Para qué sirven las agendas, en realidad? Se dirá que para organizar la administración del propio tiempo en proporción a las actividades en las que lo empleamos. Un momento: ¿eso cómo se lleva a la práctica, exactamente? ¿Sólo por el hecho de anotar unas actividades previstas en unas fechas determinadas ya se produce esa administración? Me permito dudarlo. Eso es sólo el aspecto externo de tal administración, probablemente el menos importante. Quizás acabo de escribir una herejía, pero la pregunta es legítima:¿en qué consiste administrar la proporción de tiempo y actividades llevando una agenda?
La agenda por sí misma, sea en papel o electrónica, no funciona. No funciona en absoluto por sí misma y en relación con los fines a los que queremos dedicarla. La agenda no hace nada, lo que permite administrar tiempo y actividad es nuestra mente. La agenda es un mero fetiche para conjurar el pánico. Y cuanta más tecnología utilizamos, más tendemos a confundir el instrumento con el poder que lo rige y al cual debe servir. Administrar nuestro quehacer es producto de la relación de sintonía, sincronía y ritmo que existe entre nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestras intenciones y nuestras decisiones.
En el inicio del curso esos cuatro elementos –mente, cuerpo, motivación e intención- entran en tensión ante las expectativas que aparecen ante nosotros; es necesario pues revisar el estado de nuestra personalidad integral para propiciar la calidad de su coordinación. ¿Cuál debería ser el resultado de ello? La toma de decisiones adecuadas. ¿Qué significa adecuadas? Que estén en concordancia con los objetivos previstos, que esos objetivos puedan ser llevados a cabo, que los resultados que se desprendan de la realización de los objetivos se avengan con las intenciones que nos hacen perseguirlos y que todo ello sea asumible y sostenible por nuestra personalidad integral en términos de, por una parte, eficiencia, y por otra, de calidad de vida. Organizarse bien significa hallar el equilibrio dinámico que conduzca a esa sostenibilidad y que él redunde en la consecución de los fines que nos proponemos.
La agenda sirve para una cosa muy determinada: para relajar la tensión que suscitan nuestras expectativas. Cuando anotamos algo en ella nuestra mente deja de dar vueltas en torno a la idea de que tenemos que hacer ese algo determinado y puede pasar a centrarse en otro asunto. Cuando revisamos lo anotado en la agenda hacemos dos cosas: refrescar esa sensación de alivio al comprobar que no tenemos que estar recordando continuamente lo que tenemos que hacer, y ver si los quehaceres previstos y anotados en ella son en su conjunto realizables en cuanto a su sucesión y la dedicación de determinadas cantidades de tiempo a todos ellos. Pero la tercera función realmente existente de nuestra agenda debería ser otra: comprobar si estamos dedicando nuestra vida a hacer aquello que tenemos la determinación, necesidad y misión de hacer y no a perdernos en una diversidad de acciones y actividades que no sirven a nuestra motivación profunda y propósito prioritario. Si somos conscientes de esa motivación fundamental y axial, la organización de la agenda se producirá automáticamente. Al error en esa comprobación se le suele llamar, en lenguaje popular, poner el carro delante de los bueyes.
Ahora veamos qué tanto tenemos bien alimentados y dispuestos a nuestros bueyes.
- Revisa tu motivación profunda para ver si está vigente
Para que la vida valga la pena hay que vivir por algo que consideremos precioso. Y para que nuestra vida tenga sentido hemos de vivirla de acuerdo con una motivación que represente no solamente un aliciente sino algo por lo que daríamos esa misma vida. El inicio del curso es un momento adecuado para plantearse cuál es la naturaleza, cualidad y justificación de la motivación que nos lleva a ejercer nuestra profesión –docente, comunicacional, científica, artística, técnica, comercial, terapéutica—y ver si ella sigue estando vigente para nosotros. Las circunstancias de la vida cambian y nosotros también, de modo que es justo que lo que un día nos motivase, incluso sobremanera, deje de seguir haciéndolo.
El inicio del curso es el momento ideal para hacer ese chequeo porque es entonces cuando necesitamos la energía de alto voltaje que nuestra motivación nos proporciona. Cuando hablamos de motivación lo hacemos de aquella que reside en lo más profundo de nuestro ser, la relacionada con nuestra vocación, misión, valores y escala de prioridades. Dice el profesor José Antonio Marina, de manera un tanto cruda, que “motivar es hacer que alguien haga algo que no desea hacer”. Nuestra motivación profunda es ese algo que nos hace hacer lo que hemos venido a hacer en nuestra vida y no podemos dejar de hacer sin que ella pierda su sentido. Puede ser sano comprobar que de esa profundidad continua manando el petróleo que mueve nuestra nave vital, y si no es así, nos planteamos el porqué y si debemos cambiarla. Y eso es perfectamente legítimo y justificado.
