de mitad de siglo, especialmente desde el estructuralismo marxista.
- La lectura parcial y sesgada de las hermenéuticas postmodernas combinada con la táctica de sustituir las ideas propias del socialismo y el liberalismo democrático por una cultura de la multiculturalidad, que ha fragmentado las reivindicaciones populares y ha dividido a las clases trabajadoras y medias. Un multiculturalismo de raíz asistencial que transige con fragmentar e incluso reducir el espacio democrático en determinados sectores de la sociedad.
La socialdemocracia en el poder convierte al ciudadano, de sujeto de la acción democratizadora, en objeto de recepción de servicios sociales. Al tiempo que lo relega a la condición de votante y en el mejor caso de adherente, trata de ganarse la adhesión de los nuevos actores aportados por la inmigración. La izquierda transformadora y alternativa ve en esa inmigración el germen de un nuevo proletariado que tome el relevo de una clase obrera condenada al aburguesamiento desde las revueltas del mayo del 68 pero se encuentra con que los pretendidos protoproletarios erigen nuevos comunitarismos basados en la particularidad religiosa o étnica cuyo horizonte está lejos de las aspiraciones del iluminismo; a lo sumo, se aproximan a la revancha irredentista. Demasiados progresistas toman esta revancha como válida en términos de oposición a la unipolaridad imperial, sin darse cuenta de que no sólo amenaza al capitalismo sino a la esencia, expresión y práctica de la mismísima democracia pluralista.
- La desvaloración de la idea de la democracia representativa y pluripartidista, existente ya en las tradiciones que se reclaman del comunismo, el anarquismo y el socialismo revolucionario, que se ha perpetuado en nuevas formas de disconformidad multicultural. La aparición de ecologismos, ideas de decrecimiento económico y técnico, bakuninismos nihilistas y miserabilismos juvenilistas que no tienen la plena democracia representativa y el hombre como sujeto del progreso en el centro de su propuesta.
El movimiento de los indignados aparece bajo ropajes revolucionarios pero el contenido de su reivindicación es estrictamente reformista: más estado y no menos, y que funcione. Un movimiento que eclosiona como generalista, que cuestiona las formas tradicionales de representación política y reclama una nueva ética cívica, no puede llegar a superar las reivindicaciones tradicionales propias del movimiento de barrios bajo el franquismo de los años 70. Ni siquiera llega a articular las nuevas formas de disconformidad representadas por el ecologismo revolucionario, el miserabilismo okupa y los neoanarquismos, aunque la deriva regresiva del gobierno del Partido Popular hace que, por contraste, aparezca como una denuncia movilizada del ademocratismo gubernamental. Sin embargo, el único logro político con el que el movimiento cuenta como éxito es haber contribuido a retraer la base electoral de la socialdemocracia y con ello la caída del gobierno zapatero y el ascenso de la derecha autoritaria.
Se produce así la confusión de los movimientos espontáneos, reivindicativos sectoriales, disconformes o contraculturales con una verdadera cultura del cambio político y la profundización democrática, como si nos encontráramos en la época de la Primera Internacional y aún no existiera la teoría y la práctica del sindicalismo confederal.
- La concepción mecanicista y falaz de las relaciones entre economía y política, tanto por parte de las tradiciones socialdemócratas, que han creído que bastaba cierta normativización consensuada institucionalmente para que aquella se sujetara a esta, como por parte de las comunistas, que han confiado a las luchas reivindicativas tal poder de sujeción.
De ello resulta la infravaloración de la capacidad reproductiva del capitalismo, la incomprensión del ataque del capitalismo financiero al capitalismo industrial y la falta de prevención ante la ocupación abusiva de las instituciones por parte de los agentes del primero. Colateralmente, se da el aislamiento del sindicalismo respecto a las nuevas formas que toma la productividad en las sociedades complejas, y por ende la brecha entre la cultura del movimiento obrero y la cultura popular industrial y postindustrial surgida de las industrias de la cultura de masas.
- Tal incomprensión camina paralela a la de las formas y dinámicas de la sociedad de la comunicación o, más precisamente, la sociedad red, tal como ha sido teorizada por Manuel Castells. La mención a este sociólogo progresista no es ociosa; el mismo Tarso Genro, ministro en el gobierno de Lula da Silva, ha reconocido que una de las razones del desarrollo del estado del cual fue gobernados ha sido la atención a los postulados y recomendaciones de Castells.
El capitalismo neoliberal se ha apropiado de la revolución comunicacional para liberar enormes fuerzas de producción y distribución, y asimismo de control social y potenciación de perspectivas culturales
La incapacidad de una respuesta global a la globalización neoliberal en clave internacionalista, de modo que el movimiento antiglobalización ha producido extensiones limitadas en su alcance y territorialidad de formas contraculturales, antipolíticas o reivindicativas que no logran superar la sectorialidad.
La incapacidad de renovación de las formas de sociabilidad y organización política propias de las fuerzas democráticas, la feudalización del ejercicio de la política, la concepción paternalista de las relaciones entre instituciones y ciudadanía (en el mejor de los casos) y la existencia de una cultura política en su conjunto incapaz de comprender las condiciones y necesidades de la ciudadanía democrática y de actuar en consecuencia (en este punto puede resumirse la razón de ser de los movimientos indignados).
La mezcolanza fatal entre una cultura política propia del siglo XIX, que se expresa en conceptos y lenguajes propios de la primera mitad del siglo XX, y una nueva cultura disconforme que reproduce estados de ánimo y concepciones sociales que surgieron en la primera mitad del siglo XIX y también en los años 20 y 30 del siglo XX, a lo que se considera, en su conjunto, como si fuera una nueva cultura de la izquierda cuando no es más que un tropismo regresivo en el mejor de los casos. Ha existido un tránsito de lo peor del socialismo científico a lo peor del socialismo utópico que ha dejado por el camino la profundización en una nueva cultura democrática pluralista y la propia idea de alcanzar perspectivas de avance socialista en una perspectiva que pueda llamarse científica con justeza.
La situación de la masonería es del todo peculiar en medio de este panorama. Porque sigue poniendo al hombre en el centro de su ideal, al hombre ciudadano en el centro de una convivialidad democrática basada en la legalidad y en la delegación representativa de la autoridad y de la igualdad radical en el seno de la libertad para que la fraternidad se dé en el seno de la plena libertad y no como consecuencia de una supuesta necesidad de limitación de ésta.
(Imagen: el historiador Tony Judt).