El diario digital Crónica Global ha tenido la amabilidad de hacerme una entrevista para hablar de Cataluña y el proceso independentista que se ha dado en ella en los últimos años.La entrevista se ha publicado, en dos partes, en la sección Conversaciones sobre Cataluña, serie en la que han aparecido conversaciones con Miquel Roca Junyent, Marina Garcés, Miguel Ángel Aguilar, Francesc Trillas, Javier Aristu, Alberto López Basaguren, Viceç Villatoro, Gregorio Luri y otras destacadas personalidades.
En conversación con Manuel Manchón, subdirector del diario, me extiendo en diversas consideraciones sobre este asunto y trato de huir de lugares comunes y partidismos acríticos, aunque dejo muy clara mi posición al respecto. Rechazo los esquematismos en política y creo en el derecho a defender las propias ideas contrastándolas argumentadamente con otras ideas diferentes. En los enlaces siguientes el lector puede acceder a las dos partes en que la entrevista ha sido publicada.
Clicar en los títulillos para acceder a cada una de las partes de la entrevista.
“Me pregunto si los catalanistas pluralistas no habremos sido usados como tontos útiles”
“El nacionalismo, al mutar en independentismo, se lanza a una revolución con la que nunca se había atrevido: imponer mediante los medios un cambio en la cultura política de Cataluña y una intervención dura en su sociedad civil. Lo que Aznar hace en los 90, que es romper con el relato de una transición basada en la concordia introduciendo elementos de fuerte beligerancia, lo hace el independentismo en 2012 con mayor sutileza, contundencia y amplitud: rompe con lo que llama “autonomismo” para ganar “el derecho a decidir”, sitúa como sujeto del relato no a un líder carismático sino al “pueblo” (lo que representa jugar con ventaja: el pueblo siempre tiene razón y no se le puede contradecir) y destruye los consensos básicos sociales, institucionales y políticos en torno a nacionalidad y pertenencia. El giro copernicano fue posible porque el nuevo discurso asumió la sentimentalidad básica del catalanismo histórico, se la apropió representándola mejor que nadie e hizo concebir a la ciudadanía, por primera vez en la historia, que la independencia era una utopía posible y disponible”.
“Durante todos esos años se ha vivido bajo el dilema que tan bien expresó Raimon Obiols: si te dijeran que apretando un botón Cataluña sería independiente sin que se produjera daño ni consecuencia negativa algunos, ¿lo apretarías? Lo que importa no es el independentismo primigenio más o menos extendido en los dirigentes nacionalistas, lo que es necesario estudiar es en qué medida y por qué causas el dilema del botón mágico se ha abierto paso entre la ciudadanía. Lo que ahora me pregunto es si es posible recuperar el catalanismo como territorio común desde el que restañar las heridas que ha dejado el procés, porque no podemos estar así indefinidamente y porque no podemos permitir que la hipertrofia independentista conduzca al país a la decadencia y el atraso; el desgobierno ya lo tenemos instalado en el Govern y el Parlament. Personas tan sensatas como Antoni Puigverd o Jordi Amat creen que sí; una mente tan igualmente aguda como Francesc Trillas cree que no. Pero incluso el federalismo que propone este último, y que a mí me resulta especialmente atractivo –no soy más que un federalista europeo– es difícil de extender como terreno común general al haber sido fuertemente contaminado por el discurso brutalista del activismo independentista y al no parecer lo suficientemente “alternativo” o revolucionario para los diversos sectores de “comuns”. El objetivo es hacer ver que no existe ningún botón, que el que parecía existir era el botón del Doctor Strangelove y que un país moderno con una mínima oportunidad de futuro pasa necesariamente por una Europa federal y unida”.
