Mi amigo Joan Brunet, que fue director del Centre Internacional de Premsa de Barcelona y jefe de gabinete del rectorado de la Universitat Pompeu Fabra, ha tenido la amabilidad de reproducir en su blog un post mío en Facebook tendente a ver el movimiento independentista más allá de los tópicos. Lo publico también en mi blog, encontraréis el enlace al blog de Brunet al pie del texto.
Probablemente lo que llamamos independentismo sea un movimiento “catch all” que proporciona a cada grupo generacional la satisfacción de una demanda concreta, que cada cual vive de manera particular. La demanda de vivir una epopeya heroica los jóvenes, demanda que se transmite generación tras generación en unas sociedades en las que el rito de paso iniciático ya no es ir a la guerra y ni siquiera hacer el servicio militar. La demanda de vivir la restitución de la vivencia de la justicia debida los mayores, marcados aún por las vicisitudes de la consecución de la democracia postfranquista, caracterizadas por una serie de transacciones que no han dejado satisfecho a nadie, en tanto que el bienestar general –precario pero real, no sabemos por cuanto tiempo– no permite percibir el valor de la paz civil. Y una rebeldía como trasfondo en los más mayores, el deseo de una venganza definitiva como actitud de rebelión contra un futuro que se ve oscuro.
Las movilizaciones que vemos estos días son la suma de estas tres mentalidades, aderezadas con una lluvia fina ideológica que le han ido echando ideólogos, irredentistas y temerarios desde las instituciones y desde ciertas bases sociales. Como se viene mostrando hace casi una década, es un movimiento social muy amplio, uno de los más numerosos en Europa, y no desaparecerá de un día a otro, ni con sentencias judiciales ni con intervenciones de orden público. Ni siquiera con una dirección seria y responsable desde las cúpulas de gobierno –que no existe– tampoco desaparecería. Yo diría que los mismos dirigentes son conscientes del gran volumen que estas dinámicas han adoptado y no saben qué hacer con él, sobre todo de cara a mantener su prevalencia institucional y sus redes de complicidades, manejo de dinero e influencia de poder. No hay, tampoco, intelectuales ni científicos sociales capaces de demostrar que este movimiento no puede de ningún modo conducir a la independencia sino a otra cosa que no sabemos qué puede ser pero que en otros lugares de Europa y el mundo sí, y sí se ha sabido.
El fervor transgeneracional se atenuará pero no la emoción irredenta de fondo, mientras la sociedad compleja sea, entre nosotros, la sociedad de la incertidumbre. No aparecerá ningún elemento de autoridad legítima ni ninguna idea capaz de introducir la razón. Por el momento estamos en manos de incapaces y de irresponsables, en todas partes. Sólo se podrían organizar medidas de excarcelación de los condenados, por una parte, y por otra echar a Torra del gobierno y de cualquier forma de influencia a la vez que neutralizar Puigdemont y las redes que le sostienen (algunas de ellas con implicaciones con ciertas estrategias geopolíticas de alcance). Que el PSOE gane las próximas elecciones, se vea inclinado a moderarse y que los dirigentes independentistas que aún conservan facultades de razonamiento preserven las instituciones nacionales para que sean inclusivas de la parte menos desatinada de esta mentalidad catártica colectiva. No es posible nada más.
Fotografía: cabecera de una de las marchas hacia Barcelona del 17 de octubre de 2019. Autora: Victòria Oliveres, de Catalunya Plural.