Nuestra agenda personal debe ser, pues, la expresión escrita y palpable de la calidad y orientación de nuestra motivación profunda y las expectativas de realización material mediante nuestra personalidad integral.
Entonces, observemos nuestra calidad como carreteros capaces de conducir nuestro carro de bueyes con seguridad por el camino.
- Planea mejor lo mejorable y deja lo que no tiene arreglo (por el momento)
Tenemos en nuestro interior dos demonios que muerden nuestro quehacer y tiran de él en dos direcciones opuestas, desgarrándolo. Uno es la procrastinación y otro el perfeccionismo, pero los dos surgen de un mismo averno: la insatisfacción con lo que estamos haciendo, con el modo como lo hacemos y con nosotros mismos a la hora de hacerlo. No son incompatibles y suelen alternarse en su tormento pero son muy eficaces a la hora de amargarnos la vida. Últimamente se suele hablar mucho de la procrastinación pero se alude poco a ese afán perfeccionista que siempre nos deja insatisfechos; a lo mejor explorando uno de los dos demonios llegaríamos a conocer el otro.
Recordemos aquí otro refrán popular: lo mejor es enemigo de lo bueno. Y ciertamente, es bueno hacer las cosas mejor, pero esa perfección a la que aspiramos, más o menos secretamente, y que nunca llega no es la expresión de lo excelente en el logro y en la acción que a él conduce; en realidad es una manía inalcanzable que nos impide llegar a hacer lo que sería magnífico ahora, en este mismo momento. El inicio del curso es ideal para hacer un planteamiento realista de nuestros objetivos al mismo tiempo que una enumeración no menos realista de los asuntos que no podemos solucionar, o por lo menos no en este momento, y establecer una proporción entre unos y otros. Si la proporción es justa la energía de nuestro esfuerzo se dosificará adecuadamente para, ahora sí, mejorar todo lo mejorable.
Con las ruedas del carro bien engrasadas –a pesar de lo que cantaba Atahualpa Yupanqui—y los bueyes bien uncidos, observemos ahora lo que realmente importa: el camino.
- El carro es solo el vehículo, lo importante es a dónde nos dirigimos y si el camino nos permite llegar
La motivación de lo que deseamos hacer es importante, así como lo son los medios que ponemos para conseguirlo y las acciones que realizamos para avanzar en su realización. El dicho popular de los bueyes y el carro, y qué va delante y qué va detrás, tiene implicaciones bastante profundas. Los bueyes tiran del carro y nos permiten avanzar en el camino, y el carro es el vehículo que nos transporta a nosotros con nuestro bagaje. Pero lo verdaderamente importante somos nosotros, la calidad y pertinencia de nuestro punto de destino y la practicabilidad del camino que nos conduce a él. Si ponemos los bueyes delante del carro pero tomamos el camino equivocado llegaremos a donde no queríamos ir; además de bueyes y carro está en juego la claridad de la mente del conductor metido a carretero. Si el camino que tomamos es el correcto pero ha quedado maltrecho por la acción del tiempo, del paso de otros vehículos o la aparición de una zanja o un derrumbe, aunque constituya la ruta correcta es muy probable que nuestro viaje se frustre o accidente; la mente del conductor debe ser capaz de hacer las previsiones necesarias y tomar las decisiones correctas. Una agenda rígida, en la que no se realicen previsiones justas y se practiquen correcciones pertinentes, es un carro que nos va a llevar por trochas impracticables. La buena agenda es como la cuerda de una guitarra: para que suene en la nota adecuada debe estar ajustada en la tensión precisa. Así pues, la agenda de actividades es varias cosas a la vez: el mapa del camino previsible que hemos de realizar, el planteamiento de lo correcto del lugar al que queremos ir y el largavistas que nos permite anticipar las decisiones que deberemos tomar durante el camino y que de momento no podemos prever en su totalidad.
¿Para qué sirven pues las agendas, en realidad? En el inicio de este texto he hecho esta pregunta fundacional a título de provocación y ahora podría comenzar a apuntar algunas respuestas, todas ellas parciales e insuficientes. Es bueno que la agenda nos permita relajar la tensión ante las acciones que nos esperan, y es mejor que gracias a ella ajustemos la proporción entre actividades y tiempo dedicado. Lo excelente es convertir nuestra agenda en nuestra bitácora de navegación por la vida, expresión de a dónde queremos ir, por dónde vamos, en qué condiciones lo hacemos y qué decisiones tomamos para conseguirlo. Vista de este modo, la agenda deja de ser una fuente de angustia o bien un placebo tranquilizante y se convierte en algo magnífico: una expresión radiante de nuestra personalidad integral en acción. Así considerada, trabajar con nuestra agenda puede y debe ser una fuente de placer y realización.
Publicación original: Aika, Diario de Innovación, Tecnología y Educación