
Hay un trabajo que los ciudadanos de Catalunya tenemos por delante si queremos asumir un compromiso cívico general y, a mi parecer urgente. Hay que salvar la lengua, la cultura, la democracia catalanas, pero no de amenazas imaginadas u opresiones superadas: hemos de arrebatar el catalanismo a los fanáticos y los chiflados.
Es necesario desbrozar el terreno común de convivencia de amargura, venganza y odio; hay que devolver el uso normal y compartido de las lenguas a cada ciudadano; hay que impedir que un grupo social, por mayoritario que pueda ser, se atribuya en exclusiva la propiedad de la nación; hay que impedir que, mayorías y minorías parlamentarias aparte, una parte se apropie de las instituciones que son de todos, incluso el mismo Parlament y la Generalitat; hay que sembrar lenta y pacientemente un estado de ánimo de concordia y cordialidad en todas las direcciones; hay que recuperar el sentido de convivencia general, amable y si es posible alegre que hace que vivir en el país valga la pena sin creerse oprimidos a causa de una propaganda que inocula en las cabezas y los corazones una falsa conciencia que ciega les mentes.
Estos estados de ánimo están tan extendidos que parece mentira que un país moderno y avanzado, a orillas del Mediterráneo, pueda estar sometido a una sensibilidad tan sorprendente. Uno podría pensar, teniendo en cuenta ciertos comentarios en la prensa, que es cosa de determinadas minorías en las redes sociales de internet. Pero no hay más que ponerse ante los ojos los resultados electorales y ver quien ocupa los puestos de mando para que se nos caiga la venda. Si votamos así es que queremos esto. Lógicamente, los líderes dicen que lo volverán a hacer.
La mala sombra, la acritud y la malicia que los entornos digitales denotan, van más allá de la incultura o el atolondramiento juvenil. Tenemos un problema intergeneracional fruto de un estado de ánimo compartido: el sentimiento de frustración expresado como rabia impotente. Se desvanece así el “fet diferencial”: somos igual de miserables que todo el mundo, ya ves. Porque estas pasiones no nos vienen de fuera sino que salen de dentro. Y ahora me pregunto: ¿y i si quizás también vienen de lejos?
No hace falta ser nacionalista para ser catalanista. Tampoco ser nacionalista conlleva llegar a ser separatista. El menosprecio con el que ciertos catalanes consideran a España y a los que ellos llaman “unionistas” no añade ninguna calidad patriótica al catalanismo, pero sí que habla con claridad de la capacidad de ciertas circunstancias morales, individuales y colectivas. ¿Se puede negar el derecho a la nacionalidad que uno escoge a quien lo hace de un modo diferente? ¿Hay que expulsar del propio espacio nacional a quien lo considera de manera diversa? ¿Aún no nos hemos dado cuenta de que concebir la vida como un enfrentamiento nacional ha provocado dos guerras mundiales? Antes de 1939 estas maneras de hacer se podían considerar políticas; ahora, y sobre todo después de 1992, estas actitudes son rotundamente inmorales. Porque tanto en Berlín como en Sarajevo había detrás de estas actitudes claras voluntades bélicas. Hay que defender no sólo el catalanismo sino el país de quien piensa que la separación vale la vida de una sola persona. Y una sola declaración de un traficante de información ha merecido el crédito de quienes creerían más factible su aspiración política si se aguantase sobre el cadáver de un inocente.
No todos los fracasos del proyecto catalanista, desde hace décadas, son fruto de derrotas impuestas, alguna debe haber de propia. No todas las formas sociopolíticas y culturales con las cuales Catalunya ha querido expresar su voluntad de ser son oportunas: algo debemos de haber hecho mal. Pero es que pensamos contra toda lógica: figura que la escolarización en catalán ha sido un gran éxito y a la vez que la lengua corre peligro de desaparecer. La televisión pública en catalán ha sido un éxito popular para nuestra cultura y ahora resulta que la audiencia retrocede. Catalunya debe ser el único lugar del mundo donde se puede chupar y soplar a la vez.
Hay que revisar y replantear el sentido y el concepto de lo que hasta ahora hemos llamado catalanismo. Porque si el catalanismo nos ha traído hasta aquí es que algo pasa: pasa que si el catalanismo nos hace creer que somos mejores y se nos debe algo, si el resultado no sólo social sino también moral es este, habremos de buscar algún planteamiento que nos ayude a discernir sobre les posibilidades de sorber y soplar.
Necesitamos una mirada tan conciliadora como crítica, y sobre todo hablar muy claro. Este descontrol no lo arreglaran los que lo quieren repetir. La labor nos toca a los “mejoradores” y no a los “empeoradores”, según la clarividente terminología de Raimon Obiols. Hemos de volver a enhebrar la aguja y continuar cosiendo aquello que empezamos a embastar durante el franquismo. Somos aún muchos los que además de catalanes de nacimiento somos catalanistas por voluntad propia. Hemos de rechazar esa monstruosidad de querer echar a Paola lo Cascio o Giaime Pala con la misma intención que otros nacionalistas bramaban “¡Juden raus!” y “¡Rojos, a Moscú” (pues son compatriotas nuestros, no hay extranjeros dentro de la Unión Europea). Algunos chiquillos han tachado a un servidor de ”inadaptat” ignorando que pisé una comisaría por primera vez a los 14 años, me califican erróneamente de “posco” cuando si le quitasen el “pos”acertarían.
Necesitamos aprender a recoser el país. Durante el franquismo supimos marginar la influencia de unos extremistas con uniforme y sin él que nos hubieran llevado sin duda a otra guerra y ahora hemos de saber hacerlo con otros exaltados, no por cobardes menos temerarios.
Tenemos que aprender nuevas habilidades socials y quizás ideológicas que nos permitan hacer lo que ya hicimos antes con éxito. Hay que de dejar de llevar el lirio en la mano, dicen desde les bases mismas de los empeoradores. Gracias por la propina: debemos reclamar no sólo el lirio sino la razón y la mano tendida del diálogo razonable y educado, sin abandonar ni un solo espacio público de los cuales los empeoradores ens quieren expulsar.
Publicación original: Catalunya Plural.
Versión en lengua catalana: Catalunya Plural.