GABRIEL JARABA
Ahora que parece que la fuerza bélica rusa en Ucrania disminuye veremos pronto a Putin, con los putinistas y los putineros, gimotear “yo no he sido, señorita”, como si las víctimas inocentes que nos ha mostrado la información no hubieran existido (aunque haya que pasar por la movilización de reservistas). El dirigente ruso (qué más quisiera él que ser soviético) no parece hallarse cerca del lugar (aún) por el que una vez pasaron Ratko Mladic y Slobodan Milosevic; los tribunales que castigan los crímenes contra la humanidad son difíciles de construir pero más fáciles de desmontar. Los infames cuentan a su favor con la desmemoria y la hipocresía: Putin castiga a sus ciudadanos por decir que va a la guerra pero amenaza con el arma nuclear a los ciudadanos de otros países.
La civilización ha progresado, qué duda cabe: la guerra está mal vista y no queda bien degollar gente en público salvo si uno se reclama de ciertas ideas (la aclamación iraní del agresor de Salman Rushdie señala un hito; el uso certero del cuchillo parece remover ciertos repliegues del inconsciente colectivo). Pero no nos creamos superiores: hace sólo 30 años cuando se garantizó anonimato e impunidad a cualquiera en los Balcanes tu vecino se transformó en tu asesino en un pispás y en el corazón de Europa. Mientras ello no se produzca seguirán guardándose las formas.
Porque hubo una guerra en los Balcanes no hace tanto, con sus matanzas de Srebrenica y Mostar, ¿recuerdan? Fue cuando Barcelona declaró distrito de la ciudad a Sarajevo, para promover la solidaridad con la ciudad mártir. Quizás si alguien hubiera hecho algo semejante ahora le hubieran llamado otanista, no sé. Hacer la guerra está feo pero a algunos les resulta más apropiado quejarse de que se denuncie a quienes la hacen. Les quedan armas tan poderosas como la desmemoria, respecto a los Balcanes, y la hipocresía, relativa a lo de ahora. En el corazón de Europa.