“Lo que nos espera no es la soberanía o el centralismo, sino la decadencia y el retroceso”
“Existen unas cuantas Cataluñas, entre ellas, a saber: la de los mafiosos italianos que lavan tranquilamente su dinero en Barcelona y los mafiosos rusos que lo hacen en la costa sin que nadie les diga ni mu; la de las comunidades étnicas que construyen aquí su modo de vida sin rozar siquiera las muestras locales de civilidad; la de los traficantes de estupefacientes cuya estructura de distribución se ajusta a una etnia y nacionalidad perfectamente determinadas; la de altos directivos internacionales que gestionan intereses globales como si estuvieran en Dubai; la de quienes trabajan porque el puerto de Barcelona sea controlado por Pekín como el del Pireo; y sobre todo la de los nietos de la inmigración castellanoparlante de los 60 que viven en una burbuja construida por un entretenimiento low costproporcionado por la sociedad de la comunicación y que han sido inmunes a una escolarización que debiera haberles conducido al umbral del futuro y no a un concepto del patriotismo español que no hace más que repetir tópicos y que se basa en falacias. También existen Cataluñas altamente personalizadas como algunas comarcas del interior que redescubren antiguas querencias carlistas, localistas y caciquiles, del mismo modo que existió en Barcelona una Cataluña formada por escritores latinoamericanos que nunca quisieron enterarse de que este país tenía una lengua y cultura propias y cuando no tuvieron más remedio se enfadaron mucho. Una sociedad moderna y democrática, en un mundo globalizado, es necesariamente muchas sociedades distintas; ya lo decía Luis Arribas Castro en aquella radio matinal que nos entretenía tanto, “la ciudad es un millón de cosas”. La cuestión es que la sociedad sea ciudad y no tribu, ciudad plural y pluralizante cuyo aire hace a los hombres libres. Por eso la idea de un solo pueblo se hace realidad no en torno a una idea monolítica de lengua y cultura sino de la igualdad de derechos y deberes, las libertades democráticas y el primado de la razón dispuesta al cuestionamiento y no de la emocionalidad pronta a la adhesión incondicional”.
“En un país habitan realidades muy diversas y las llamadas “dos Cataluñas” se dan en un muchas Cataluñas, y por tanto el verdadero problema es cómo va a ser capaz esa Cataluña plural de afrontar el futuro que ya está aquí. En primer lugar, el cambio vertiginoso que estamos comenzando a vivir, que es una de las causas del nacionalpopulismo ascendente, no sólo en Cataluña y Europa, cambio que está llamado a ser, y no exagero, un tsunami civilizacional, pues el modo de vida originado por la sociedad industrial será severamente trastocado. En segundo, una necesaria integración del planeta en una sola humanidad, el único medio de detener la degradación medioambiental de la que el cambio climático es solamente, por terrible que parezca, un primer paso. Y la cuestión es, ¿cómo va Cataluña a afrontar la realidad de construir una sola humanidad en esa perspectiva de futuro si está polarizada en torno a cuestiones que hace décadas que han dejado de ser relevantes? Pero es que hemos tenido una consellera de Presidencia que ha recibido formación universitaria en Estados Unidos y propone actitudes socioeconómicas decimonónicas y otro conseller que ha proferido unos cuantos lugares comunes respecto a la digitalización que parecen sacados de los foros de internautas de los años 90. La cuestión es que si continúa el inmovilismo que responde a la polarización entre las dos Cataluñas lo que nos espera no es la soberanía o la hegemonía centralista sino simplemente la decadencia y el retroceso. El inmovilismo es tal que incluso la fuerza alternativa al independentismo, que consigue ser el partido más votado, es incapaz de asumir un verdadero liderazgo operativo de la oposición e incluso se sumerge en gestos tan patéticos como los de aquellos a los que se supone que se opone. El nacionalpopulismo no comprende la sociedad en que vive y desea modelar a su gusto y por fuerza; su alternativa constitucionalista no percibe las sutilezas y matices de una cultura política, una ideología y unas complicidades que son de caligrafía fina y cuya imbricación mutua se les escapa totalmente y por eso no le es posible combatirla”.